En Melilla les pasaron por encima. Así, sin anestesia. Un 107-85 que escuece en el alma y retumba en los huesos. Pero si hay algo que define al Class Sant Antoni es que no sabe lo que significa rendirse. Puedes contarles las veces que cayeron, pero siempre faltará una: la de cuando se levantaron. La ida de la final por el ascenso fue una montaña rusa sin frenos. Un arranque explosivo, una mitad brillante y una segunda parte donde se apagaron las luces. Pero esto no ha terminado. Ni por asomo.
Lo que hicieron en el primer cuarto fue para ponerlo en bucle en el vestuario antes de cada partido. Arqués, con ese descaro de barrio, abrió la lata con un triple que dejó claro que venían a liarla. No era una visita turística, era una misión. De la Rúa se puso en modo jugón, tomando decisiones como si estuviera en su patio de casa. Lectura perfecta, ritmo, y esa calma chulesca del que sabe que es el mejor del parque. A su alrededor, el equipo carburaba: Gantt, Zidek, Javi Rodríguez… Todos enchufados. El Sant Antoni era un vendaval. Se fueron 9-21 y el técnico local tuvo que parar el partido con un tiempo muerto que olía a SOS.
Pero el Sant Antoni no quitaba el pie del acelerador. Cada posesión era un latigazo. Peris se apuntó al bombardeo desde fuera. Entraba todo. El primer cuarto se cerró con once de ventaja, con los ibicencos bailando en la pista de uno de los rivales más duros del campeonato. Y lo mejor: sin miedo, con hambre, con cara de equipo grande.
Melilla, eso sí, no es cualquier rival. Tienen oficio, puntos en las manos y jugadores que te matan si pestañeas. En el segundo cuarto reaccionaron. Se pusieron a siete y apretaron los dientes. Pero apareció de nuevo Peris, con dos triples de esos que rompen corazones. El Sant Antoni volvía a despegar. El banquillo local ardía. Otra vez tiempo muerto. Otra vez a recomponer el puzzle. Y entonces llegó Javi García. El base melillense cogió el partido por el cuello y lo giró. Siete puntos en un abrir y cerrar de ojos, incluyendo un 3+1, y Melilla entró en combustión.
Aún así, al descanso, el Sant Antoni mandaba: 51-58. Un resultado más que digno. Pero el problema es que el baloncesto no son sólo 20 minutos. Y en los otros 20, la historia cambió de color.
El tercer cuarto fue una caída libre sin red. El Sant Antoni perdió chispa, perdió físico y, lo peor, perdió el control. Melilla olió la sangre y se lanzó como un tiburón. Apretaron en defensa, corrieron y metieron triples como si el aro fuera una piscina olímpica. Córdoba empató, Javi García se puso a dirigir la orquesta y de repente, todo lo que el Sant Antoni había construido, se derrumbó. De golpe. 84-74 al final del tercero. Y con la dinámica completamente en contra.
El último cuarto fue un suplicio. Los de Barrio intentaron remar, pero las piernas no daban y la cabeza estaba fuera del partido. Melilla jugaba con una soltura tremenda. Cada ataque era una puñalada. Cada pérdida del Sant Antoni, un castigo. Y así se llegó al 107-85. Un marcador cruel. Desproporcionado. Pero real. Y ahora, a remar.
¿Es difícil? Por supuesto. ¿Es una locura pensar en una remontada? Puede. Pero no imposible. Sa Pedrera ha sido muchas cosas. Un fortín, una fiesta, una caldera. Pero este sábado, a las 19:30, tiene que ser un infierno para Melilla. Porque si este equipo se conecta con su gente, si empiezan a enchufar desde fuera y se sueltan, pueden pasar cosas que no tienen explicación.
No es sólo un partido. Es una declaración de principios. Es jugarse toda la temporada en 40 minutos. Es demostrar que este grupo no está hecho de humo, sino de carácter, de corazón y de calle. Porque si algo tiene el Sant Antoni es calle. Y en la calle, nadie se rinde hasta que suena la última sirena.
No es la primera vez que se ven remontadas de este calibre. Y si alguien puede hacerlo, son ellos. Con De la Rúa al mando, con Peris prendido fuego, con Arqués tirando del carro, y con un pabellón que debe volar el techo. Melilla lo sabe: el trabajo no está hecho. Porque Sa Pedrera tiene su propia ley. Y el Sant Antoni, aunque esté herido, sigue con la mirada afilada.
Que nadie los dé por muertos. Porque los que saben de basket, saben que cuando un equipo juega con el alma, el milagro no es una fantasía. Es una posibilidad.