Hay algo profundamente subversivo en que el tipo más tranquilo del equipo sea el que se atreva a hablar de remontadas como si estuviera pidiendo pan. Ramón Juan, catalán, portero, piel de cura pero mirada de pirata, lleva todo el año salvando partidos sin hacer aspavientos, como si pararlo todo fuese tan normal como sacar la basura.
Esta semana, con un 2-0 clavado en las costillas desde la ida en Andorra, cualquiera se escondería detrás de un discurso prudente. Pero Ramón no. Ramón sale, mira a cámara y suelta que lo van a levantar. Sin escaleta ni frase aprendida. Lo dice porque lo piensa, y lo piensa porque lo ha visto ya: siete veces han ganado por dos o más en casa. No lo dice para ilusionar a nadie, lo dice porque lo tiene apuntado en la cabeza como quien repasa de memoria una tabla de multiplicar.
Aquí no hay espacio para el “vamos con todo” ni para el “creer es poder”. Aquí hay estadísticas frías, un rival que toca pero no mata, y un portero que lleva toda la temporada con la portería tan cerrada que parece una cuenta suiza. Ramón no está para discursos motivacionales. Está para que, cuando su defensa se despiste, no se note.
El domingo no se juega un partido. Se intenta evitar una eliminación que molestaría menos si no fuera porque este equipo, durante muchos meses, ha parecido tener más fútbol que categoría. Y cuando eso pasa, jode más. Porque no es que falte nivel, es que faltó colmillo en el momento clave.
Y ahí vuelve a entrar Ramón. No para echar culpas —eso lo hace cualquiera con un micro delante—, sino para recordar que los primeros 20 minutos en Andorra fueron una apisonadora. Que se les podía haber comido. Que el problema no fue de juego, sino de instinto. Y eso, con un campo lleno y algo de rencor deportivo, se puede corregir.
La afición, que últimamente ha estado más activa en redes que en gradas, tiene su propio papel. Ramón lo dice claro: si no se nota que hay un estadio detrás, todo es más difícil. No es una súplica, es un aviso. Esto no va de ser el jugador número 12, va de hacer ruido suficiente como para que al rival le tiemblen los tobillos cuando pasen de medio campo.
¿Y el Andorra? Pues el Andorra no es el típico equipo que se encierra con un colchón de dos goles. Juegan, arriesgan, y a veces se pasan de listos. Si el Ibiza tiene media hora buena, pueden pasar cosas. Pero para eso hace falta no regalar balones, no fallar controles, no especular. Hay que ser cruel. A falta de gol, que sobre mala leche.
Ah, y sí, Ramón ha ganado el Zamora. Pero no lo menciona con brillo en los ojos. Lo nombra como quien enseña un trofeo que no sirve para nada si en junio estás viendo el ascenso por la tele. Porque aquí no se viene a batir récords individuales. Aquí se viene a subir.
La UD Ibiza llega tocada, no hundida. El domingo, en Can Misses, no se juega un milagro. Se juega un castigo al despiste de la ida. Y el que lo va a intentar liderar es un portero que habla poco, para bien. Que para mucho, para mejor. Que no promete nada, pero no deja que nadie se relaje. Si hay remontada, no será por un discurso. Será porque Ramón y diez más salieron a morder.
Y si no hay remontada… entonces tampoco habrá excusas.