El Class viaja al infierno con ganas de prenderle fuego

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Esto ya no es una serie de partidos. Esto es una guerra callejera con código de honor, con sangre fría en los libres y fuego en las muñecas. El Class Bàsquet Sant Antoni ha dejado de ser un equipo simpático de la isla para convertirse en un escuadrón con la mirada envenenada y la tabla de salvación entre las manos. El domingo, a las 12 del mediodía, se juega en Melilla algo más que 40 minutos: se juega una vida. La ida de la final por el ascenso a Primera FEB. Una categoría que ya acariciaron con las yemas el año pasado antes de que Morón les metiera un gancho de esos que duelen toda una temporada.

Pero los de Portmany no son de los que se quedan en la lona. Se levantaron con la mandíbula apretada, se armaron hasta los dientes y han vuelto con el machete entre los dientes. Porque este año no han venido a competir. Han venido a conquistar. 20 victorias en la fase regular. Exhibiciones lejos de casa. Mentalidad de camión blindado. Y, sobre todo, un equipo con alma, con calle y con memoria.

Melilla será un hueso. Duro, amargo, de esos que cuesta masticar incluso con hambre. Tienen músculo, billete y rotación de lujo. Bases con callo de años en ligas grandes, exteriores con más recursos que un trilero en Gran Vía y un juego interior que podría levantar un edificio entero solo con bloqueos. Pero el Sant Antoni ya ha demostrado que no necesita presentación. En Azpeitia les dejaron secos. En El Prat, los convirtieron en ceniza. No hay cancha que les dé miedo. Y aunque en Melilla sólo hayan perdido un partido en casa este año, que nadie les venda el cuento de la fortaleza inexpugnable. Barrio y los suyos no creen en cuentos, creen en parciales.

El plan es sencillo: salir vivos. Sea como sea. Aguantar el chaparrón. Leer el ritmo. Castigar en transición. Y que la vuelta en Sa Pedrera sea una auténtica olla a presión con aroma a historia. Porque el infierno ibicenco está listo. Pantalla gigante este domingo para ver el choque desde la isla, venta de entradas disparada para la vuelta, y una afición que lleva un año con el corazón en modo rebote.

Este club está donde quería. Donde se propuso estar hace doce meses, cuando la frustración era el único combustible. Hoy, la motivación no necesita gasolina: va sola. Quedan dos partidos para cruzar la puerta grande. Uno en Melilla, otro en casa. Noventa minutos, tal vez menos. Sudor, defensa, ritmo y fe.

Y si hay que jugarse el alma en el alambre, que sea con los portmanyins de cara al sol. Porque este equipo tiene calle, tiene clase y tiene lo que hace falta para escribir su nombre donde siempre quiso estar: en la Primera FEB.

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