Por Pablo Sierra del Sol

“He estado un año y medio entrenando y ahora me dedico a analizar mucho fútbol. Obviamente me gustaría volver a entrenar, coger un equipo y ser parte de un proyecto que me ilusione y tenga garantías”. Eso decía Andrés Palop (La Alcúdia, Valencia, 1973) hace casi dos años cuando le entrevistó el canal oficial de LaLiga. La oportunidad esperada tenía el remite de la Unión Deportiva Ibiza. La directiva que preside Amadeo Salvo ha visto en el ex portero valenciano al líder que necesita un equipo que no encuentra el norte en su debut en Segunda División B. Los celestes esperan que Palop sea el Rufete de esta temporada, un míster que supla su teórica falta de experiencia en los banquillos (Palop estuvo un año y medio en el Alcoyano, al que consiguió clasificar sexto en el grupo III de Segunda B al final de las temporadas 2014/2015 y 2015/2016) con la experiencia y autoridad que le da una trayectoria bajo palos larga, exitosa y, sobre todo, perseverante. Porque si algo aprendió a cultivar este cuarentón que una vez fue un adolescente que se marchó del equipo de su pueblo para fichar por los juveniles del Valencia Club de Fútbol fue la paciencia. Unida a su agilidad innata en la portería y a su carácter ganador, llenó de triunfos y momentos para el recuerdo una carrera que (casi) siempre fue a contrapelo. Condensamos sus casi veinte años como profesional en seis momentos.

 Camp Nou. 13 de diciembre de 1998.

Palop debutó tarde en Primera División y no pudo hacerlo en Mestalla. La sombra de Zubizarreta le impidió subir al primer equipo y el chaval de La Alcúdia tuvo que tomar un desvío sin salirse de los límites del País Valenciano. Se fue Palop al Villarreal en el verano de 1997 y con los groguets consiguió subir a Primera siendo pieza fundamental en el proyecto del club que sigue poseyendo el empresario Fernando Roig. Palop jugó el primer partido del Submarino Amarillo en la élite. Salió del Santiago Bernabéu con cuatro goles encajados pero con la convicción de que había llegado a la élite con ganas de brillar. Tenía casi 25 años y no podía perder el tiempo. Jornada a jornada, fue destapando el tarro de las esencias. El gran público comenzaba a intuir que aquel portero era de los que suman puntos con sus paradas. La alternativa la tomó contra el Barça, un rival que se le daría tradicionalmente bien. El Villarreal acabaría descendiendo aquel año tras una mala segunda vuelta, pero consiguió ganar en el feudo culé por 1 a 3 al final del primer turno del campeonato. El mérito fue de Palop, que al día siguiente reclamó espacio en las portadas de los diarios en papel con una colección de intervenciones para el recuerdo. Sergi, Kluivert, Rivado, Giovanni o Sony Anderson se estamparon contra un guardameta que se ganó en noches como aquella el billete de vuelta a casa. Mestalla esperaba con los brazos abiertos al antiguo portero de su filial.

PSV Stadion. 21 de septiembre de 1999.

Acababa de empezar una temporada en la que ya sabía que le tocaría ser el suplente de Cañizares cuando el cancerbero de Puertollano se lastimó un tobillo en la segunda jornada de la fase previa de la Champions League. El duelo era en el feudo del PSV holandés y a Palop le vino de golpe la posibilidad de debutar en competición internacional y de afianzarse durante un par de meses en la puerta che. Fue breve pero también bonito. El xiquet de la terra jugó quince partidos a un nivel bastante alto en aquel Valencia campió que dirigía Héctor Cúper. El día que Cañizares volvió a los entrenamientos lo hizo con el pelo teñido de amarillo. El teórico titular mandaba un claro mensaje al aspirante, un “aquí mando yo” que recordaba a Palop su condición de suplente y su titularidad temporal. Cuando Cañete estuvo listo para volver, Palop regresó a la banca, desde donde vio, por ejemplo, a su equipo caer en la final de Copa de Europa contra el Real Madrid. Esa fue la tónica durante las siguientes cinco temporadas. Los mejores años de Santiago Cañizares condenaron al ostracismo a su recambio. El de Puertollano fue pieza clave en las dos Ligas y la UEFA que venció el Valencia con Rafa Benítez, otro técnico que solo pudo tirar de Palop cuando el ‘1’ de los taronja caía lesionado. Pese a sumar 43 partidos de Liga en seis campañas, Palop decidió en 2005 que su tiempo en el club de sus amores había caducado. Su mala relación con Cañizares no ayudaba y, además, tenía ya 31 primaveras y, ahora sí, se le agotaban las posibilidades de abrillantar su carrera.

