Entre las dudas del presente y la sombra del “casi”

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Hay ruedas de prensa que no se limitan a los titulares. A veces, lo que realmente importa no se encuentra en las frases preparadas, sino en el poso de sinceridad que deja un técnico cuando, más allá de lo táctico, se desnuda emocionalmente ante los micrófonos. Eso fue lo que ocurrió con Paco Jémez en la previa del duelo de esta tarde (16:00 horas) ante el Alcorcón, un encuentro decisivo para calibrar las opciones reales de la UD Ibiza en su pulso por el playoff. No habló solo del rival, ni del planteamiento. Habló de frustración, de desgaste, de una temporada que ha dejado más heridas que sonrisas.

La UD Ibiza llega a la recta final del campeonato en tierra de nadie: sin el premio del liderato, pero con la ilusión encendida de colarse en los playoffs por la vía del segundo puesto. Una lucha que, según su entrenador, no debería haberse complicado tanto si el equipo hubiese evitado tropiezos contra los más débiles del calendario. Una autocrítica poco habitual en tiempos donde el discurso triunfalista suele imponerse, pero que refleja con crudeza la realidad del conjunto celeste: un equipo capaz de lo mejor y lo peor, pero que ha regalado demasiado.

La semana fue caótica. Un viaje de regreso que se convirtió en odisea, con vuelos cancelados y cansancio acumulado. Entrenamientos a medio gas, sesiones de recuperación más psicológica que física, y un vestuario que sigue intentando recomponerse tras cada contratiempo. No es la mejor antesala para medirse a un Alcorcón que, lejos del ruido de la clasificación, llega sin urgencias pero con ese aire de amenaza silenciosa que tienen los equipos liberados.

Y es que, como bien analizó Jémez, cuando un rival ya no se juega nada, puede jugarlo todo. Sin presión, sin ansiedad, sin el vértigo del descenso. El Alcorcón ha cambiado desde aquel primer cruce: nuevos nombres, otra filosofía, menos pelotazo y más balón al pie. Es el tipo de rival que obliga a la UD Ibiza a madurar sus ataques, a no precipitarse. La pausa, ese elemento tan olvidado en los partidos a vida o muerte, será clave si los ibicencos quieren hacer daño en campo contrario.

En ese contexto, el técnico optó por cerrar la persiana de su alineación. Se acabaron las pistas, se acabó el juego de mostrar las cartas antes de tiempo. Una decisión más emocional que estratégica, un reflejo del hartazgo de quien ha sentido que ha dado más información de la que recibió en otras plazas. En el fondo, una anécdota más de un año agotador.

Pero quizá lo más punzante fue su mirada hacia la grada. El eco constante de un Can Misses que no siempre ruge como debería, de una afición que aparece y desaparece como la marea. Jémez no lo dijo con rencor, sino con una mezcla de resignación y deseo: el deseo de ver el estadio como en las grandes noches, el deseo de que el esfuerzo de sus jugadores no se pierda en la indiferencia. Porque, si algo ha tenido este grupo, según su entrenador, es compromiso. Aunque no haya sido suficiente para ser primeros, ha sido heroico para no hundirse.

El próximo duelo ante el filial del Atlético será otra final, pero antes hay que sumar frente al Alcorcón. Y no se trata solo de puntos. Se trata de recuperar sensaciones, de encender una chispa que despierte a la isla. Porque si algo dejó claro esta semana el banquillo celeste es que no hay fórmulas mágicas, pero sí una certeza: o se empuja todos juntos, o el sueño se apaga en silencio.

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