En Ibiza no hay primavera. Hay un salto directo a lo salvaje. Lo saben bien los que pisan el tartán del Sánchez y Vivancos con la mirada afilada y los gemelos tensos como cables de alta tensión. Mañana, desde las cinco de la tarde, no se hablará de playa, ni de DJs, ni de brunchs para turistas deshidratados. Lo que habrá en Can Misses será otra cosa: pura necesidad de correr, de volver, de demostrar.
Esto no es un meeting al uso. Aquí nadie viene a trotar. Se viene a ponerse a prueba, a medir hasta qué punto el cuerpo responde y cuánto falta para que esté al nivel de lo que viene después. Y lo que viene después no es moco de pavo.
Quique Llopis tiene cara de que no le gusta perder ni a las canicas. Viene con 13.36 en la mochila, recién traído de China, y con la intención de usar el viento ibicenco como trampolín para su gran objetivo: septiembre, Mundial, Tokio. No le interesa tanto la marca de mañana como la sensación. Si al acabar se le hinchan los pulmones y le pican las piernas, sabrá que va por buen camino.
Pero claro, enfrente estará Asier Martínez, que no se dejó ni un pelo en el cepillo desde que decidió tomarse esto en serio. El navarro no es precisamente simpático cuando pisa la pista. Competitivo hasta la médula, quiere repetir lo que casi logra aquí hace un año: salirse de la tabla y recordar a todos que la élite no se negocia, se impone. Mañana habrá duelo, sí, pero también algo más: un cruce de caminos entre dos tipos que no han venido a saludar.
El atletismo, a veces, es injusto. Te quita sin avisar. Una lesión y desapareces del mapa. Pero también tiene memoria, y cuando alguien como María Vicente vuelve a pisar una pista tras catorce meses fuera, se nota en el ambiente. No hace falta ni que salte. Basta con verla calentar para que el público se enderece en la grada.
No viene a marcar, viene a reconocerse. A probarse en vallas y en longitud. A ver si su cuerpo y su cabeza vuelven a bailar la misma música. Y aunque haya Mundial en el horizonte, ahora mismo solo importa una cosa: sentir que está de nuevo en casa. Porque eso es lo que tiene Ibiza: que te abraza cuando más lo necesitas.
Lucía Pinacchio no necesita discursos. Su forma de correr dice todo lo que hace falta. Va de menos a más, como si llevara una bomba de relojería en las piernas. En los 800 no hay margen para equivocarse, y ella lo sabe. El año pasado enseñó los dientes, y este año parece que ha vuelto con más hambre todavía. No hay drama ni épica, solo una chica decidida a meter miedo en la última curva.
El resto, puro regalo
Hay otras pruebas, claro. Hay salto, hay velocidad, hay jóvenes que quieren ganarse un sitio y veteranos que todavía tienen algo que decir. Pero el foco está bien repartido. Porque el Meeting Toni Bonet va de pulsos acelerados, de competir sin maquillaje, de dejarse algo en la pista.
Aquí no se va a hablar de “postales con encanto” ni de “marcos incomparables”. Basta. Ibiza es mucho más que eso, y lo demuestra organizando un meeting con identidad, sin pretensiones vacías. Se celebra el 50 aniversario del Club Atletisme Pitius, pero esto no es una fiesta. Es una cita seria. Bien organizada, con cariño, pero también con exigencia. Se nota que hay gente que se deja la piel para que esto funcione.
Y eso es lo que convierte al Meeting Toni Bonet en lo que es: no un evento más en el calendario, sino un punto de encuentro necesario. Donde el atletismo se sacude la rigidez de los grandes estadios y se permite ser de verdad.