Sensación extraña la que ha quedado en el cuerpo al acabar una matinal también extraña en Can Misses. El primer partido con lluvia en toda la temporada en el coliseo de Vila finalizó con un empate del Ibiza que deja cierto regusto a epílogo. El de una campaña en la que se ha soñado, durante muchos momentos, con disputar un play-off de ascenso, al que, ahora sí, todo el mundo asume que se ha dicho adiós. Si los puntos hubieran quedado en casa, aún habría alguna esperanza a la que agarrarse, un “clavo ardiendo” más propio de las remontadas del Madrid que del fútbol pitiuso, pero clavo ardiendo al fin y al cabo. Con las tablas y con los dos puntos que vuelan de la isla, la percepción es de final de una era y de principio de otra. O, mejor dicho, de otra “mini-era”. La de los siete partidos que quedan para cerrar el curso de la mejor manera posible y comenzar a pensar ya en el curso que viene.

Se intuía que el agua caída del cielo sería la gran protagonista del choque, pero lo que acabó cayendo del cielo y llevándose todo el protagonismo, en este caso cayéndole a Lucas Anacker, fue la tarjeta roja más tempranera de la temporada. A los seis minutos, el meta brasileño fue expulsado y dejó a los suyos con diez. El damnificado para que entrara Álex fue un Armenteros que prácticamente no había tocado aún el balón. El Ibiza pasó a jugar con un 4-2-2-1 en el que solo tres hombres, Cirio, Perdomo y Rodado, atacaban. No le salió mal el invento a Pablo Alfaro, pues los andaluces, pese a jugar con un hombre más durante todo el encuentro, prácticamente no inquietaron la meta celeste hasta la recta final del choque. El plantel unionista, por su parte, se limitó a aguantar las pocas acometidas visitantes hasta el descanso.

Entre la lluvia y el desierto clasificatorio en el que parece instalado ya el Ibiza, Can Misses presentó la entrada más floja de la 2018-2019. No se esperaba hace unas semanas, seguro, esta imagen a estas alturas el bueno de Amadeo Salvo, quien, por cierto, celebró su cumpleaños presidiendo un palco que estrenaba asientos nuevos y pintura en sus paredes.

Ya sea porque el rival quizá no era el de otros días o porque los futbolistas se han liberado de esa “mochila” psicológica que significaba la urgencia por acercarse al play-off, pero el caso es que, con uno menos, la segunda parte del Ibiza fue quizá el mejor periodo de la era Pablo Alfaro. El equipo no solo no sufrió en demasía, sino que, con el paso de los minutos, se fue adueñando de la escena y fue, poco a poco, mereciendo la victoria. Lo intentó Raí, también Rodado, pero quién encontró el gol fue el incombustible Miguel Núñez, de cabeza. La temporada del exmallorquinista es, sin duda, de las mejores noticias del equipo este año. Si hacemos una encuesta en el estadio, rozaría el 100% de los votos a favor de su continuidad para el proyecto que viene.

Y decimos esto porque, con los play-offs ya prácticamente imposibles, uno de los alicientes de lo que queda de liga puede ser jugar a adivinar los méritos de cada futbolista para seguir o no en el equipo el curso próximo. Pablo Alfaro remueve el once cada domingo, da la sensación de andar buscando la tecla y la alineación varía en 3 o 4 piezas a cada partido. Del duelo ante el Recreativo Granada salen algunos reforzados, como Bonilla, un auténtico baluarte en la pelota parada, Provencio o Cirio, que mejoró sus prestaciones respecto a anteriores partidos.

Lo peor del encuentro fue, sin duda, la gestión del marcador a favor. El Ibiza se pasó todo el partido remando con un hombre menos y cuando consiguió el merecido premio de adelantarse, se le escurrió entre los dedos el triunfo. El técnico aragonés dio entrada, faltando 5 minutos, al capitán Verdú por Cirio, para pasar a jugar con una línea de cinco atrás. No había pasado ni un minuto del cambio, mientras los centrales aún ajustaban sus posiciones, cuando llegó el gol por la vía en la que no había sangrado el equipo en todo el partido: un centro lateral que remata solo un central incorporado al ataque. El empate noqueó a la UD, que vio como gran parte de su esfuerzo se iba por la alcantarilla. De hecho, tan duro fue el golpe que el filial del Granada, casi sin querer, a punto estuvo de llevarse el triunfo, si el árbitro (muy mal todo el partido, desorientado, cegado) no hubiera anulado el 1 a 2 en el último suspiro, aún no sabemos por qué. Eso sí, la jugada de ese segundo tanto venía precedida de una mano voluntaria clarísima de un futbolista nazarí que ni colegiado ni asistente quisieron ver.

Como decíamos, el empate deja un regusto algo amargo. Ese de algo que ha sido bonito, pero que hoy definitivamente ha tocado a su fin. Próxima parada: Don Benito. ¿Para motivarse? Pensar en lo bonita que puede llegar a ser la Copa del Rey. Que lo pregunten por Formentera.

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