Por Pablo Sierra del Sol

Los barrios con estadio de fútbol son especiales. Los estadios de fútbol que están a las afueras de las ciudades suelen ser fríos. Can Misses siempre ha parecido menos hospitalario que el viejo campo de la calle Canarias. Una grada demasiado grande que llenar, un terreno de juego algo alejado del corazón de la ciudad. Pero algo está cambiando en la periferia burguesa de Vila. El Ibiza está tiñendo sus calles de celeste. Hoy, quince minutos antes de que Jorge Díaz Escudero se llevara el silbato a la boca y diera comienzo al partido contra el Sevilla Atlético, aparcar cerca del estadio era una odisea. La calle Campanitx estaba llena de aficionados. Había parejas de jubilados, grupos de amigos que subían con sus hijos, extranjeros que residen en la Ibiza y han elegido un equipo de proximidad al que animar. Mil quinientas personas fueron traspasando los dos accesos al campo. Cuando el balón se puso en juego, la grada presentaba el mejor aspecto de lo que llevamos de temporada. La sensación es que si el equipo sigue creciendo en lo deportivo, también seguirá creciendo el club en el aspecto social.

El Sevilla Atlético era, además, un rival atractivo. Los ibicencos nacidos o con ascendientes andaluces son inmensa minoría en la isla. No faltó alguna camiseta blanquirroja o alguna gorra con el escudo sevillista bordado en la visera en el tendido de Can Misses. Pero donde hay palanganas, también hay verderones. A falta de gran fútbol, hubo guasa. Cuando el zurdazo de Javi Serra dio carpetazo al encuentro, se empezó a escuchar en la General del estadio un cántico conocido en el mundo entero. ¡Mucho Betis, mucho Betis, eh! Desde el césped, los cachorros de Nervión comprobaron que el público ibicenco tiene ganas de pasárselo bien cuando va los domingos al fútbol. Han sido muchos años de alegrías frustradas y de proyectos que arrancaron como caballos para transformarse en burros a mitad de la cabalgada. La prueba es que cuando Amadeo Salvo –que no dejó de comentar las acciones del partido con Josep Tur, Cires, el alcalde Sant Antoni, compañero de localidad en el palco– cruzó a lo ancho Can Misses tras el pitido final, los Corsarios le recordaron a coro el objetivo en el que ya piensan los miembros más optimistas de la marea celeste. A Segunda, oe; a Segunda, oe…

Al acabar el encuentro hay una síntoma que explica la adicción que está provocando el Ibiza en muchos. La mayoría se conoce a la plantilla bastante bien, charla sobre la salida a Sanlúcar del próximo fin de semana o se preocupa por el estado físico de Verdú, sustituido al principio de la segunda mitad tras un choque con un futbolista del Sevilla Atlético. “Estuvo muy fastidiado a principio de temporada porque se había roto la muñeca”, le dice un padre a su hijo mientras se alejan del estadio. “¿Y qué pasa si no juega Verdú?”, le contesta el chaval. “Mientras no nos metan seis, como en Cartagena, ya irá bien”, dice el padre medio riéndose. Se marchan los dos hacia la comida del domingo, contentos, pero no tanto como el protagonista silencioso de la jornada, que se llama Mountanga N’Dao. Nació en Senegal hace veintiún años, llegó a España hace seis con el sueño de convertirse en futbolista profesional y, hoy, por fin, ha podido debutar en partido oficial tras solucionar sus problemas de residencia que le relegaron a ser un sparring en los entrenamientos del Formentera, su anterior club, en las últimas campañas. El centrocampista africano (y su eterna sonrisa) es el primer refuerzo invernal para Andrés Palop.

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