No siempre gana el que más lo intenta. A veces el fútbol, tan caprichoso como cruel, le da la espalda al que se deja el alma. Este domingo, el Formentera cerró su temporada con un golpe seco al pecho: derrota por 0-2 frente al Porreres y adiós al ascenso a Segunda RFEF. La eliminatoria se resolvió con un global de 0-3 que duele más por las formas que por los números. Porque lo cierto es que el equipo rojinegro lo intentó, lo peleó y nunca bajó los brazos. Y aun así, no fue suficiente.
El Municipal se tiñó de esperanza desde el primer minuto. El equipo de Maikel Romero salió con intención, con hambre, con la energía de quien sabe que no hay mañana. Sin ser un vendaval, el Formentera fue mejor durante buena parte del primer tiempo. Más activo, más incisivo, más vivo. Se asomó varias veces al área rival con peligro, aunque las ocasiones claras fueron contadas. La fortuna, eso sí, no quiso saber nada de rojinegro: un poste y un portero rival en estado de gracia desactivaron los gritos de gol que ya se mascaban en la grada.
Y como si todo eso no bastara, el partido tuvo su dosis de polémica. Corría el minuto 18 cuando Rodri, del Porreres, soltó una entrada con los tacos por delante que encendió los ánimos. El colegiado mostró amarilla, pero en la isla aún hay quien piensa que era jugada de expulsión. Quizás con otro criterio, otro partido. Pero no hubo indulgencia.
Pese al revés, el Formentera no aflojó. Empujaba con más fe que claridad, pero lo hacía. Hasta que, en el último suspiro del primer tiempo, el Porreres sacó petróleo de la nada. Un córner aislado, un despiste, y el balón terminó en la red. Un gol de esos que no sólo suben al marcador: bajan la moral y cambian el ánimo de un vestuario entero.
La segunda parte arrancó con un equipo local obligado a remar contracorriente. Y aunque lo intentó, ya no era el mismo. El Porreres, más cómodo con el resultado, empezó a gestionar los tiempos, a medir sus esfuerzos, a jugar con cabeza fría. Aun así, avisó primero con una falta directa que Rafa Soriano despejó como pudo. Y al poco, el segundo mazazo: otra vez Rodri, esta vez con un disparo escorado que entró como una daga. 0-2 y la eliminatoria prácticamente sentenciada.
El Formentera, fiel a su espíritu, no tiró la toalla. Loren tuvo la mejor ocasión para meterse de nuevo en el partido, pero volvió a aparecer el portero mallorquín para negarle el gol. Y a partir de ahí, lo de siempre: el tiempo convertido en enemigo, los nervios, la prisa, la impotencia. Más cerca estuvo el 0-3 que un tanto del honor.
Cuando sonó el pitido final, el silencio se mezcló con los aplausos. Porque más allá del resultado, la gente supo ver el esfuerzo. Esta isla, pequeña pero orgullosa, volvió a demostrar que su fútbol tiene alma. Se fue el ascenso, sí. Pero no se va el orgullo, ni las ganas, ni la fe.
Formentera no sube, pero no se hunde. Porque este equipo no es sólo lo que ha hecho este año, sino lo que está construyendo. El camino continúa. Y si algo ha dejado claro esta temporada es que el proyecto tiene cimientos y corazón. Toca levantarse, mirar al frente y volverlo a intentar. Porque aquí nadie se rinde.