Pablo Sierra del Sol La lucha es el deporte ancestral de los senegaleses, pero a Winde Samb Deng (Louga, Senegal, 1987) le dio por el fútbol desde bien pequeño. Sin embargo, de los luchadores que son auténticos ídolos en su país natal sacó Winde su carácter indomable y trabajador que le ha llevado a calar hondo en las aficiones del Formentera y la Peña. Winde habla de fútbol mezclando optimismo con pasión. Su amor por la pelota le viene de cuna. Su padre había sido jugador y, tanto su hermano Djilly como él, siguieron sus pasos. A finales de los noventa, se tragaban todos los partidos de la Champions y con dieciséis cambiaron de continente y consiguieron entrar en la cantera del Sevilla. De su paso por el club de Nerviónpuede contarWinde que en el vestuario del filial se sentaba al lado del desaparecido Antonio Puerta. A pocos metros de la playa de Calla Llonga nos cuenta cómo la inesperada muerte del lateral andaluz le heló el corazón. Y es que si el fútbol le deja algo a un futbolista cuando se retira es un puñado de amigos para toda la vida.

Mi padre jugó en el Ndiambour, el equipo de Louga, la ciudad donde nací. No le recuerdo jugar allí, pero siempre que voy a Senegal me cuentan historias de él. Era un central valiente, como mi hermanoDjilly, que ahora juega en el Inter Ibiza. Cuando yo era muy pequeño, mi padre se marchó a Francia, a probar, pero se lesionó la rodilla y luego vino a España. Aquí jugó en el Dos Hermanas, en Regional. CuandoDjillyy yo cumplimos dieciséis años mi padre decidió traernos a España. Él vivía en Jerez [de la Frontera] y nos llevó a probar con el Betis y el Sevilla. Los dos equipos nos quisieron fichar. Al final nos quedamos en la cantera sevillista porque los amigos de mi padre le convencieron de que esa era la mejor opción. La insistencia de Pablo Blanco [que fue capitán del Sevilla en los setenta y, desde que se retiró, es uno de los directores de la cantera de Nervión] fue fundamental para que ficháramos por ellos.

Djilly y yo somos mellizos y nos hemos criado juntos. Entrenábamos tres o cuatro veces por semana en la escuela de fútbol de nuestro barrio. El resto del tiempo estábamos jugando en la calle con una pelota. Había solamente tres balones en nuestro barrio, pero si hacía falta nos fabricábamos uno cosiendo cuatro telas. En Senegal no teníamos todo lo que queríamos pero no nos faltaba nada. Comíamos tres veces al día y siempre teníamos botas para jugar y chándales para ir a entrenar. Un año antes de irnos a Sevilla se celebró el Mundial de Japón y Corea. Fue la primera Copa del Mundo de Senegal. El primer partido se lo ganamos a Francia con gol de Bouba Diop. ¡Vaya bicho era ese tío! En África se vive el fútbol diferente: nuestra selección ganaba o empataba un partido y había fiesta hasta el amanecer. La gente se olvidaba hasta de comer. Por la diferencia horaria, me acuerdo que nos poníamos a ver los partidos a las seis de la mañana.

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Este año regresamos al Mundial. Senegal vuelve a tener buenos jugadores. A muchas selecciones africanas les ha faltado regularidad: un año podían estar muy bien y al siguiente habían bajado mucho su nivel. No era fácil que hubiese relevo generacional. A nosotros nos ha venido muy bien mandar muchos futbolistas a Francia. Equipos como el Metz tienen clubes asociados en Senegal que han podido construir su escuela de fútbol y su residencia para que los niños vivan al lado de las instalaciones deportivas. En mi época no había nada de eso. Y eso que estuve en el Yeggo, un club muy fuerte donde se presentaban doscientos niños para entrar en los equipos cadete o infantil. De allí habían salido futbolistas muy buenos y fuertes que estuvieron en la selección de 2002 y luego se marchaban a equipos como el Saint-Étienne, con el que tenían un convenio de colaboración.