Estadio Olímpico de Donetsk. 15 de marzo de 2007.

En la vida hay que estar en el lugar apropiado en el momento justo para que la suerte te acaricie. Eso le ocurrió a Palop al salir del Valencia. Monchi se cruzó en su camino y le reclutó para un Sevilla que crecía exponencialmente. El portero llegó a Nervión a la par que Juande Ramos y con el manchego como míster rememoró la titularidad de la que había disfrutado en los dos años de Villarreal. Con Pablo Alfaro, Dragutinovic, Javi Navarro, David Castedo o Dani Alves formando su guardia pretoriana, Palop fue convirtiéndose en el centurión de un Sevilla al que Jesús Navas, Enzo Maresca, Antonio Puerta, Luís Fabiano o Frederic Kanouté hacían vibrar en ataque. En su segunda campaña Palop levantó su segunda UEFA. En su tercer año, la tercera. Aquel curso, el 2006/2007, no fue solamente titular y autor de paradas imborrables. Un cacho de aquella UEFA lleva el nombre del valenciano. Primero se disfrazó de héroe en el campo del Shaktar Donetsk una fría noche preprimaveral. El Sevilla caía por 2 a 1 y estaba eliminado. El portero se vistió de Arza, Polster o Suker y remató el último córner del encuentro. Sin saltar, girando una pizca el cuello como hacen los grandes arietes. La pelota fue a gol. Carrera hacia el éxtasis. Abrazo general. El Sevilla, que unos meses antes le había levantado la Supercopa de Europa al Barça, seguía vivo. Y aún quedaba lo mejor.

HampdenPark. 16 de mayo de 2007.

Glasgow parecía una ciudad española. Miles de sevillistas y espayolistas se dieron cita en la ciudad más futbolera de Escocia para presenciar una de las finales europeas más bonitas de lo que llevamos de siglo. El Sevilla llegaba como favorito pero el Espanyol que entrenaba Ernesto Valverde supo jugar sus cartas. Dos veces fue capaz de igualarle el encuentro a los blanquirrojos. La primera vez en el tiempo regular y, después, ya en la prórroga. Palop no pudo atajar dos lanzamientos lejanos de Riera y Jônatas. Su cara de ganador lo decía todo. Estaba picado y quería desquitarse. Lo hizo en la tanda de penaltis, alargando el mal fario de los periquitos con el segundo trofeo continental. Luis García, Jônatas y Torrejón se estrellaron contra el Valenciano, que adivinó los tres lanzamientos y los escupió con sus guantes. Solamente el Rifle Pandiani fue capaz de batirle. Héroe absoluto de aquella UEFA –en el Pizjuán le recuerdan todavía más por su gol contra el Shaktar que por sus tres paradas–, Palop entró en el club de los mejores porteros del mundo gracias a su actuación en Glasgow. El año se cerró levantando también la Copa del Rey y, durante algunas semanas, la mitad de Sevilla soñó con ganar la Liga sesenta años después. La exigencia de la temporada hizo que el Sevilla aflojara en las últimas fechas del campeonato regular, permitiendo que fuera el Madrid de Capello quien se aprovechara de la debacle del Barça de Rijkaard. Aun así, los méritos de Palop habían quedado más que demostrados para acudir a la selección española, uno de los sueños que perseguían al portero desde que seguía de niño a su gran ídolo: Luis Miguel Arkonada.

Estadio Ernst Happel. 29 de junio de 2008.

