No siempre gana el que más lo busca, ni el que mejor juega, ni siquiera el que más aprieta los dientes. A veces, el fútbol —ese amante caprichoso— se entrega al que menos se lo merece, como ocurrió este sábado en el Municipal de Porreres. Allí, la SD Formentera se dejó el alma, el sudor y un disparo al palo, pero se marchó con un 1-0 en contra que no hace justicia a lo visto sobre el césped. Un marcador tramposo, de esos que no reflejan la película real.
Porque los de Maikel Romero, con sus camisetas rojinegras cargadas de coraje, salieron a tantear al rival como quien prepara una tormenta. Empezaron con cautela, sí, pero bastó que se soltaran los primeros amagos de fútbol serio para que el Formentera se hiciera dueño del balón. Marcos, desde el corazón del campo, manejaba los hilos con pausa de veterano y mirada de francotirador. Górriz, marcado como si llevara dinamita en los pies, atraía defensas como un imán. Y Madariaga, el más suelto de la banda, encendía las alarmas con cada disparo.
Pudo caer el primero tras un zapatazo desde fuera del área que obligó a Rivas a volar en horizontal. Pero en esto del fútbol, cuando perdonas, lo pagas. Y el Porreres, que hasta entonces había resistido con las uñas apretadas, encontró oro en una jugada suelta antes del descanso. Canario —nombre de ave, instinto de tiburón— remató en el área pequeña y metió la única que tuvieron. Eficacia clínica frente a un Formentera que generaba sin parar pero no concretaba.
La segunda mitad fue un asedio sin poesía, con el Formentera empujando a martillazos. Chabo cabalgaba por la banda como un corcel desbocado, y Madariaga, otra vez él, rozó el gol con un remate al palo que heló los corazones visitantes. Górriz lo intentó de falta. Loren rozó el empate. Álvaro casi se lo inventa desde un rincón imposible. Pero el balón, caprichoso, no quiso entrar.
Y mientras los mallorquines cerraban filas como en una película de romanos, los rojinegros seguían picando piedra. Porque este equipo no sabe bajar los brazos. Porque este grupo de guerreros con ADN pitiuso se ha ganado el derecho a soñar en voz alta.
La vuelta será otra historia. Sant Francesc espera con las puertas abiertas, con las gradas listas para rugir y con el sol como aliado. El Formentera tendrá el balón, tendrá su gente y, sobre todo, tendrá memoria: saben que fueron mejores, saben que merecieron más. Y cuando uno juega con la certeza de la injusticia en el bolsillo, suele morder más fuerte.
Queda un partido. Y si el fútbol tiene un mínimo de decencia, en Formentera habrá fiesta.