Pablo Sierra del Sol

Quienes vieron aquel Portmany-Formentera salieron del Municipal de Sant Antoni diciendo que el equipo visitante había fichado un porterazo. El nuevo guardameta de los formenterenses, que se impusieron a uno de sus máximos rivales por un claro cero a tres, lo paró todo aquella tarde del 6 de noviembre de 2011. El nuevo demostró también que podía poner el balón donde quisiera cuando sacaba de puerta con la mano. Aquel chaval que hablaba con acento sevillano no era un portero de Regional. Eso quedaba claro. Si al Formentera le protegían aquellos guantes se podían hacer realidad sueños que, poco tiempo atrás, parecían inalcanzables.

Seis años y medio después el mismo portero rompe a llorar en la sala de prensa del modesto campo de fútbol que ha sido algo más que su lugar de trabajo durante este tiempo. Avisa de antemano que derramará lágrimas. También llora Xicu Ferrer, el presidente del Formentera, que se sienta a su lado. El protagonista saca fuerzas para bromear y suelta en voz alta que se han juntado los dos llorones más grandes de la isla. No es un día cualquiera para Marcos Contreras Fariñas (Sevilla, 16 de agosto de 1985). El Municipal de Sant Francesc es la casa donde le acogieron como a un hijo, la universidad donde se graduó como guardameta, el cofre donde atesora sus mejores momentos bajo la soledad de los tres palos. Mientras se sienta para atender a los medios de comunicación pasan por su cabeza, como un torbellino, playoffs, ascensos, eliminaciones, viajes, compañeros, directivos, utileros, sus cuatro entrenadores (Ruiz, Elcacho, García Sanjuán, Arsenal, a los que nombra uno por uno y agradece su confianza), su buena estrella para no caer lesionado ni ser expulsado, vestuarios de Primera y de Preferente, eliminatorias de la Copa del Rey, el paradón que hizo en el Sánchez Pizjuán la noche en que el Sevilla, curiosamente, le metió siete, los chavales que ha visto crecer en la cantera del club mientras los entrenaba por las tardes. Y, también, el barco con el que llegó por primera vez a la Savina, las calas y el mar de la isla que se dispone a abandonar, sus atardeceres, el olor de sus paellas y el cariño de sus vecinos, de los que nunca fallan cuando el Formentera juega en Sant Francesc y de los que no son aficionados al fútbol pero saben que Marcos es el portero del equipo local y le preguntan por el partido del último domingo cuando se lo encuentran comprando el pan, la fruta, el pescado o la carne en las tiendas del pueblo.

Las emociones revuelven las tripas de Marcos y las de quienes le escuchan. Se ha reunido casi toda la plantilla con la que ha jugado esta temporada en Segunda B. También varios de los futbolistas con los que compartió los cuatro años que pasaron en Tercera, donde consiguieron dos títulos y rozaron varias veces el ascenso al fútbol de bronce que terminó produciéndose en mayo de 2017. Más que una rueda de prensa, parece una reunión familiar, la despedida de un hermano o un primo que se va lejos a buscarse las habichuelas pero al que se espera ver de nuevo por Navidad. Muchos ya sabían que el portero y capitán del equipo tomaría esta decisión. La cabeza le pide “nuevos retos” desde hace tiempo y la necesidad de verse en un equipo donde su puesto no esté asegurado le acucia. No sabe donde irá. El sevillano cree que a punto de cumplir los 33 años aún puede exprimirse más, ser mejor, seguir soñando. Ahora, tras echar el cierre a una temporada tan ilusionante como difícil, considera que ha llegado el momento del adiós. Hace una semana, aseguraba que, de haberse salvado el Formentera en Peralada, seguramente también hubiera acabado su etapa en la isla. Marcos escenifica su marcha levantándose de la silla justo después de decir que ama al Formentera y que siempre se le podrá considerar como un aficionado rojinegro. Todos le abrazan y Xicu Ferrer le recuerda entre risas que hasta aquel partido contra el Portmany que ha quedado sepultado por las gestas posteriores él era el portero titular del Formentera. Y que el equipo, claro, salió ganando con el cambio.

Durante 278 partidos, Contreras le aportó liderazgo y carácter a sus compañeros, a los que ha capitaneado muchas veces junto a Maikel Romero, el otro futbolista de los primeros años de Tercera que quedaba en una plantilla que puede sufrir grandes cambios en las próximas semanas. Pero, sobre todo, Contreras era la intuición, la agilidad, un brazo estirado en busca de una pelota que, venenosa, busca el palo largo para colarse en la portería del Formentera. Pese a que el juego aéreo y el blocaje de los tiros lejanos han sido su punto débil, Contreras se caracterizó por llegar al corazón del hincha con intervenciones que ganan partidos. Estos últimos meses ha tenido que remar como un náufrago en una nave que se ha ido a la deriva tras las bajas que sufrió el Formentera en el mes de enero: la historia del equipo en Segunda B ha acabado en descenso. Un sinsabor que no borra, en cambio, el milagro de la Copa del Rey, donde los rojinegros eliminaron al Athletic Club en San Mamés con un gol de Álvaro Muñiz en un córner botado en el último suspiro. Contreras había soñado lo que ocurriría, a su manera, la noche antes. Cuando era un chico que aspiraba a ser algún día el portero del Betis, un entrenador le enseñó la técnica de visualizar las situaciones que podían darse en los partidos y, desde entonces, la practica. En su sueño, marcaba él, a lo Palop, y cuando cruzó el rectángulo verde de la Catedral le gritó a Álvaro: “¡Sube a rematar, tú al primer palo y yo, al segundo, que he soñado que lo metía!” Al final, marcó su compañero, pero se cumplió la profecía de Contreras, que en el vestuario, antes de enfrentarse a los leones, le dijo al resto del equipo que eliminarían al Athletic con un gol en el tiempo añadido. Y aquel gol que abrió informativos de televisión se metió en el 96. Genio y figura. Uno de los habitantes de Formentera que mejor lo conoce, Felip Portas, remite a su Instagram cuando se le pregunta por el legado que deja el portero al sur de es Freus. El ex presidente del club sube a su perfil una foto de la despedida del ‘1’ y escribe debajo: “Vàrem fitxar en @marcos_cont1 o avui se’n va San Marcos. L’únic jugador que ha jugat en tres categories amb el Formentera. Una llegenda i un referent”.

El fútbol moderno ha eliminado la identificación entre futbolista y club. Hace décadas, Iribar quería decir Athletic, Arkonada-Real Sociedad, Zubizarreta-Barcelona, Casillas-Real Madrid. El club se hacía carne y viceversa. Ahora, en muchos equipos, ni siquiera los porteros duran más de dos o tres campañas. A medida que se baja por la escalera que separa el fútbol de las grandes ligas profesionales con el de las categorías más modestas, los jugadores se mueven más. Los proyectos son volátiles, no se firman contratos de largo recorrido y quienes aspiran a vivir del balompié se convierten en nómadas que vagan por la península y las islas (a veces, también por desconocidas ligas extranjeras) en busca de minutos de juego y un contrato más o menos fiable. No es una vida fácil. Eso hace especial la larga estancia de Marcos en Formentera. Desembarcó como un forastero que buscaba enderezar su carrera tras chupar banquillo en el Alcalá sevillano de Segunda B y se marcha como un formenterense más. Él lo ha definido con una frase tan limpia y clara como cualquiera de las estiradas que hicieron volar al Formentera en las tandas de penaltis de la Copa del Rey: “Vine siendo un niño y me marcho siendo un hombre”.

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