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0-0. Playoff en pausa: la Penya Independent aprieta pero no rompe

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En Sant Miquel se jugó algo más que un partido de playoff: se disputó una batalla de estilos, de intenciones y de paciencia. La Penya Independent, con el pecho hinchado y la idea clara de mandar, se dejó el alma buscando un gol que nunca llegó. El Porreres, en cambio, entendió desde el minuto uno que esto no iba de gustar, sino de resistir.

El 0-0 final no fue un accidente, fue una declaración. Porque si alguien pensó que los mallorquines iban a salir a proponer, se equivocó de libreto. Cerraron filas, armaron una muralla en campo propio y dejaron pasar los minutos como quien cuenta monedas: una a una, sin prisa y con la mente puesta en la vuelta.

Y la Penya, fiel a su estilo, se puso a tocar, a mover el balón con esa intención tan anaranjada de llegar jugando hasta la línea de fondo. Pero cuando el rival se atrinchera, la belleza tiene poco espacio. A los de Sant Miquel les sobró voluntad y les faltó filo. Tuvieron momentos de lucidez, como esos arranques de Lucas por la izquierda que levantaban a la grada, pero al entrar en el área todo se diluía como una ola en la roca.

El partido, eso sí, no fue un bostezo. Fue una olla a presión. Cada saque de banda era una guerra de miradas, cada córner un mini terremoto. Hubo una jugada anulada que hizo estallar al banquillo local, un par de disparos con veneno que rozaron el larguero y un ambiente denso, espeso, de esos que huelen a final anticipada.

Y cuando el reloj avanzaba, el duelo se fue llenando de trampas: pérdidas de tiempo, roces al límite, pisotones que parecían accidentales pero no lo eran. El Porreres supo jugar ese otro partido, el que no sale en las estadísticas pero pesa en el marcador. No les importó no tener la pelota. Ellos vinieron a no encajar. Y se fueron con el objetivo cumplido.

En los últimos minutos, la Penya apretó como si le fuera la vida. El balón no salía del área rival. Pero entre despejes agónicos y un portero visitante que lo atajó todo menos el reloj, el marcador quedó inmóvil.

Ahora la eliminatoria viaja a Mallorca, y allí cambiarán las reglas. El Porreres tendrá que salir un poco más, y la Penya sabrá que el margen se achicó. Todo está en juego. Pero algo está claro: si quieren seguir soñando con el ascenso, los ibicencos tendrán que convertir su buen juego en goles. Porque en el fútbol, las ideas no suben de categoría. Los goles, sí.

La noche que Sa Pedrera se hizo eterno, aunque el Class no subiera

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Fue una de esas noches que no se olvidan. No por el resultado, que dolió, sino por todo lo demás. Porque lo que se vivió en Sa Pedrera fue mucho más que un partido de baloncesto. Fue una declaración de amor colectivo, una fiesta popular disfrazada de final, un grito al unísono de todo un pueblo que creyó firmemente que los sueños sí se pueden tocar.

El Class Sant Antoni no ascendió. Se quedó a las puertas. A un par de tiros libres, a una última jugada, a una prórroga amarga. Pero eso ya es la letra pequeña de una historia más grande. Porque lo que importa de verdad es lo que ocurrió antes de que se apagara el último segundo del cronómetro.

Desde mucho antes del salto inicial, el ambiente en Sant Antoni era otro. Las colas rodeando el pabellón, las camisetas negras, las caras pintadas, los ojos brillando como si se jugara una final mundial. Y en el centro de todo, Sa Pedrera: lleno a reventar, rugiendo desde el primer pase, cantando cada canasta como si fuera la del ascenso a Primera FEB.

No era una afición. Era una familia. Padres, madres, niños, abuelos, todos con el pecho hinchado, empujando desde la grada como si con eso pudieran ayudar a cerrar un rebote más, a meter un triple más, a rascar esos segundos que se escapaban entre los dedos.

