“Estamos muy contentos porque nuestros clientes vienen muy concienciados sobre cómo debemos comportarnos en los bares. Hemos establecido tres turnos, desde las seis de la tarde hasta que cerramos, para que todo el mundo pueda disfrutar de Es Mercat con la máxima seguridad y muchas personas se han acostumbrado a llamar para reservar mesa antes de venir. Creo que hemos aprendido que es posible divertirse y disfrutar de un buen momento con los amigos o la familia de una forma responsable”. Jeremías Monti volvió a sentirse completo el lunes de la semana pasada cuando levantó la persiana de su negocio –gourmet partner del Ibiza desde el pasado noviembre– el lunes de la semana pasada. Juan Olmos, su socio, y él llevan varios días haciendo de camareros en su restaurante, pero en realidad no han dejado de trabajar desde que se decretó el Estado de Alarma. Aunque cerraron el fin de semana del 13 y 14 de marzo “por precaución”, días después empezaron a ofrecer servicio de comida a domicilio. “Fue una decisión que no tenía un verdadero afán económico. Lo que buscábamos era no perder el contacto con nuestros clientes. Queríamos que sintieran que seguíamos a su lado y que la comida de Es Mercat podía acompañarles durante la cuarentena. Aún lo mantenemos y, por ejemplo, hace unos días llevamos un arroz a un amigo de la casa que vive en Sant Agustí. Estos meses han sido un reto muy duro para todos nosotros y creo que hemos aprendido a apoyarnos mutuamente. Antes de que puedan venir turistas a la isla somos nosotros los que tenemos que mover la economía local”, dice Jere.

Juan y Jere tenían previsto abrir Can Tina, una tasca canalla que ofrecerá un ambiente complementario al de Es Mercat, justo cuando empezó el confinamiento. Durante los últimos dos meses han tenido tiempo para “darle una vuelta y mejorar” algunos aspectos de su nuevo negocio, donde quieren que la afición celeste se reúna para ver los partidos que el Ibiza juegue a domicilio cuando regrese la competición. Mientras tanto, trabajan intensamente en su gastrobar. Desde que comenzó la Fase 1, lo hacen con las “diez o doce mesas” que han podido espaciar en la terraza guardando dos metros de distancia. Lo que marcan los protocolos del Ministerio de Sanidad. El lunes, cuando Ibiza entre en la Fase 2 de la desescalada, podrán ocupar el 40 por ciento del comedor y ofrecer bajo techo su fabulosa carta, basada en los productos que se pueden comprar en un mercado mediterráneo.

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En la misma situación se encuentra uno de los bares más emblemáticos de Ibiza. Los laberínticos salones del Costa volverán a funcionar a medio gas a partir de la semana que viene. Este bar es el centro neurálgico de Santa Gertrudis, un pueblo que, a su vez, marca el centro en el mapa de la isla. Desde hace un tiempo, además, era un lugar de encuentro para los aficionados del Ibiza que viven en los pueblos cercanos. Los domingos de partido, antes de baixar a Vila, varios grupos de amigos se juntaban allí para tomarse un café y comerse unas tostadas a las ocho de la mañana. Luego cogían el coche y se acercaban al estadio. Los hinchas celestes formaban parte de la amplia clientela de un bar que siempre estaba lleno. Regentado por la familia Roig desde hace medio siglo, en sus mesas bajas y sus taburetes de madera y esparto, ibicencos y turistas devoraban bocadillos de mediodía a medianoche seis días a la semana, once meses al año. “Pero el virus llegó cuando estábamos a punto de acabar nuestras vacaciones, a mediados de marzo, y no pudimos abrir. El Costa nunca ha estado cerrado tanto tiempo seguido”, explica Vicent Roig, el hijo de Pepe, el dueño; la tercera generación de su familia que se pone al frente de un bar con mucha personalidad. La que le imprimen los cuadros que cuelgan de sus paredes y las patas de jamón que cuelgan sobre la barra. Además, su hermano Pepe gestiona el Dojo Roig Pi, un gimnasio situado también en Fruitera que cedió sus bicicletas estáticas a la plantilla del Ibiza para que los futbolistas pudieran entrenarse en mejores condiciones cuando no se podía salir de casa.

Lo peor, sin embargo, parece que ha pasado. Vicent está jugando con su hija en la plaza de Santa Gertrudis. Son las ocho de la tarde, el calor de mayo ha dado una tregua y el frescor ha sentado a muchas personas en las terrazas del pueblo. “El lunes de la semana pasada fuimos tres los bares que nos animamos a abrir. La respuesta de la clientela fue inmediata. Estamos muy agradecidos de que no se hayan olvidado de nosotros. Creo que los bares somos fundamentales para que volvamos a recuperar la vida que teníamos. Hay que quitarse el miedo sin perder la cabeza. Actuar con responsabilidad es lo más importante de todo”, cuenta Vicent. Por eso, los camareros del Costa sirven los bocatas, platos llenos de tacos de queso, los refrescos, las copas de vino o los tercios de cerveza con una mascarilla cubriéndoles nariz y boca como complemento a su uniforme de color negro. Los compañeros que cortan el embutido y tuestan el pan llevan también guantes. Las cartas de plástico se han cambiado por unas pizarras. “Y las mesas se desinfectan a conciencia cada vez que un grupo de clientes se levanta”, añade Vicent, que como Jere y Juan en Es Mercat, tiene a mano un buen arsenal de productos de limpieza.

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La higiene también se ha extremado para desterrar al virus en uno de los muchos restaurantes de menú que ha vuelto a encender sus fogones. Es Riu se levanta junto a la carretera que va de Santa Eulària a Cala Llonga para dar de desayunar o comer diariamente “a muchas de las personas que trabajan en la zona”. Lo explica su propietario, José Miguel Franch, que se encarga también de meterse en la cocina. Su local ha podido reabrir porque en las dos terrazas –una frente a la carretera, la otra. detrás del restaurante– “caben muchas mesas separadas por los dos metros de distancia que se tienen que respetar”. “Es una alegría”, dice José Miguel, “poder dar servicio a los clientes de toda la vida. Los primeros días se nos hacía raro trabajar con la mascarilla puesta, pero nos hemos acostumbrado. La rutina de nuestro día a día ha cambiado, pero lo importante es seguir adelante, que todos nos apoyemos para que la isla vaya avanzando”, cuenta el cocinero, que dispone de huerto propio para llenar la despensa de Es Riu de frutas y verduras de kilómetro cero. La carne a la brasa, la paella que guisan cada jueves o la frita de pulpo son algunos de los reclamos de un restaurante que no puede ocultar su carácter ibicenco.

En las mesas de Es Riu se habla poco de fútbol estos días. “La gente está más preocupada por la economía, su trabajo, el porvenir de sus familias… Por el futuro en general. Es comprensible”, dice José Miguel. El cocinero, no obstante, es un ferviente hincha del Ibiza. De los que se dejan la garganta en cada encuentro que se disputa en Can Misses. “Ya me dicen que tengo la voz demasiado fina… Y es que parece que no, pero ya ha pasado mucho tiempo desde que fuimos al campo por última vez. No me importaría quedarme un poco ronco dentro de poco. Creo que el playoff de ascenso que veremos por la tele será una buena ocasión“, bromea José Miguel. Luego cuelga el teléfono y se mete en la cocina a preparar las comandas de la cena.

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