El ambiente en la calle ha sido de algo más que un histórico partido de fútbol. Lo ha evidenciado el gentío, abarrotando la calle Campanitx de Can Misses mucho antes de la llegada de los futbolistas al estadio municipal. Faltaban más de 150 minutos para el pitido inicial cuando la marabunta ha comenzado a formar largas colas para tratar de conseguir la mejor localidad posible, como si el diminuto campo isleño impidiera ver a las estrellas azulgranas desde alguno de sus rincones. Incluso en un hipotético gallinero hubieran brillado astros como Antoine Griezmann. Era el Ibiza y en frente tenía al Barça, no tenía pérdida.

El ruido ha sido de puro fútbol. Un músculo balompédico tremendo que ha hecho rezumar Copa del Rey a todas las calles de Eivissa desde una semana antes de un choque de trenes desigual. El público ha respondido con indiferencia a la salida de Ter Stegen y Neto al césped artificial, pocos minutos después de las 18 horas. Todavía faltaba más de media hora cuando el ‘once’ titular de Quique Setién saltó al tapete. Pitos vagos. Con AC/DC en segundo término ha saltado el Ibiza. Eran las 18.26 horas y las instalaciones ya estaban prácticamente a reventar. Había lugar para muy pocas almas. Ninguna tras el pitido inicial.

Después de la amenaza de tormenta, la lluvia seguía dando tregua a la afición cuando han comenzado a repiquetear las castanyoles de la Penya Payesa, ese símbolo tan característico de la grada ibicenca. Uno de esos rasgos que sí son diferenciadores de la isla futbolística y no los dichosos imagotipos de salas de fiestas. Una vez más, puro fútbol.

El campo ha empezado a desgañitarse sin fisuras tras el gol de Javi Pérez. Nueve minutos y el guion dejaba entrever un sueño más largo de lo esperado. Daba una tregua, una ventaja de un gol. No estaba todo perdido. “Força Eivissa, alé alé”, para aquí y para allá. Quince minutos y el Barça todavía no había inquietado el marco de Germán. Un menudo aficionado mira incrédulo a su padre segundos antes de que González Fuertes anule el 2-0 de Rodado. “Ha sido falta”, le consuela a él y a toda una fila de espectadores.

La afición celeste cuenta cada segundo y se marea manteniendo la respiración cuando la lluvia hace acto de presencia, como si tratara de llegar al fondo del mar sin respirar. Son gotas casi imperceptibles, igual que el miedo local, que conoce de sobra el potencial y la historia azulgrana. Por eso se celebra hasta el más rudo zapatazo al balón. Aunque el punterazo vuele metros por encima de la cabeza del compañero. Y se celebra, también, cuando Raí manda la pelota al poste y Rodado casi marca en el rechace. Lo para Neto. “Sí, se puede”, una vez más.

Tres miembros de la Peña Payesa han puesto el toque folclórico en el descanso con una muestra de baile payés. Una demostración de tradición ibicenca que ha sacado por momentos del sueño a la grada, incapaz de discernir si era más profundo el suyo o el de los futbolistas dirigidos por Quique Setién. Nadie podía creer que lo que se estaba viviendo era real y las risas cómplices se han sucedido entre políticos y autoridades en el palco. Esta vez no faltaba nadie.

Salvadas las primeras acometidas, los timonazos del Ibiza seguían llevando a la embarcación de Salvo a buen puerto. La afición ha empezado a hacer la ola en el minuto 65, como si temiera no tener una oportunidad así en la vida. Había que aprovechar hasta el final, exprimir el momento. Ha sido un gesto más de incredulidad, de fascinación, que de júbilo. La misma grada que ha entendido como normal el gol de Griezmann. Era lo esperado.

“¡No ha hecho nada en todo el partido!”, ha bramado un aficionado. No le faltaba razón, ya que el francés ha estado lejos de ser la estrella por la que apostó con decisión la directiva de Josep Maria Bartomeu. Un manto fino de lluvia se ha ido intensificando y ha empapado de temor los nervios locales. Se palpaba el desastre detrás de cualquier latigazo: un córner, un saque de banda, una falta… Todo era susceptible de desencadenar la tragedia.

Agotados los cambios, el deseo era unánime: “Vamos a la prórroga, por favor”. Ni con favor ni sin. El partido ha quedado visto para sentencia cuando el agua ha comenzado a empapar las mejores galas pitiusas. Lo ha liquidado Griezmann, una vez más. Un segundo gol que ha firmado un guion muchas veces repetido, ese que narra una historia en el que el grande, sin merecerlo, se merienda al pequeño. “Me voy a abonar”. Una noche épica que parece el prólogo de un futuro glorioso. O eso parece.

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