Hay goles y goles. Y luego está el primer gol, ese que no se olvida nunca, que se graba en la memoria como un tatuaje en el alma futbolera. Pregúntenle a cualquier jugador, desde los de Primera hasta los que cuelgan las botas en cadetes. Todos recuerdan su primer gol como si hubiera sido ayer. Algunos lo marcan en su debut, otros en el segundo partido… y luego está Nico, que lo ha peleado durante tres temporadas, a pico y pala, como buen obrero del lateral.
Este jueves, festivo por el Día del Trabajador, el campo de Santa Gertrudis fue escenario de algo mucho más especial que un resultado abultado. Porque a veces, el marcador es lo de menos cuando el corazón se desborda de alegría. Nico, jugador de la UD Ibiza Alevín C, escribió su nombre en la historia más bonita del fútbol base: marcó su primer gol, y no fue un gol cualquiera. Fue un gol que venía gestándose desde hace años, un gol buscado con fe, constancia y muchas carreras por la banda.
Y eso que Nico no es delantero, ni mediapunta, ni esos que siempre están en la foto. Nico es de los que sudan por el equipo, de los que doblan esfuerzos y doblan rivales, de los que no se quejan y nunca se rinden. Un carrilero de raza, de esos que tienen el alma pegada a la línea de cal y que si hace falta vuelven en sprint para tapar el segundo palo. Por eso su gol tuvo sabor a victoria épica. Porque no fue casualidad. Fue merecimiento puro.
Corría el minuto 47, el partido iba 2-6, y mientras algunos en la grada ya pensaban en la paella post-partido, Héctor, el compañero de las asistencias de dibujos animados, se inventó una espuela de videojuego. Nico, que ya había doblado la jugada como un tren de mercancías sin frenos, se encontró con el balón como quien encuentra un tesoro escondido bajo una piedra. No lo dudó. Controló, levantó la cabeza y zapatazo seco, potente, con destino a la red. El portero local apenas pudo reaccionar. Era el 2-7, pero para el alma de Nico valía como una final de Champions.
El banquillo estalló. Los compañeros se lanzaron como si hubieran ganado la liga. Porque todos lo sabían: faltaba ese gol. El gol de Nico. El gol que todos esperaban. Había sido tema recurrente en entrenos, bromas de vestuario, cábalas de cuándo llegaría… y llegó. Y no en cualquier día, sino el Día del Trabajador, con varios obreros de verdad levantando muros al borde del campo… y otro trabajador silencioso, incansable, levantando sonrisas sobre el césped.
La grada, mientras tanto, entró en modo terremoto. Los padres botaron, saltaron, aplaudieron, incluso hubo alguno que se abrazó con quien tenía al lado sin saber muy bien quién era. Pero daba igual, porque el fútbol base tiene esa magia: une, emociona y arranca lágrimas sin avisar. Los papás de Nico, claro, directamente levitaron. Tres temporadas esperando ese momento. Tres años de carreras, viajes, madrugones, ropa embarrada y meriendas en el coche. Y por fin, la recompensa. Porque como bien dice la fecha, el esfuerzo de los trabajadores acaba teniendo su premio.
Y por si faltaba un toque de guinda, ahí estaba Jess, la videógrafa extraoficial pero omnipresente del equipo, con su móvil siempre encendido, cazando momentos. Y vaya si lo cazó. Captó el gol. El primero. El histórico. Desde la espuela mágica de Héctor hasta el disparo de Nico y la avalancha de abrazos de sus compañeros. Todo, absolutamente todo, quedó inmortalizado en vídeo. Ya hay documento oficial. Esa grabación vale oro. Está destinada a repetirse una y otra vez en móviles, televisores, grupos de WhatsApp, cumpleaños, cenas familiares y, probablemente, alguna boda dentro de unos años.
Habrá goles más bonitos, sí. Más importantes, quizás. Pero ninguno será tan tuyo, Nico, como este primero. Porque el primer gol no se mide en metros ni en rivales, se mide en emoción, en piel de gallina, en abrazos sinceros. Es el gol que convierte a un niño en goleador y a un campo cualquiera en el Camp Nou de tu infancia. Es ese instante mágico que se recordará en familia, en los entrenos, en la memoria del equipo y en el alma de todos los que estuvieron ahí.
Y así, entre jugadas de dibujos, padres emocionados, móviles en alto y compañeros desbordados de alegría, el fútbol base volvió a demostrar por qué es la esencia más pura del deporte. Donde el marcador importa menos que las historias que se escriben. Donde cada gol es una conquista. Donde un carrilero llamado Nico se convirtió, por un día, en el delantero más feliz del mundo.
¿Quién dijo que los jueves eran aburridos? En Santa Gertrudis, uno será recordado para siempre.