Hay lugares que no se explican, se sienten. Formentera es uno de ellos. Una isla que no necesita levantar la voz para hacerse inolvidable. Basta con caminar —o mejor dicho, correr— por sus caminos estrechos, entre muros de piedra seca, bajo un cielo inmenso y un sol que acaricia, para entender que aquí todo late de otra manera.
Y quizás por eso, cuando miles de personas sueñan con cruzarla de punta a punta a golpe de zancada, tiene sentido que la isla quiera abrirse un poco más. En 2026, Formentera dejará de tener una única Mitja Marató para celebrar dos. No por ambición, ni por récords, sino porque se ha hecho evidente que son muchos más los que desean vivir esa experiencia que los que podían hacerlo hasta ahora.
Este año ya se quedó corto. Más de 8.000 personas se preinscribieron para participar en la mítica media maratón —o en la 8K que comparte llegada junto al puerto de La Savina— y solo 3.000 lograron un dorsal. El resto se quedó con las ganas, mirando de reojo ese sorteo caprichoso que decide quién corre y quién no. Era cuestión de tiempo que algo cambiara.
Y cambiará. La edición de 2026 tendrá dos carreras iguales, con todo el sabor original, separadas por solo una semana: el 9 y el 16 de mayo. El faro de la Mola seguirá marcando el inicio del viaje y la Marina, junto al mar, la meta. Pero lo importante no es el número de kilómetros. Es el trayecto emocional que se vive desde el primer paso.
Quienes hayan corrido alguna vez esta prueba lo saben: no es una simple carrera. Es un ritual. Es amanecer en la isla con los nervios a flor de piel, tomar un ferry que cruza el mar como si llevase sueños a cuestas, sentir el viento en la cara en plena subida, cruzarse con desconocidos que comparten el mismo esfuerzo, llegar fundido y feliz a la línea de meta. Y entonces sí, mirar alrededor y entender que se ha vivido algo que no se repetirá… salvo ahora, que se podrá repetir, al menos para unos cuantos más.
Los organizadores lo han dicho sin grandilocuencias, pero con convicción: esto no es solo un reto deportivo. Es una manera de cuidar lo que ya existe y permitir que más personas lo vivan sin que la isla pierda su calma, su respeto por el entorno, su magia discreta. Por eso también la sostenibilidad sigue siendo una pieza esencial. Se reducirá el uso de plásticos, se fomentará el reciclaje, y hasta la animación tendrá su lugar estratégico para no molestar al virot, ese pájaro que anida en los acantilados como símbolo silencioso de que aquí, la naturaleza manda.
Este sábado, más de 3.500 corredores volverán a llenar de color la carretera que une Sant Ferran con La Savina. Será la antesala de lo que está por venir. Formentera, una isla que no presume, ha decidido abrir sus brazos un poco más. No para convertirse en algo que no es, sino para seguir siendo ella misma, compartida. Porque cuando algo es tan bello, lo justo es que más gente pueda vivirlo.
Y en 2026, serán 7.000 los afortunados. Doble oportunidad, doble emoción. Porque hay cosas que el calendario no debería limitar. Como el deseo de correr donde el alma encuentra su sitio.