No se le da bien a la UD Ibiza jugar lejos del mar. Otra vez, como tantas este curso, el equipo se perdió en la montaña. En un estadio pequeño y con trampa como Encamp, los celestes se dejaron media vida en el camino al ascenso. Cayeron 2-0 frente al FC Andorra y ahora están obligados a levantar la eliminatoria en casa, donde todavía creen que todo es posible, aunque el viento ya sople en contra.
Fue un partido con aroma de ‘play-off’, con el cuchillo entre los dientes desde el pitido inicial, pero también con esa tensión que saca a relucir los defectos. Y la UD Ibiza tiene unos cuantos cuando se aleja de Can Misses. Ni pólvora en ataque, ni firmeza atrás. A eso se sumaron las ausencias clave —algunas pesaban como losas— y un Andorra que supo cuándo acelerar y cuándo dejar que el reloj hiciera su trabajo.
El arranque fue engañoso. El equipo de Paco Jémez salió a morder, con presión arriba y la intención clara de mandar. Bebé y Mo Dauda asomaron por los costados, Javi Jiménez se animó con una llegada peligrosa y durante un rato pareció que los ibicencos iban a imponer su guion. Pero ese empuje inicial fue humo. En cuanto los locales descubrieron la espalda de los laterales, el decorado cambió.
Con poco, el Andorra fue encontrando grietas. Y en la primera que tuvo clara, la aprovechó con precisión de cirujano. Álvaro Martín puso un pase con tiralíneas a Casadesús, que se coló por el carril derecho como Pedro por su casa y asistió a Cerdá. El remate, seco y al palo, hizo inútil la estirada de Ramón Juan. Golpe frío, directo a la mandíbula (1-0, min. 20).
A partir de ahí, todo se hizo cuesta arriba. El Ibiza perdió la brújula y el control del balón. Los cambios tácticos no surtieron efecto, y el Andorra, sin hacer demasiado ruido, olió sangre. Antes del descanso, Lautaro aprovechó otra descoordinación defensiva para fusilar el segundo, tras un centro quirúrgico desde la izquierda. Un 2-0 doloroso que desnudaba a los celestes en el momento más delicado de la temporada.
En la segunda parte, más de lo mismo. Mucho balón, poca profundidad. El Andorra se replegó sin complejos y administró su ventaja con oficio. Jémez movió el banquillo, buscó fórmulas, cambió el dibujo… pero nada. El equipo seguía igual de plano, sin chispa y con las ideas confusas. Apenas un par de intentos sin mordiente, algún intento lejano sin dirección y alguna cabalgada aislada de Bebé que no encontró rematador.
Ni el paso de los minutos ni los cambios agitaron el avispero. Ni siquiera cuando Mo Dauda habilitó a Bebé con espacio, apareció la claridad. Todo se hacía espeso, previsible, sin ritmo. Y mientras, el Andorra amenazaba con matar la eliminatoria a la contra, aunque perdonó el tercero en una clarísima de Luismi que no supo definir.
Así se cerró la ida. Con el Ibiza desdibujado, sin respuestas y con la sensación de haber desaprovechado una bala. Ahora, todo o nada en Can Misses. El equipo necesita dos goles para igualar la serie y forzar la prórroga. No es imposible. Pero la versión que ofreció en Andorra no alcanza. Hará falta más fútbol, más fe y menos concesiones. El ascenso aún no está perdido, pero ya no hay margen para tropezar.