0-1. La Penya Independent se cuela en la siguiente ronda con un gol, mucha sangre fría y cero complejos

0
119

Lo de la Penya Independent en Inca fue de western con banda sonora de Morricone, polvo en suspensión y mirada al horizonte con el sol de cara. Un 0-1 con sabor a pólvora, sudor y gloria. Porque no solo ganaron, se lo curraron como esos equipos que no están para tonterías. Como esos que saben que el play-off no es para los guapos de Instagram, sino para los que no tienen miedo a remangarse en el barro.

Los de Sant Miquel salieron al Nou Estadi como quien va a un sitio que no es suyo pero que piensa quedarse. Y vaya si se quedaron. Minuto 10 y Lucas, más frío que el mármol de un tanatorio, fusiló la portería local y dejó al Constància con cara de “¿pero esto no lo jugábamos en casa?”. Gol de vestuario, de esos que no te esperas ni en tus peores sueños si vistes de blanco y negro. Los locales, atontados, intentaron recomponerse, pero se metieron en un bucle de dudas que les duró toda la primera parte. La Penya, mientras tanto, con la pizarra tatuada en la piel y el colmillo afilado, se hizo dueña del tempo sin necesidad de tocar la bola mil veces. Porque aquí se viene a ganar, no a dar recitales.

En la segunda mitad el guion cambió, o al menos lo intentó. El Constància subió líneas, echó el resto, y fue como esos boxeadores que lanzan golpes al aire buscando una mandíbula que nunca aparece. Los pitiusos, a lo Diego Simeone vintage, armaron una muralla que ni los asedios medievales. Cada balón dividido era como una final del mundo, cada despeje, un suspiro en la grada.

Y entonces, el terremoto. Minuto 84. Toni, que fue el único con chispa en los locales, se la juega por la izquierda, encara a Rinaldi, se deja caer —o se cae con estilo, según a quién preguntes— y el árbitro, sin dudar, señala penalti. Drama, tensión, silencio sepulcral. Mateu, con toda la presión del universo pitiuso sobre los hombros, la manda al palo. Sí, al maldito palo. El estadio, que se relamía con la épica, se quedó helado como un gintonic sin hielo.

Ese fue el clavo en el ataúd. La Penya, con la serenidad de un equipo que ya ha visto mil guerras, echó el cerrojo, guardó la llave y se puso a jugar con el reloj como si fueran crupieres de casino. Tiempo, faltas tácticas, saques eternos… todo el manual del fútbol canalla. El Constància, desesperado, lo intentó de todas las formas posibles: centros, empujones, miradas al cielo. Nada.

Final del partido y los de Sant Miquel, a la siguiente ronda con el pecho inflado y la mirada desafiante. Esperan ya al que salga vivo del Formentera-Porreres. Que se preparen, porque esta Penya no juega —esta Penya compite. Y cuando se pone en modo Clint Eastwood, más vale que el rival corra o rece.

No hay comentarios

Dejar respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.