Y en la pista, el Class respondió. Vaya si respondió. Lo dejó todo. David Barrio y los suyos no reservaron nada. Llegaron a tener el partido ganado. Ventajas claras, sensaciones dominantes, el pabellón convertido en un hervidero de ilusión. Hubo un momento, varios en realidad, en los que parecía imposible que aquello se les escapara.

Pero el baloncesto, con esa crueldad que a veces tiene, decidió otro final. Melilla apretó, forzó la prórroga y en el tiempo extra supo golpear justo donde más dolía. Al Class se le fue entre las manos el ascenso, como se escapa la arena entre los dedos cuando más fuerte la aprietas.

Y sin embargo, nadie se fue con la cabeza baja. Hubo lágrimas, claro. Algunas de rabia, otras de impotencia. Pero también hubo aplausos. Largos. Sinceros. De esos que salen desde el corazón y que no responden a un marcador. La gente de Sant Antoni entendió lo que había pasado. Había visto entrega, había visto juego, había visto orgullo. Y eso también se celebra.

El Class se queda un año más en Segunda FEB. Pero se va con algo que pesa más que una categoría: se va con un respeto ganado a pulso, con una hinchada que lo va a seguir hasta el fin del mundo, con un proyecto que ya no es futuro sino presente.

Porque lo de esta noche no se compra, no se fabrica, no se copia. Lo de esta noche fue real. Fue comunidad, fue pasión, fue identidad. El Class perdió el ascenso, sí, pero ganó algo mucho más difícil de conseguir: una historia que nadie va a olvidar. Y eso, créanme, vale más que cualquier victoria.

El Class Sant Antoni a lo kamikaze o remontan o revientan Sa Pedrera

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Este sábado hay lío en Sant Antoni. Y no un lío cualquiera, sino uno de esos que se cuentan con los pelos de punta y voz ronca de tanto gritar. El Class Bàsquet Sant Antoni tiene una misión suicida entre ceja y ceja: levantar 22 puntos a un Melilla que en la ida les pasó por encima como un bulldozer sin frenos. ¿Misión imposible? A otros con eso. Esto es basket, baby. Y en Sa Pedrera, cuando huele a sangre, el balón quema y los corazones laten a ritmo de triple.

Los de David Barrio no vienen a jugar. Vienen a sudar, a dejarse el alma, a romper la lógica y a escribir una de esas páginas que los nostálgicos del parquet recordarán con una cerveza en la mano dentro de veinte años. Porque sí, el partido en Melilla fue un puñetazo en la mandíbula. De esos que te mandan a la lona. Pero este equipo se levanta. Siempre. Porque los portmanyins tienen más orgullo que presupuesto y más garra que excusas.

Sa Pedrera va a ser una olla a presión. Y quien no venga, que no venga luego con cuentos. Aquí no se pide apoyo con florecitas. Aquí se pide que vengas a dejarte la garganta. Que animes como si no hubiera mañana. Que seas el sexto hombre. El séptimo. El octavo si hace falta. Que el parquet tiemble y las gradas suden. Que el Melilla sienta que ha viajado al mismísimo infierno y que de ahí no sale vivo.

David Barrio lo tiene claro: es el último baile. El cierre de una temporada bestial, con récords, con gloria y con heridas. Pero también con una afición que ha estado siempre. Y ahora es cuando más se necesita. Si alguien quiere ascender, que lo demuestre. Que meta la mano en el barro. Que defienda con los dientes. Que coja ese rebote como si fuera el último plato de comida en la isla. Que se tire al suelo, que se parta la cara, que lo dé TODO. Porque eso es el Class. Porque eso somos.

Y ojo, que no se despisten los visitantes. Que fuera de casa se desinflan como balón de playa en invierno. Y en Sa Pedrera no se regala nada. Aquí se suda cada punto. Aquí, para ganar, hay que morir varias veces. Y el Class ya está acostumbrado a resucitar.

