El amanecer sobre Sant Josep trajo ese aire templado que sólo Ibiza sabe regalar cuando el deporte se funde con la emoción. A las nueve en punto, bajo el arco de salida, los casi seiscientos ciclistas que daban forma a la XXII edición de la Vuelta Cicloturista Ibiza Campagnolo Hï Ibiza se preparaban para algo más que una simple etapa: se preparaban para vivir una jornada de esas que huelen a tradición, a amistad y a familia.
Porque si algo tiene esta cita, es que cada pedalada está hecha de conexiones invisibles. De las que unen generaciones, clubes, viejos compañeros de equipo y nuevos amigos que llegan con la ilusión en el maillot. Entre ellos, nombres que hicieron historia en el ciclismo como Miguel Indurain, Óscar Pereiro o Joane Somarriba, junto a otros deportistas que cambiaron la pista o el circuito por el asfalto pitiuso, como Carlos Checa. Todos, sin distinciones, compartiendo la misma pasión y el mismo sueño que un día imaginó Bartolo Planells, el alma eterna de esta vuelta que este año ha sido, más que nunca, la Vuelta de las Familias.
Los primeros kilómetros serpenteaban por el interior de la isla, entre Es Fornàs y Casita Verde, con repechos que ponían las piernas a prueba desde bien temprano. Pero bastaba levantar la vista para entender que el esfuerzo tenía premio: un paisaje sereno, casi intacto, donde el sonido de las cadenas sustituía al tráfico y el único ritmo era el del corazón.
Superadas las cuestas, el pelotón voló hacia la costa, con el Mediterráneo asomando a la derecha y el rugido de los aviones saludando desde el aeropuerto. Sa Caleta, Cala Jondal, Es Cubells… nombres que suenan a verano, pero que este fin de semana hablaron el idioma del ciclismo. Allí, en el primer avituallamiento, el cansancio se disolvía entre bromas, fotos y ese ambiente de camaradería que sólo un deporte tan noble como el ciclismo sabe crear.
La ruta siguió hacia los acantilados de Cala d’Hort, donde el perfil de Es Vedrà se erigía como un gigante de piedra vigilando la marcha. En ese escenario mítico dio comienzo el tramo cronometrado, pasado el kilómetro 35. Los más competitivos apretaron los dientes, otros prefirieron saborear el paisaje, pero todos cruzaron la meta con la misma sonrisa de quien sabe que ha ganado algo más que un tiempo.
El segundo reagrupamiento, en Cala Molí, fue casi una postal: bicicletas apoyadas en las rocas, el mar reluciendo bajo el sol y algún valiente dejándose caer al agua. A partir de ahí, el camino hacia Sant Antoni fue un paseo triunfal. En el Passeig de Ses Fonts esperaba la tradicional torrada y el final de fiesta, ese punto de encuentro donde se mezclan las historias, los abrazos y las promesas de volver el año siguiente.
Pero esta edición no sólo habló de pedaladas, sino de valores. Fue la vuelta más inclusiva de todas, con récord de participación de ciclistas adaptados, tándems y handbikes que emocionaron a todos en las subidas más duras. Entre ellos, el granadino Héctor Esturillo, que volvió a demostrar que la superación no entiende de límites ni excusas. Su ejemplo, como el de tantos otros, puso en evidencia que esta vuelta no es sólo una prueba, sino una lección de vida sobre ruedas.
Y mientras los adultos disfrutaban del cierre, los más jóvenes daban su propio espectáculo en la Vuelta Cicloturista Ibiza Hermanos Parrot, que celebró su segunda edición duplicando la participación. Casi un centenar de futuras promesas rodaron en el circuito urbano de Sant Antoni, demostrando que el relevo generacional del ciclismo está más vivo que nunca.
En Ibiza, el ciclismo no se mide por tiempos ni por podios. Aquí se mide por emociones, por el compañerismo que surge en cada curva y por esa energía especial que se respira cuando todos, sin importar la edad ni la condición, pedalean en la misma dirección.
Y así, con el eco de los aplausos y el brillo del Mediterráneo como testigo, La Vuelta de las Familias volvió a recordarle al mundo que en la isla blanca no sólo se rueda: se comparte, se siente y se celebra. Porque en Ibiza, el ciclismo no termina en la meta; empieza con cada abrazo. Fotos: Jon Izeta / Jara





































































































































