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Pablo Sierra del Sol/noudiari.es Formentera era una fiesta. Lo notabas al embarcarte en el puerto de Eivissa. Chándales, camisetas y sudaderas del Sevilla por todas partes, como si el barco estuviera a punto para remontar el Guadalquivir desde Sanlúcar hasta el puente de Triana. Lo notabas al poner pie a tierra en La Savina, donde los palanganas se mezclaban con unos formenterenses que habían salido a la calle con una bufanda rojinegra anudada al cuello. Se palpaba en los restaurantes, inusualmente llenos a estas alturas del año. De las cocinas se escapaban los aromas de los caldos marineros con los que se iban a despachar raciones de bullit de peixy paellas a diestro y siniestro. Más de un restaurador tuvo que colgar el cartel de ‘no hay comida’ en la puerta de su negocio. Ayer la isla más pequeña de las Balears vivió su día grande. El miércoles fue domingo, el verano, otoño, y un día que podría haber sido un 30 de noviembre cualquiera se transformó en una jornada festiva más importante que el mejor Sant Jaume que puedan recordar los más viejos del lugar.

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El penalti que transformó Ben Yedder un minuto después de que arrancara el partido contra el Sevilla dejó helados a muchos. Fue un momento casi tan triste como el minuto de silencio que se guardó en recuerdo de los futbolistas del Chapecoense y el resto de fallecidos en un accidente del que alguien debería explicar por qué a estas alturas de la película hay aviones que siguen despegando sin suficiente combustible para llegar a su destino. El jarro de agua fría del 0-1 era la nota gris para un día luminoso, lleno de sonrisas, cánticos y brindis por la gesta de un club que ha pasado en cinco años de jugar contra equipos de Regional a disputar un partido oficial contra el pentacampeón de la Europa League. De un día rematado por la ilusionada marea humana que con el avance de la tarde se acercaba a pie al Municipal de Sant Francesc soñando con un formenterazo.

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En el desfile había abuelos orgullosos por ser socios del Formentera desde principios de los setenta, cuando echó a caminar la Sociedad Deportiva. Chavales de la cantera que se lamentaban porque la calidad de Vitolo no se paseara por el campo de césped artificial donde ellos entrenan y juegan. Italianos y alemanes residentes en la isla que sentían los colores como si los tatarabuelos de sus tatarabuelos hubieran desembarcado al sur de es Freus cuando los ibicencos Marc Ferrer y Antoni Blanc empezaron a parcelar la tierra de Formentera para repoblarla a principios del siglo XVIII. Y algún bebé al que sus padres llevaban a ver su primer partido de fútbol, un encuentro que no recordarán estas criaturas pero del que siempre podrán presumir cuando en las conversaciones del futuro se recuerde aquel miércoles en el que los jugadores de Tito García Sanjuán plantaron cara a un Sevilla que demostró profesionalidad y talento a partes iguales, administrándole una buena dosis de cada a los formenterenses para evitar sustos en la vuelta en el Pizjuán.

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Aunque el tanto de Gabri fue celebrado con ganas en el estadio y en los bares a los que acudieron los vecinos que no habían conseguido una de las 2.300 entradas que se pusieron a la venta, el 1-4 con el que se llegó al descanso dejaba pocas esperanzas deportivas a la vista. Aún así, García Sanjuán, que no se sentó en el banquillo por sanción, bajó al vestuario con Xicu Ferrer, Felip Portas y Jaume Ferrer y pidió a sus futbolistas que les escucharan atentamente. El compromiso del entrenador aragonés, las lágrimas del presidente actual, el optimismo de su antecesor en el cargo, y el agradecimiento del máximo representante político de la isla, un apasionado del fútbol y del club que es bien consciente de la importancia que tienen el fútbol y el club en Formentera, arengaron a una plantilla que se conjuró para darlo todo tras la reanudación. Pero no pudo ser. La galaxia del Sevilla queda a años luz de este equipo que debe pelear por subir a Segunda B. Ese es el objetivo marcado para la entidad, que viajará al Sánchez Pizjuán en la víspera del Sorteo de Navidad con la intención de disfrutar tanto en ese campo de Primera División como los tres aficionados hispalenses que se pusieron a bailar sevillanas al ritmo de la batucada que los hinchas formenterenses de origen argentino hacen sonar cuando abandonan el Municipal. Ayer los tambores no podían enmudecer porque, a pesar del resultado, Formentera era una fiesta.

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