0-0. La UD Ibiza sobrevive al asedio: un punto con sudor, oficio y manos milagrosas

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En tierras aragonesas, donde el viento sopla con fuerza y el césped se siente hostil para los forasteros, la UD Ibiza encontró este domingo algo más que un punto: halló señales de resistencia, de carácter, de una escuadra que, pese a las dudas del pasado reciente, no se rinde ni en el entorno más adverso. El 0-0 final frente al Tarazona tiene más fondo del que sugiere el marcador. No fue brillante ni vistoso, pero sí fue serio, trabajado y, sobre todo, salvado por un nombre propio: Ramón Juan.

El portero celeste volvió a vestirse de salvador con una actuación mayúscula, de esas que no se ven en los resúmenes pero que cimentan la confianza de un equipo. Fue él quien sostuvo el pulso cuando el Tarazona apretó, cuando la grada empujó y cuando los postes empezaron a sonar como advertencia. Ramón voló, reaccionó, achicó y mantuvo viva la esperanza insular durante los tramos más turbulentos del encuentro.

Pero esto no fue solo una cuestión de guantes. También hubo un plan, o al menos una apuesta táctica que llamó la atención desde el primer instante. Miguel Álvarez rompió el guion habitual y sorprendió con un 4-4-2, relegando por primera vez al banquillo a un Bebé que hasta ahora había sido indiscutible. Fran Castillo fue el socio de Davo en el frente ofensivo, mientras que Fede Vico y Ernesto abrieron el campo desde los costados. El experimento no resultó espectacular, pero sí funcional: el equipo ganó solidez, compitió desde la seriedad y, aunque no brilló con balón, supo resistir en los momentos clave.

El primer acto dejó claras las intenciones. El Ibiza salió a mandar con el esférico, pero el Tarazona, con ese colmillo afilado que le ha hecho sumar diez de los últimos doce puntos en su feudo, esperó agazapado y empezó a hacer daño en cuanto encontró espacios. Un libre directo de Álvaro Jiménez al palo y un cabezazo a bocajarro de Traoré que Ramón desvió con reflejos felinos dejaron claro que los aragoneses no necesitaban mucho para sembrar el caos. Por momentos, el balón parado fue una pesadilla para los visitantes, que vieron cómo cada córner se convertía en un pequeño incendio.

Aun así, el Ibiza no fue un mero espectador. También tuvo sus opciones, como una buena internada de Fran Castillo que se paseó sin remate por el corazón del área. Pero en el cómputo global, el dominio y la sensación de peligro fueron más locales que visitantes. El descanso llegó como un alivio para los de Miguel Álvarez, que incluso pidieron penalti en una acción dudosa que ni el VAR consideró punible.

La segunda mitad fue otra historia: más trabada, más física, más igualada. El Tarazona mantuvo la iniciativa, empujó con su gente y volvió a rondar el gol en una triple ocasión que pareció escrita por el mismísimo suspense. Larguero, paradón de Ramón y salvada bajo palos de Nacho. Tres vidas en una jugada que retrató la voluntad de un Ibiza que, pese a estar contra las cuerdas, nunca dejó de pelear.

El desgaste de la Copa, con los 120 minutos del pasado miércoles aún en las piernas, pasó factura en los minutos finales. El partido fue apagándose lentamente, sin fuerzas para cambios de ritmo ni claridad en los metros finales. Bebé y Müller entraron tarde, cuando ya era más tiempo de resistencia que de revolución. Y el empate se firmó casi por inercia, con ambos equipos aceptando el reparto de puntos como el mal menor.

Para la UD Ibiza, este empate no se celebra como un triunfo, pero sí se valora como una señal. Porque hubo orden, hubo sufrimiento compartido, hubo capacidad para sobrevivir en campo hostil. Y, sobre todo, hubo un portero que volvió a decir presente cuando el equipo más lo necesitaba. No es poco. A veces, construir empieza por saber resistir.

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