Andrés Palop Cervera era un alumno de quinto de EGB cuando vio a Arkonada comerse la falta de Platini que le dio a Francia su primera Eurocopa. Palop ya jugaba de portero, en el patio y con el equipo de La Alcúdia, y debió jurar que algún día repararía el lunar que empañó de alguna forma la carrera de uno de los mejores porteros que ha dado la cantera vasca y el fútbol español. Veinticuatro años después de aquella final disputada en el Parque de los Príncipes de París, el discípulo cogió entre sus manos el título que se le escurrió al maestro. Palop acudió a la llamada de Luis Aragonés para ser el tercer portero de la selección española en la Euro de Austria y Suiza. Aquella noche, en Viena, Andrés llevó además una de las camisetas que utilizó Arkonada durante su época como internacional, también de marca Adidas y de un color verde oscuro. La cara de felicidad de Palop aquella noche vienesa es imborrable. “Me he puesto la camiseta para celebrarlo como homenaje a Arkonada, porque se le recuerda mucho por un fallo que tuvo en su momento, pero hay que recordarle más por lo gran portero que era y lo que nos ha enseñado a nuestra generación”, explicaría Palop tiempo después. Su alegría y desparpajo fueron muy valoradas en la selección, un equipo con el que desgraciadamente no pudo vestirse de corto, convirtiéndose en uno de los pocos futbolistas que han ganado una gran competición internacional sin haber llegado a debutar con su país.

Ramón Sánchez Pizjuán. 13 de enero de 2010.

Andrés Palop, ya convertido en capitán del equipo, todavía ganaría un título más como sevillista. Fue la Copa del Rey de 2010 y, meses antes, otra soberbia actuación contra el Barcelona allanaría el camino del equipo de Manolo Jiménez hacia la final. La final la disputarían bajo la batuta de Antonio Álvarez tras el despido de Jiménez. Pero, quizás más que el duelo definitivo contra el Atlético de Madrid, el partido más decisivo de aquel torneo fue la vuelta de los octavos de final contra el Barcelona. Henry, Ibrahimovic y Messi padecieron a Palop en la vuelta, disputada una semana después de que el Sevilla arrancara un 1-2 del Camp Nou. En salidas kamikaze, sobre la línea de gol, alargando su guante hacia la escuadra en una palomita imposible… Palop paraba de cualquier manera. Con casi 35 años se dio el lujo de quitarle a Guardiola el primer título que no ganó como entrenador del mejor Barça de la historia.

Ramón Sánchez Pizjuán. 1 de junio de 2013.

La competencia de Javi Varas y la llegada de Beto le restaron protagonismo a Palop en sus tres últimas campañas como sevillista. Los años empezaban a pesar y, aunque disputó un buen puñado de partidos en cada uno de aquellos cursos, ya no era titular indiscutible. El Sevilla entró en una fase de transición tras deshacerse poco a poco el equipo que maravilló a Europa. Un año antes de que los andaluces volvieran a reinar en la UEFA, Palop decidió marcharse. Su último encuentro en la Liga española lo jugó, curiosamente, contra el Valencia. Al acabar un partido que el Sevilla, ya entrenado por Emery, ganara por 4-3, el vídeomarcador del Sánchez Pizjuán proyectó los mejores momentos de Palop en el club. Debajo, una pancarta gigante le calificaba como el número uno. Mientras los hijos del portero sonreían viendo las gestas de papá, por las mejillas, de los aficionados, del propio Palop y de casi todos sus compañeros, caían lágrimas. De agradecimiento. De emoción. De felicidad compartida. Y de la tristeza de vivir en carne propia el fallecimiento de Antonio Puerta. De él se acordó Palop en la carta que leyó el día que se despidió definitivamente del Sevilla. Tras cumplir cuarenta en el Bayer Leverkusen –donde no jugó pero mató el gusanillo de salir al extranjero–, Palop volvió a España y se sacó el título de entrenador. Ahora le llega su gran oportunidad con la Unión Deportiva Ibiza, donde esperan que injerte su gen competidor y haga creer a los futbolistas celestes que son los mejores de Segunda B. Tiene 33 jornadas por delante y esta mañana ya entrenó con el equipo para preparar el debut de este domingo ante el Recreativo de Huelva.

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