Un chico africano que se va con quince o dieciséis años al fútbol europeo no sufre por dejar atrás su país y su familia. Es totalmente diferente a lo que pasa en Europa. Los chavales africanos llevan pensando en la posibilidad de marcharse desde que tienen diez u once años. Los futbolistas jóvenes de los países africanos quieren ir a Europa, ganar dinero y volver a su país para construirle a su madre una casa nueva. Es su gran oportunidad. En lugares como España, cuando un chico se va a la cantera de un club grande y deja su casa sabe que, si vuelve, va a seguir teniendo una habitación llena de juguetes.

Llevo desde los dieciséis años sobreviviendo solo en España y acabo de cumplir 31. Esa es la diferencia entre los africanos y –no todos, ojo– algunos europeos. Mi hijo, por ejemplo, juega al fútbol en las categorías inferiores de la Peña con menos presión de la que yo tenía porque a él no le falta nada. ¡Gracias a Dios a él no le falta nada, pero yo no lo tengo todo! A mí me hizo gracia cuando empezó la crisis en España hace diez años. Aquí cualquier problema se convierte en una montaña. Para mí que me falte el trabajo no es un problema de verdad. Ya encontraré algo. Lo que realmente cuesta solucionar es una enfermedad grave como un cáncer.

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Ahora es más fácil ver a futbolistas africanos con mucha calidad. Sadio Mané, del Liverpool, es un claro ejemplo. Es buenísimo. O Pape Dioup, que estaba en el Espanyol y ahora se ha ido al Eibar, que tiene talento y curra un montón. Antes, de cada diez futbolistas africanos, solamente dos o tres tenían calidad de verdad. Se trataba de cracks como Okocha o El Hadji Diouf. Cuando yo empecé, mi ídolo era Messeye Gaye, que jugó en el Ndiambour y, también en el Jeanne d’Arc, que en aquella época era el club más potente de Senegal. Él vivía al lado de mi casa y durante mucho tiempo me entrenó. Es un amigo. Cuando llegué a España, pedí jugar con el ‘14’ porque era el número que llevaba él. Un día, cuando estaba yo en Sevilla, le vi en el Canal Plus porque Julio Maldini le hizo un reportaje en El día después. Se me caían las lágrimas de la emoción. Messeye era un mediocentro de muchísima calidad. Se fue a Francia y jugó en Segunda B y, cuando lo tenía casi hecho con el Mónaco en la época de Wenger, se rompió el peroné. Luego se fue a Azerbaiyán y a Arabia Saudí. Fue un pionero. Si le llamaron a la selección en la época de Diouf, ¿algo muy bueno tenía que tener, no?

Lo primero que recuerdo de Sevilla es la ciudad deportiva del Betis. Mi padre conocía a Joaquín y fuimos a verlo a un entrenamiento del equipo. Nos lo presentaron y me regaló unas Mercury grises. Cuando se lo conté a mis amigos senegaleses no se lo creían. Yo estaba flipando porque me impresionaron sus partidos en el Mundial de 2002. Fue una lástima que fallara el penalti decisivo contra Corea porque se salió aquel día. Lo gracioso es que luego acabé en el Sevilla, pero por encima de los colores a mí me encanta el fútbol. Pepe Bernal lo sabe bien: me veo todos los partidos que puedo de todas las ligas posibles. Ahora es más fácil, pero de pequeño, en Yambú, nos juntábamos todos los amigos el fin de semana para ver L’Équipe du dimanche, un programa del Plus donde ponían todos los resúmenes de las ligas europeas. Me acuerdo que el Borussia Dortmund era muy fuerte entonces. Venían los amigos a casa porque la nuestra era una de las que tenían televisión en todo el barrio. Los martes buscábamos un lugar donde tuvieran el Plus, que era solo para los ricos entonces, para ver el partido de Champions League. No fallábamos ni una semana.

