Una batalla épica que se escapó en la moneda al aire

0
237

No hay relato más ingrato en el deporte que el de una gesta incompleta. Cuando todo parece apuntar al milagro, cuando el esfuerzo roza la heroicidad y el público empuja como un sexto hombre desesperado por ver historia, pero el desenlace termina abrazando al otro. Eso ocurrió en Sa Pedrera, donde el Class Bàsquet Sant Antoni firmó una noche de baloncesto que rozó la leyenda y acabó sumida en una de esas derrotas que dejan cicatriz.

El marcador decía que el equipo ibicenco debía levantar 22 puntos ante un rival como Melilla, curtido en mil batallas y con la mirada puesta en el ascenso. Y lo hizo. Lo hizo con sudor, con defensa, con corazón. Lo hizo con una grada desbordada, convertida en caldera emocional, y con un grupo de jugadores que parecía poseído por una voluntad inquebrantable. No solo remontaron, sino que llegaron a ponerse 24 arriba. Lo improbable ya era real. El ascenso no estaba a la vuelta de la esquina: se podía tocar con la yema de los dedos.

Pero el baloncesto, como la vida, tiene su ironía. Es un juego de momentos, de decisiones mínimas que pesan como gigantes. Un par de tiros libres que no entraron, un triple con tabla que pareció un susurro del destino, una falta en el momento menos oportuno. Y la prórroga, ese tiempo extra que a veces se vive como regalo y otras como castigo. En esta ocasión, fue lo segundo.

Con De La Rúa eliminado por personales y Smith en idéntica situación, la estructura del Sant Antoni se tambaleó. Sin base puro, con la gasolina en reserva y la cabeza aún buscando respuestas, Melilla aprovechó su oportunidad. No con superioridad absoluta, pero sí con la experiencia de quien sabe cerrar partidos. La moneda cayó del otro lado. Otra vez.

Pero si algo quedó claro es que este equipo no es una anécdota, ni un proyecto pasajero. Lo que ha construido David Barrio al frente del banquillo es una declaración de intenciones: Sa Pedrera ya no es una pista más. Es un fortín. Es una cuna de baloncesto de verdad. El Class no se ha quedado corto: ha superado expectativas, ha hecho soñar a una isla entera y ha demostrado que en Ibiza también se puede hablar de baloncesto en mayúsculas.

Ahora toca digerir la amargura de una derrota cruel, sí. Pero también toca mirar el camino recorrido. Dos temporadas de crecimiento sostenido, de identidad forjada a base de convicción, de poner a Sant Antoni en el mapa nacional. El deporte no siempre recompensa el mérito en el corto plazo, pero tarde o temprano, el trabajo bien hecho encuentra su premio.

El ascenso se esfumó, pero el respeto ya está ganado. Y con eso, el próximo salto parece una cuestión de tiempo. Porque este equipo, pese a la moneda al aire, ya ha demostrado que está hecho para competir con los grandes. Y volverá. Vaya que si volverá.

No hay comentarios

Dejar respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.