Después habrá fiesta. Himno nuevo, Canallas del Guateke, bailoteo y alegría. Pero antes hay guerra. De la bonita. De la que se gana con alma y con sangre en las rodillas. Así que afición, pon el hombro. Coge tu camiseta negra, pinta la cara, calienta la voz y ven a rugir como nunca.

El ascenso está lejos, sí. Pero la historia, esa se escribe en noches como esta. Y si alguien puede hacerlo, ese es el Class.

La Unión Deportiva Isleñas se cuela en la historia del futsal femenino

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El equipo celebra en su clasificación para el Campeonato de España.

Hay viajes que se hacen con billete de ida y vuelta, y otros que se graban para siempre en la memoria. El que este fin de semana protagonizará la Unión Deportiva Isleñas no es solo una expedición a Galicia: es un salto al mapa nacional del fútbol sala base, un grito alegre y desafiante desde Ibiza que dice “aquí estamos, y vamos con todo”.

Porque sí, amigas y amigos del balón pegado al pie, este equipo sub14 femenino, nacido entre risas, entrenos en pista y muchas meriendas postpartido, ha logrado algo que nadie en la isla había conseguido hasta ahora: clasificarse para el Campeonato de España de Clubes Base de Fútbol Sala organizado por la RFEF. Y eso no se celebra todos los días.

Las chicas de la U.D. Isleñas no llegan a Galicia por casualidad. Lo suyo ha sido remar contra corriente desde el inicio. Para tener liga, han tenido que fusionar las categorías infantil y cadete, formando un grupo compacto, variopinto y, sobre todo, valiente. Dos cadetes, Rubi y Celeste, se quedarán sin poder competir en este torneo por cuestiones de edad. Su ausencia, que duele como una entrada por detrás, no borra el rastro que han dejado durante toda la temporada.

Este equipo, dirigido por un cuerpo técnico implicadísimo, combina experiencia y pasión a partes iguales. Francis, el míster, es quien diseña la estrategia y agita el vestuario cuando hace falta. Fede, delegado siempre atento a cada detalle, es ese pegamento invisible que hace que todo funcione. Carlos Gómez, director deportivo, ha sido el alma del proyecto desde el minuto uno, y Esau, como presidente, el motor que empujó esta locura maravillosa.

En la portería, la garantía se llama Inés, una muralla con reflejos felinos. En defensa, Yoella y María José forman una pareja de cierres que es puro cerrojo: anticipación, fuerza y concentración. Por las bandas, la electricidad llega con Johana y Abril, dos flechas imparables que rompen líneas y meten vértigo al juego. En la posición de pívot, Vianca es una delantera de las de libro: aguanta de espaldas, distribuye con criterio y no se lo piensa dos veces a la hora de chutar. A su lado, Alessia, aún alevín, da una lección de valentía cada vez que entra a pista, alternándose con soltura en el rol ofensivo.

Y luego está Alba, también alevín, comodín total: puede jugar como cierre distribuyendo con cabeza o lanzarse al ataque como pívot cuando el partido lo pide. Versatilidad y entrega en estado puro.

Una foto de plantilla de esta ilusionante e histórica temporada.

Galicia les espera: nuevo escenario, misma garra

Este fin de semana, en el Pabellón Colegio San Narciso de Marín, en Pontevedra, las Isleñas se medirán con tres pesos pesados: el CD La Peña (Galicia), el CD Cantera (Navarra) y EMD La Solana (Extremadura). Equipos con rodaje, con tradición, con bagaje competitivo. Pero las nuestras no van como comparsa: van como quien sabe que cada balón dividido es una oportunidad y que, aunque el nivel sea otro, la ilusión no se compra ni se entrena.

Esto va más allá del resultado. Esta experiencia es, sobre todo, un homenaje a todo lo que han construido este año. A los madrugones de domingo, a los entrenos con frío y viento, a las risas en el vestuario y a esa sensación mágica que solo se tiene cuando formas parte de algo grande, aunque no salga en la tele.

