Había ganas. Muchas. Y no solo en el vestuario, también en la grada, en cada rincón de Sant Francesc Xavier. El Formentera necesitaba un partido así como el aire que se respira: una victoria que hiciera de catarsis tras un arranque que había dejado más dudas que certezas. Pero este domingo, por fin, el equipo de Maikel Romero soltó amarras, levantó la cabeza y, sobre todo, sumó de tres. Un 2-0 solvente ante el Alcúdia que sabe a liberación, a golpe en la mesa y a reencuentro con la versión más reconocible del cuadro rojinegro.
Y es que, después de tres empates y una derrota, el Formentera por fin estrenó su casillero de triunfos. Lo hizo en casa, ante su gente, con una imagen seria y competitiva de principio a fin. No fue un baño, pero sí una muestra de oficio. Porque cuando hay que salir del barro, no se trata solo de jugar bonito: hay que apretar los dientes, correr más que el rival y no fallar en las áreas. Y eso fue lo que hicieron los de Maikel.
Losada fue el encargado de abrir la lata a los 15 minutos de juego. Un tanto con sabor a alivio, que desató un grito contenido desde hace semanas. El gol dio alas al Formentera, que a partir de ahí manejó los tempos del partido con cabeza y corazón. El Alcúdia amagó con inquietar, pero se topó con una defensa local muy bien plantada y con un equipo que no estaba dispuesto a dejar escapar el botín.
El segundo llegó en la recta final, cuando el cronómetro apretaba y el miedo al empate rondaba el ambiente. Pero apareció Kike Ferreres desde los once metros para poner la sentencia. Penalti y a la red. Como mandan los cánones. El tanto del futbolista rojinegro desató la euforia en las gradas, que celebraron la victoria como si fuera una final. Y no era para menos.
El Formentera, por fin, se ha quitado la espina. Ha ganado. Y no solo eso: ha convencido. Ha mostrado carácter, compromiso y una actitud que invita al optimismo. La clasificación, todavía corta, empieza a tomar forma, y los rojinegros ya miran con otros ojos el próximo reto: la visita al siempre correoso Son Cladera.
Maikel Romero lo tenía claro: era una victoria necesaria. Y su equipo respondió. Con fútbol, con alma y con ese punto de rebeldía que separa a los buenos de los que solo cumplen. El Formentera está vivo. Y ha vuelto a rugir en Sant Francesc.




















































































