@noudiari.es Es Nou Diari me pide un obituario de Johan Cruyff y yo prefiero dedicarle un “in memoriam”. Tengo suficientes elementos para hacerlo, porque soy el primer periodista español que le entrevisté cuando era el objeto del deseo del Real Madrid y del Barça. Fue en el verano de 1973, en sus vacaciones en Portugal, cuando aún deshojaba la margarita sobre si dejar el fútbol holandés o no.

Después, finalizada su etapa azulgrana de jugador, volví a entrevistarle con motivo de su sorprendente fichaje por la UD Levante, y ya, como entrenador del Dream Team, coincidí muchas veces con él y casi puede decirse que nos hicimos amigos. Hace unos meses vino a Palma invitado por IB3 TV para el estreno del documental sobre Miquel Àngel Nadal, uno de sus jugadores preferidos en un FC Barcelona que, como el actual, también encandilaba a los aficionados con su fútbol de ensueño, y yo aproveché para regalarle mi libro “Una vida de entrevistas”, en que naturalmente uno de los protagonistas era él.

Y hoy, al recibir la noticia de su muerte, he llegado a la conclusión que mi mejor homenaje a su figura es reproducir literalmente aquella entrevista aparecida en AS en su día, y que a mi modo de ver refleja en toda su extensión al personaje. Fue así:

“El 25 de abril de 1947 nacía en Amsterdam el que con el tiempo iba a ser la figura más controvertida e importante del fútbol holandés de cualquier época: Johan Cruyff. Una historia interesante, entre el fulgor y la leyenda, que se inicia a temprana edad. Hijo de unos modestos tenderos, a los dieciséis años Cruyff debutaba en un amistoso del Ajax frente al cuadro alemán del Kaiserlautern.

Hoy, desde un pedestal de dólares y de gloria balompédica, nuestro personaje contempla el pasado con satisfacción. A Johan Cruyff, como todos los genios del balón, le gusta tener momentos de “debilidad” con los periodistas, arrancar desde su ayer para reconstruir el “puzzle” que ha sido su vida de futbolista en activo. Y más si éste periodista, como era mi caso, había sido el primero en entrevistarlo para un medio español cuando todavía no había fichado por el Barcelona. Fue en Albufeira, una localidad turística de Portugal.

Yo le pillé en uno de estos momentos en el aeropuerto madrileño de Barajas. Cruyff, acostumbrado a todos los oropeles, militaba por entonces en un modesto club de la Segunda División española: el Levante de Valencia. Acababa de dejar el poderoso Barcelona, tenía el mundo en sus manos aún, por lo que nadie podía explicarse las razones de una elección semejante. El caso es que dejó la partida de dados que estaba disputando y aceptó el reto de volver sobre sus pasos, sus vivencias, sus sueños y su peculiar forma, entre romántica y mercantilista, de entender el fútbol.

Visto de cerca, revestido de sinceridad, la dimensión del “tulipán de oro” adquiere otra realidad, una nueva consideración para quien le ha conocido distante y hasta despótico en su papel de “estrella”. Johan Cruyff se sabía al final del largo camino y por eso enfocó el diálogo desde la perspectiva de “vieja gloria”, que es el modo más agradecido de hacer recuento, de atrapar en unas pocas cuartillas una trayectoria que se quiere dejar como ejemplo:

-Yo vivía a dos minutos del campo del Ajax. Todo el mundo me conocía allí y los jugadores del equipo me dejaban entrenar con ellos. Era la época en que todavía no había ningún profesional “full time”: Piet Keizer y yo seríamos los primeros. Cómo tenía condiciones para el fútbol, me ficharon: cuarenta florines a la semana (unas mil pesetas al cambio) fue mi primer contrato. A los dieciséis años jugué un partido amistoso frente al Kaiselautern y al año siguiente ya era titular junto a los Keizer, Nuninga, Swart y Grott. El debut con el Ajax, al igual que con la selección holandesa, fue un sueño, pero recuerdo un partido contra el Liverpool, en 1967, al que ganamos por cinco goles a uno, que supuso el despegue internacional del fútbol holandés.