Y aunque nadie les regaló nada, este viaje tiene sabor a premio. Porque en Ibiza, donde el fútbol sala femenino sigue ganando terreno con cada paso, estas chicas ya han ganado: son historia. Y lo han hecho con humildad, con pasión y con ese espíritu gamberro pero noble que tiene el futsal cuando lo juegan niñas que sueñan a lo grande.

Así que que suene fuerte el Vamos, Isleñas, porque Galicia ya está lista para ver de qué están hechas estas guerreras del parquet. Que ruede el balón y que hable la pista. Lo demás… es leyenda.

Lolo Paniza vuelve al lío con el Portmany para subirlo a Tercera

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En el fútbol, como en la vida, hay regresos que no necesitan fanfarria para dejar huella. Basta una mirada, un apretón de manos y la convicción de que hay cuentas pendientes. Así ha sido el retorno de Lolo Paniza a la S.D. Portmany, el club que vuelve a abrirle la puerta, esta vez con el cartel de capitán del barco. Su misión es clara: devolver al primer equipo a Tercera RFEF, el sitio del que nunca debió bajarse.

Paniza no es un desconocido en Sant Antoni. Ya dejó su firma en el club entre 2019 y 2021, cuando cogió las riendas del Juvenil Nacional y lo llevó a rozar la gloria en una fase de ascenso a División de Honor que aún se recuerda en los corrillos del fútbol pitiuso. Entonces, se le veía como un técnico metódico, cercano, con discurso y libreta. Ahora vuelve curtido en mil batallas, con galones ganados en campos de Madrid, Castilla-La Mancha y Baleares, y con un ascenso reciente bajo el brazo, el conseguido con el Rotlet Molinar en la División de Honor.

Este Paniza no viene a improvisar. Llega con hambre, con experiencia en la mochila y con la sensación de que este proyecto tiene algo especial. Conoce la casa, sabe cómo late el vestuario y entiende qué significa vestir la elástica portmanyista. No hace falta que le expliquen lo que representa ese escudo para la gente del pueblo.

La directiva ha apostado por la estabilidad con ambición. En lugar de soluciones pasajeras, ha optado por alguien que puede plantar raíces, construir desde la cantera —esa joya silenciosa del Portmany— y generar identidad. Se trata de devolver al club la dignidad competitiva que se merece.

Y aunque los despachos ya están encendidos con nombres, planes y pizarras, Paniza ya ha marcado el paso: quiere un equipo reconocible, con carácter, con hambre. Uno de esos grupos que hace que la gente vuelva al campo los domingos, que grite un gol como si fuese el primero de su vida. Uno que no prometa humo, sino trabajo, sudor y fútbol de verdad.

El reto es mayúsculo, pero también lo es la ilusión que se respira en Sant Antoni. Vuelve Paniza. Vuelve la esperanza. Y con ella, la idea de que quizá este año sí, el Portmany recupere el sitio que la historia y su gente le reclaman. Porque en esta isla, el fútbol también va de memoria. Y Paniza, eso, lo tiene claro.

Samu Pinto sigue en casa: la Peña ata a su ‘todocampista’ para otra batalla

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En Santa Eulària hay jugadores que no se fichan, se adoptan. Samu Pinto es uno de ellos. La Peña Deportiva ha cerrado su renovación por una temporada más y, con ello, mantiene en sus filas a un tipo que ya no solo suma minutos, también reparte compromiso y ADN ibicenco en cada carrera. Porque si algo tiene claro este mediocampista palentino, criado en la isla, es que vestir de blanco no es una estación de paso, sino una forma de competir.

Desde su llegada el pasado verano, Pinto ha encajado como anillo al dedo en la medular peñista. Ni ruido, ni estridencias: 27 partidos, 16 de ellos como titular, 1525 minutos al servicio del colectivo, dos goles que valieron su peso en oro y una asistencia con aroma a inteligencia táctica. No es un ‘10’ de fantasía ni un ‘6’ de cemento, es ese tipo que da equilibrio cuando las piernas tiemblan y pone pausa cuando la pelota quema. Un ‘todocampista’ de los que no se fabrican en serie.