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Cuando probé con el Sevilla parecía que se me iban a caer los hombros de lo rápido que iba la pelota. Fue duro pasar del albero de la mayoría de campos de Senegal al césped natural de la ciudad deportiva sevillista. Esos partidillos son complicados cuando vienes de fuera: se hacen a final de temporada, los jugadores de la cantera están en forma y tú no, no te conocen y no te la pasan… Además, en esa época no estaban acostumbrados a jugar con negritos [ríe] ¡Algunos quizás ni habían visto un negro en su vida! En esos partidos de prueba me crucé con José Carlos Moreno, que está en el San Rafael y estuvo antes conmigo en el Alcalá, el Formentera y en la Peña. Es mi mejor amigo de aquella época y siempre me ha ayudado muchísimo. Él, además, se crió con mi mujer. Ella es senegalesa, pero vive en Sevilla desde pequeña. More me hablaba de ella: “Hay una negrita muy guapa que tienes que conocer…” Y mira lo que es la vida. Ahora tenemos hijos. Los dos son del barrio de San Jerónimo. Si le preguntas a More te dirá que se criaron en un barrio de gánsters y que de pequeño escuchaba disparos desde su casa [ríe]. Le gusta exagerar, ¿eh? Luego quiere mucho a su barrio.

Si hubiera llegado a otro sitio de España quizás me hubiera costado más adaptarme. Los sevillanos son muy abiertos y te dan conversación en cuanto te conocen. Los vestuarios son muy graciosos, siempre hay música y, con nuestro carácter, no nos costaba nada sentirnos como en casa. Yo hablaba senegalés y francés cuando llegué. Mi hermano y yo fuimos a clase con una profesora que nos encontró mi padre y aprendimos rápido, pero estar en un equipo de fútbol fue clave para integrarnos. Esa es la diferencia entre los senegaleses que vienen a España para jugar a fútbol y los que no. Nosotros somos inmigrantes, como ellos, pero estás en contacto constantemente con españoles y te adaptas rapidísimo. Con mi hermano y con mi mujer hablo de todo: castellano, francés, senegalés… Los niños lo van pillando. Mi hijo mayor habla todas esas lenguas y, también, ibicenco.

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Es más fácil salir de un equipo grande cuando acabas el tercer año de juvenil que subir al filial. Pero con dieciocho años yo tuve suerte y me subieron al Sevilla Atlético. Manolo Jiménez confió en mí y jugué varios partidos en Segunda B e, incluso, un playoff de ascenso que perdimos contra el Salamanca. En aquel equipo estaban Marco Navas, Bruno, Jonathan, David Prieto… Jiménez era un fenómeno. Te decía algo y te convencía. Le cantaban que tenía muchos cojones y era verdad. Manolo es muy grande. Para mí, uno de los mejores entrenadores que he tenido. He jugado en el Pizjuán gracias a él. Luego le subieron al primer equipo, lo hizo bien pero acabó saliendo. No es fácil entrenar en un equipo que se está haciendo grande. En el Sevilla viví desde dentro ese proceso. Se notaba que había mucha ambición en las temporadas en las que se ganaron los primeros títulos de la UEFA. Kanouté, Luis Fabiano, Dani Alves, Maresca, Poulsen, Martí, Palop, Javi Navarro… Pocos canteranos conseguían subir al primer equipo. Los que lo hacían ya no bajaban luego: Sergio Ramos, Jesús Navas, CapelPuerta fue uno de ellos.

