Amadeo Salvo se acerca al atril –previamente desinfectado– y dice: “Con todas las dificultades que uno se puede encontrar en invierno, que los dos clubes estemos en una fase de ascenso a la Liga de Fútbol Profesional, con la población que tiene Ibiza, es motivo para estar orgulloso de lo que hemos conseguido esta temporada. Yo me siento un ibicenco más y estoy enormemente satisfecho al ver cómo ha vibrado la isla con los partidos de la Peña y los nuestros. Cuando vine aquí sabía que llegaba a una isla de deporte y, sobre todo, a una isla de fútbol. El tiempo nos lo ha demostrado. A mi equipo, lógicamente, le deseo lo mejor pero también a la Peña: creo que se merecen con mayúsculas jugar este playoff. Los dos clubes vamos a intentar conseguir algo histórico”. Cuando el presidente del Ibiza toma la palabra las cinco plantas del Consell d’Eivissa están vacías. Fuera de la rueda de prensa donde habla Salvo el silencio es envolvente: podría escucharse incluso el sonido que haría un clip si se cayera de un escritorio y rebotara contra el parqué. Hay más silencio aún que durante las semanas más duras del confinamiento, cuando solo una decena de personas siguió trabajando dentro de la sede de la máxima institución insular mientras el resto de la plantilla lo hacía desde casa. La tranquilidad que reina ahora en el edificio no la impone el virus que ha puesto patas arriba al planeta. Tiene una explicación mucho más prosaica: es la una de la tarde del sábado. Día de descanso para los funcionarios y, al mismo tiempo, el momento elegido para reconocer el trabajo de los dos equipos de fútbol que llevan un año exacto inyectando ilusión a los habitantes de la isla a base de goles, paradas, remontadas, derbis, partidos de Copa del Rey o, simplemente, haciendo abdominales en el salón de casa cuando fue necesario aprender a vivir sin pisar la calle.

Es un acto sencillo en el que el president Vicent Marí desea suerte de cara al playoff de ascenso a Segunda División a dos vecinos muy bien avenidos, la Peña Deportiva, el equipo de su pueblo, algo más que una entidad polideportiva para los habitantes de Santa Eulària; y la Unión Deportiva Ibiza, un club mucho más joven que ha logrado en tiempo récord lo que parecía imposible: tocar la fibra de los aficionados al fútbol de cualquier parte de la isla. “[La fase de ascenso] Se jugará a puerta cerrada porque las circunstancias son las que son, pero queremos lo mejor para los dos clubes porque estamos convencidos de que vuestros éxitos serán de todos. Ojalá podáis ascender”, explica Marí. Tras él hablan Carmen Ferrer, alcaldesa de Santa Eulària, y Elena López, teniente de alcalde de la capital ibicenca, dos políticas que dan a entender en su breve discurso que el fútbol, como dijo Jorge Valdano, es la cosa más importante entre las cosas menos importantes de la vida. Siguiendo la línea del presidente del Consell, explican que tener a dos clubes ibicencos en el playoff de ascenso a Segunda –una fase que solamente se había jugado una vez en la historia del fútbol local, y han pasado ya 53 años– va más allá de la promoción que supone para la isla. Es un uc alegre y festivo que tiene forma de balón de fútbol. La reivindicación de que Ibiza ni cierra ni apaga las luces cuando llega el otoño porque, además de turismo, sol, playa y fiesta, esta roca mediterránea es también deporte profesional.

“Nosotros quisimos hacer un buen equipo porque en nuestras anteriores participaciones en Segunda B no habíamos podido conseguir la permanencia. Nos vimos primeros, segundos, terceros… y cuando se paró la Liga íbamos cuartos. Estoy seguro de que [en el playoff] la Peña va hacer lo mismo que durante toda la temporada: sorprender y jugar, e intentar pasar la mayoría de eliminatorias posibles”, explica Joan Marí. Cuando le toca intervenir, el presidente de la Peña alaba también al Ibiza por ser una referencia que les ha obligado a exigirse más, a ser mejores. De nuevo, compartir geografía como ventaja y no como inconveniente, como si el fútbol hubiera resucitado una vieja palabra ibicenca: reminyola. Cuando en una finca había que desgranar el maíz o pelar la almendra todos los vecinos de la zona se acercaban para trabajar desinteresadamente, igual que sigue ocurriendo en las casas donde se mantiene la tradición de la matanza. A cambio se les sentaba en la mesa y se les invitaba a comer. Així es feia reminyola (o calima, la palabra que se utilizaba en Sant Antoni de Portmany); un hoy por ti y mañana por mí que también marca la relación institucional entre los dos clubes más potentes del fútbol ibicenco. Como dice la letra de Vecino, una milonga escrita por el argentino Kevin Johansen: “Vecino, lo abrazo con estos ojos ilusionados / mirémonos bien de frente, no de costado / Yo soy aquel / Que no soy yo”.

Igual que ocurre durante los parlamentos, también se respira optimismo mientras charlan los cuatro capitanes celestes –Sergio Cirio, Gonzalo de la Fuente, Miguel Núñez y Fran Grima– con los dos jugadores santaeularienses que acuden al acto, Marc de Val y Cristian Cruz. Hay ganas de volver a jugar un partido oficial. Muchas. Lo comentan antes de que comience la recepción en el hall de la quinta planta del Consell, donde también hablan distendidamente Pablo Alfaro y Raúl Casañ. Los dos llevan cuatro meses sin ponerse delante de un banquillo y dar órdenes a sus jugadores junto a la línea de cal. Un largo paréntesis donde también han echado de menos la adrenalina que sienten cuando la pelota comienza a rodar. Ambos entrenadores fueron primero futbolistas y suelen explicar que se sufre mucho más fuera que dentro del rectángulo de juego. Si se les pregunta sobre el mérito de una victoria responderán que los protagonistas absolutos son siempre los jugadores. Ellos, y no es poca cosa, se encargan de dirigir, en la medida de lo posible, ajustándose al guión que escriben durante los días previos, esa película de hora y media de metraje que es un partido de fútbol. Un trabajo minucioso que les absorbe incluso a sabiendas de que los planes maestros no existen. Los caprichos y el azar que hacen bello al fútbol obligan muchas veces a rediseñar la estrategia sobre la marcha, a olvidarse de los diálogos e improvisar una frase magistral para reengancharse a la trama. Mientras los políticos que participan en el acto escuchan con atención y toman nota mental, el técnico del Ibiza y el de la Peña se cuentan alguna cosa sobre lo que esperan de una promoción que, por primera (¿y única?) vez se jugará a partido único y en sede fija. Un torneo imprevisible, apasionante y a prueba de voluntades de hierro; un mundialito al que solamente le faltarán aficionados en las gradas.

Los celestes dedican el domingo a hacer la maleta porque mañana vuelan a Málaga. La Peña lo hará a mediados de la próxima semana. En el equipaje de los dos clubes no faltará la foto que puso fin al encuentro en el Consell d’Eivissa. Será una especie de amuleto también, la prueba del buen rollo que se palpa entre dos equipos que rivalizan en el campo y se abrazan al abandonar el césped. Ayer, mientras se escuchaba el clic clic de los disparos de las cámaras, hubo intercambio de camisetas, regalos institucionales, bromas por los patrocinadores que adornan los uniformes de cada club y, sobre todo, deseos de buena suerte. Un retrato de familias hermanadas por la misma pasión –la pelota de cuero– y el mismo objetivo: conseguir que el fútbol profesional eche raíces en la isla más famosa del mundo. Foto: Toni Escobar

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