En una isla acostumbrada a pelear contra mareas más grandes, el Formentera vivió este domingo una de esas jornadas que dejan cicatriz. El Municipal vibró como en las grandes ocasiones, con más de un millar de gargantas empujando en un último intento por rozar el cielo. Pero el sueño del ascenso directo a Segunda RFEF se desvaneció con un zarpazo certero del Poblense, que se llevó el partido (0-1) y, con él, el premio mayor de una temporada que los rojinegros habían peleado hasta el último suspiro.
No ha sido una derrota más. Fue el tipo de revés que duele en lo deportivo, pero también en lo emocional. El equipo de Maikel Romero llegaba a la jornada final sabiendo que solo valía ganar. El guion era sencillo en apariencia: asaltar el liderato en casa, ante su gente, y conquistar un título que habría recompensado meses de entrega, esfuerzo y sacrificio. Pero el fútbol, con su inagotable capacidad de ser impredecible, escribió una historia diferente.
El Formentera empujó con alma. Durante buena parte del encuentro, se jugó en el terreno que más convenía a los locales. Ritmo, posesión y presencia. Pero faltó el veneno en los últimos metros, ese instinto que decide campeonatos. Y el Poblense, paciente y frío como el visitante que conoce su oficio, aguardó su momento. Lo encontró en una transición, en un contragolpe de manual que castigó un error y dejó a los pitiusos sin margen de reacción.
El gol, tardío pero letal, fue un mazazo. No solo cambió el marcador, sino el tono de un estadio que pasó de la euforia contenida al silencio amargo. Porque más allá del resultado, lo que dolió fue la sensación de que el ascenso estaba al alcance de la mano. Pero se escurrió justo cuando parecía más cerca. Así de cruel puede ser el fútbol, sobre todo cuando se juega al límite de lo posible.
Con la derrota, el Formentera cierra la liga en segunda posición. Un lugar que, en otras circunstancias, podría considerarse meritorio. Pero que hoy sabe a poco, porque en juego estaba mucho más que una clasificación: estaba el sueño de volver a codearse con los grandes, de llevar al escudo más alto, de celebrar en casa una gesta.
Ahora, el camino continúa. El equipo tendrá que rehacerse a toda velocidad para afrontar un ‘play-off’ que no da tregua. Constància, Porreres y Penya Independent esperan en una pugna feroz por ese último billete a la Segunda RFEF. Y aunque el golpe recibido sea duro, Formentera sabe lo que es levantarse. Ya lo ha hecho antes.
En el fútbol, las grandes victorias a menudo llegan después de las derrotas más dolorosas. Y en esa idea se sostiene hoy el corazón de una afición que, pese a la caída, sigue creyendo. Porque mientras haya lucha, el sueño sigue vivo.