-¿Cuándo empezó Cruyff a ser el “crack”?

-Casi desde el principio. Puede decirse que nací líder, ya que a partir de los diecinueve años mi carrera fue meteórica. Además hay que reconocer que fue mi generación de jugadores los que hicimos del Ajax uno de los clubes más potentes del mundo, cuando antes de 1965 no contaba siquiera en Holanda. A partir de este año y hasta mi marcha al Barcelona en 1973, y lo digo con orgullo, no con vanidad, el Ajax ganó siete titulos de Liga, cinco de Copa, dos Copas de Europa, una Copa Intercontinental y multitud de torneos.

-Habla de “su” generación de jugadores, así, con propiedad…

-Es que yo era el portavoz de esta generación. Había que cambiar la mentalidad de muchas cosas en el fútbol holandés, quedaban muchas reivindicaciones por hacer, tales como contratos dignos, seguridad para el futbolista frente al despotismo de los clubes, y yo era el indicado para llevarlas adelante. Conmigo no se atrevían y tanto yo como el resto de los jugadores nos aprovechábamos de la situación. Pero también tuve problemas, en especial con la Federación, ya que si sólo he sido 49 veces internacional absoluto con la selección fue debido a muchas razones… políticas.

-El despegue internacional del fútbol holandés se debe, pues, en gran parte a usted…

-No soy tan engreído como para creerme esto. El despegue se debió a muchas cosas juntas, aunque a mí me asignaran el papel de estandarte de la nueva situación. Entre lo que influyó hay que contar una generación de figuras, un importante cambio de mentalidad de los dirigentes y la llegada del profesionalismo. Con la espalda cubierta el jugador rinde más.

La nueva generación de futbolistas holandeses –Jongbloed, Van Hanegem, Suurbier, Krol, Neeskens, Swart, Muhren, Hulshoff, Rep, Haan etc.,– comandados por Johan Cruyff, que tenía un poco de la finura de Boniperti, las pinceladas de genialidad de Faas Wilkes, un atisbo del regate en largo de Di Stéfano, casi la precisión de Puskas, un parecido al dribling corto de Kopa y la seriedad de Bozsik, sorprenderían al mundo llegando a la final del Mundial de 1974. Holanda hasta entonces había sido una potencia muy modesta en fútbol, con una sola y desafortunada intervención en la fase final del campeonato del mundo de 1934, con derrota ante Suiza. Cuarenta años después, la historia había cambiado por completo y Cruyff sacó tajada de ello: llegó a la cumbre y dejó plantada a “la naranja mecánica”, que era el apodo que recibió el equipo nacional holandés por su fútbol total, implacable.

-Al Mundial de Alemania fuimos sin grandes pretensiones. Faltaba unidad entre los componentes y solo cuando conseguimos esta unidad empezamos a tener aspiraciones porque la máquina, el equipo, estaba. Pero nos faltó mentalidad de campeones, por eso perdimos la final, como acabaría perdiéndose la final cuatro años más tarde en Argentina, ya sin mí. Un Mundial no consiste en jugar bien tan sólo, es también un doscientos por cien de mentalidad de victoria.

-Llega al Mundial de Alemania siendo jugador del Barcelona…

-Una época fabulosa para mí, de las mejores de mi vida. Me sentía muy a gusto en el Barcelona.

-¿Vino por dinero?

-No. Mi marcha del Ajax se debió a problemas de envidia. Se imponía un cambio de aires y el fútbol español me interesaba como experiencia personal.