En el filial me sentaba a su lado. Firmó con Nike muy temprano y siempre le la marca siempre le mandaba regalos. Un día me preguntó qué pie calzaba. Un 43. Pues toma, unas botas nuevas. Era muy buen tío. Cuando se metían conmigo se ponía por medio para defenderme. Le recuerdo cantando con Sergio Ramos, siempre alegre. Era un tío muy cachondo. Los partidos de la UEFA en los que él se salió, cuando le metió aquel gol al Schalke 04, los vi desde la grada del Pizjuán. El día que se desmayó contra el Getafe también estaba yo en el campo. No me lo creía, pero la vida es así. Cuando vives algo así no te da miedo volver a jugar a fútbol (la muerte, si llega, llega), pero te da rabia, lástima, pena… coraje. Antonio Puerta es la clase de persona que necesita el mundo. Creo que si siguiera aquí estaría jugando al más alto nivel. Antes de morir ya se hablaba que el Madrid iba detrás de él. Tenía mucha fuerza, era un lateral que llegaba genial al ataque.

El año que estuve en el filial metí goles [ocho] y jugué bastantes partidos [dieciocho]. Pero me equivoqué al marcharme del Sevilla. Cuando acabó aquella temporada, el club me quería hacer ficha con el C. Mi padre quería que me hicieran hueco en el B y por eso me fui. Yo habría firmado porque sabía que si lo hacía bien acabaría jugando bastantes partidos con el B: Manolo Jiménez me quería. ¡Solo tenía diecinueve años! Pero es que el destino es así: si tú no estás en un sitio es porque no tienes que estar. Quizás hubiera podido firmar un contrato con un equipo de Segunda A y ganar mucho dinero, pero eso no lo sabe nadie. Lo que sé es que estos años no los cambio por nada porque me han dado a mi mujer y mis hijos.

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Miguel Ángel Ruiz me llevó a Formentera. El segundo año subimos a Tercera. Hicieron un equipo enorme y siempre cumplieron con todo lo que prometieron. Felip Portas era un fenómeno en ese aspecto. Esa seriedad es una de las claves para que el Formentera esté donde está. Otros clubes te dejan meses a deber y luego te lo arreglan a final de temporada. Allí, en cambio, cada mes se cobraba. Los cuatro años de Luis Elcacho los acabamos entre los cuatro primeros. Fue tremendo. En nuestra época formamos un gran bloque dentro del vestuario. Recibíamos muy bien a los que llegaban cada temporada porque si te sientes bien en un equipo, das el máximo y es más fácil conseguir victorias. Y así es más fácil ganarse el pan para alimentar a tus hijos. Esa filosofía la aprendí de Diego Romero, el tío que más mandaba en aquel equipo. Dentro de unos años se valorará aún más lo que hizo aquel equipo y el ascenso que lograron a Segunda B los futbolistas que estuvieron el año pasado.

Mi momento más bonito con el Formentera es cuando metí un gol en la ida del primer partido de playoff que jugó el club. Fue contra el Cayón de Cantabria y era la primera vez que el Formentera marcaba fuera de las islas. Me marché porque sentía que mi etapa en el equipo estaba acabada. Sigo queriendo mucho al Formentera después de tanto tiempo. En la Peña estuve menos tiempo, solo dos temporadas, pero me llevo unos cuantos amigos. Ojalá se salven los dos, la Peña y el Formentera. Si repiten la próxima temporada en Segunda B, la historia para ellos será muy diferente porque ya conocerán la categoría. Lo tienen complicado, pero el fútbol está lleno de retos imposibles que se terminan logrando.

Ahora en el CD Ibiza parece que me estoy tomando esta temporada más relajadamente pero no es así. En el fútbol, macho, no hay regalos. Si vas primero en tu liga es por algo, aunque sea la Preferente. Somos un grupo de amigos que se han juntado para hacer algo grande. Eso implica entrenar duro y hacer sacrificios. Acabo de trabajar a las nueve y me voy corriendo al entrenamiento, que empieza justo a esa hora. Llego tarde pero doy el máximo. Volver a Tercera con ellos me haría mucha ilusión. Si lo conseguimos, seguro que nos divertimos mucho el próximo año.

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