-Hasta que de repente deja la selección holandesa y el Barcelona…

-No estaba más a gusto con el fútbol en su vertiente profesional y lo dije. Me retiré un año, que fue algo muy positivo, ya que me devolvió el placer de jugar por jugar y no con la tensión de tener que ganar. Por eso marché a Estados Unidos, donde además de disfrutar jugando, tenía un programa semanal de televisión en que explicaba a los niños lo que era el fútbol.

-Dejar la selección holandesa de fútbol con el Mundial de Argentina en puertas, ¿fue un nuevo pulso con la Federación?

-Sí. A mi juicio se hacían muchas cosas rematadamente mal y lo denuncié. Puse como condición para mi vuelta al equipo que se cambiaran, en especial la enseñanza a los jóvenes futbolistas y la preparación de los futuros entrenadores, pero no me hicieron caso.

-¿Quizá porque Cruyff había dejado de ser el portavoz de una generación?

-Sí, claro. El resultado es que han desaprovechado mis consejos. El fútbol holandés está planificado como si fuera el trabajo en una oficina, falta libertad para el seleccionador, que incluso en ocasiones no puede llamar a ciertos jugadores por tener contrato con una marca comercial distinta a la que patrocima a la Federación. Una cosa de locos.

-Y ya que tenemos tantas veces en la boca la palabra Mundial, o mundo, ¿ha sido Cruyff el mejor del mundo en una época?

-No pienso en estas cosas, porque si lo hago es para enfadarme conmigo mismo, ya que esta fama ha sido una carga enorme para mí. He tenido que demostrar que era el mejor en cada partido, y eso no hay humano que lo aguante.

-¿Tenía algún ídolo de niño?

-Sí, sí… Alfredo Di Stéfano. Ha sido un futbolista completo.

-¿Y algún defensa al que odiara?

-Odiar es una palabra demasiado fuerte para el caso, pero que me hacían temblar cada vez que tenía que enfrentarme a ellos, dos, y ambos veteranísimos ya entonces: el checo Masopust y el brasileño Djalma Santos.

-¿Cómo desea que le recuerde el aficionado?

-Quiero que me recuerde como un buen jugador que ha aportado algo al fútbol, y no como un “pesetero”, que es una falsa leyenda que circula por ahí sin fundamento alguno. Lo que ocurre es que siempre me ha tocado ser portavoz de los problemas de los compañeros y esto desvirtúa las cosas propias. En España, por ejemplo, nunca he tenido sueldos mensuales ni primas por partido ganado o empatado, y sin embargo defendía a capa y espada las mejoras de estos derechos para los compañeros. Por eso la gente, seguro, debía pensar “ya está otra vez el pesetero de Cruyff pidiendo aumentos de sueldo”. Y lo comprendo. Pero quiero que quede una cosa clara: mis contratos eran siempre por una cantidad global.

-¿Y este triste final en el Levante, Johan… ?

-Para mí no es un triste final. Nunca he ido a un sitio por obligación o por necesidad, y al Levante lo elegí porque me gustaba.

-¿Por tener colores azulgrana como el Barcelona, quizá… ?

-Por eso y por ser de una ciudad española tan importante como Valencia. Me gusta España, sus gentes, el sol, el mar, el abrir la ventana y ver el cielo azul, estas cosas que hacen la vida más agradable y que quien las tiene a veces no sabe aprovechar.

La aventura española del Levante, poco clara al margen de sol y colores, acabó pronto para Cruyff, que volvió a sus orígenes con un conato de vuelta como jugador del Feyenoord de Rotterdam y finalmente como manager del Ajax.

La desgracia es que en Holanda la nueva generación de futbolistas no tiene un líder, un portavoz del carisma, la popularidad y la estima que tuvo en su día Johan Cruyff, que en fútbol lo ha sido todo, pero especialmente cocinero antes que fraile. Sabiendo labrar, eso sí, desde aquellos míticos cuarenta florines semanales de sus inicios, florín a florín, una fortuna”.

Descansa en Paz, amigo. El fútbol ha perdido un gran referente.

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