A sus 25 años, el centrocampista suma experiencia en casi todos los rincones de la categoría de bronce. Su currículo lo confirma: Mallorca B, Barakaldo, Las Rozas, Olot, CD Ibiza… y, antes de aterrizar en la Peña, una parada en la Penya Independent que lo puso en el radar de los técnicos del Municipal. Aunque su escuela futbolística empezó mucho antes, en Sant Jordi, donde aprendió a competir entre barro y césped sintético.

Pero más allá de los números y el recorrido, lo que ha convencido al club para retenerlo es su perfil: serio sin ser frío, sacrificado sin ser torpe, técnico sin ser vistoso. Un comodín con alma de titular, que ha sabido ganarse el vestuario y a una grada que valora más el sudor que los focos.

Con esta renovación, la Peña no solo asegura continuidad en su esquema, también reafirma una idea: el proyecto sigue, y lo hace con jugadores que sienten el escudo como propio. Pinto no necesita discursos ni declaraciones rimbombantes. Él habla en el verde, con la misma naturalidad con la que firmó su nuevo contrato.

La temporada se dibuja en el horizonte y Samu Pinto ya tiene su sitio reservado. Porque en esta Peña que mezcla juventud, garra y ambición, hay piezas que no se negocian. Y el ‘21’ es una de ellas.

Final amargo a una temporada de fe

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No siempre gana el que más lo intenta. A veces el fútbol, tan caprichoso como cruel, le da la espalda al que se deja el alma. Este domingo, el Formentera cerró su temporada con un golpe seco al pecho: derrota por 0-2 frente al Porreres y adiós al ascenso a Segunda RFEF. La eliminatoria se resolvió con un global de 0-3 que duele más por las formas que por los números. Porque lo cierto es que el equipo rojinegro lo intentó, lo peleó y nunca bajó los brazos. Y aun así, no fue suficiente.

El Municipal se tiñó de esperanza desde el primer minuto. El equipo de Maikel Romero salió con intención, con hambre, con la energía de quien sabe que no hay mañana. Sin ser un vendaval, el Formentera fue mejor durante buena parte del primer tiempo. Más activo, más incisivo, más vivo. Se asomó varias veces al área rival con peligro, aunque las ocasiones claras fueron contadas. La fortuna, eso sí, no quiso saber nada de rojinegro: un poste y un portero rival en estado de gracia desactivaron los gritos de gol que ya se mascaban en la grada.

Y como si todo eso no bastara, el partido tuvo su dosis de polémica. Corría el minuto 18 cuando Rodri, del Porreres, soltó una entrada con los tacos por delante que encendió los ánimos. El colegiado mostró amarilla, pero en la isla aún hay quien piensa que era jugada de expulsión. Quizás con otro criterio, otro partido. Pero no hubo indulgencia.

Pese al revés, el Formentera no aflojó. Empujaba con más fe que claridad, pero lo hacía. Hasta que, en el último suspiro del primer tiempo, el Porreres sacó petróleo de la nada. Un córner aislado, un despiste, y el balón terminó en la red. Un gol de esos que no sólo suben al marcador: bajan la moral y cambian el ánimo de un vestuario entero.

La segunda parte arrancó con un equipo local obligado a remar contracorriente. Y aunque lo intentó, ya no era el mismo. El Porreres, más cómodo con el resultado, empezó a gestionar los tiempos, a medir sus esfuerzos, a jugar con cabeza fría. Aun así, avisó primero con una falta directa que Rafa Soriano despejó como pudo. Y al poco, el segundo mazazo: otra vez Rodri, esta vez con un disparo escorado que entró como una daga. 0-2 y la eliminatoria prácticamente sentenciada.

El Formentera, fiel a su espíritu, no tiró la toalla. Loren tuvo la mejor ocasión para meterse de nuevo en el partido, pero volvió a aparecer el portero mallorquín para negarle el gol. Y a partir de ahí, lo de siempre: el tiempo convertido en enemigo, los nervios, la prisa, la impotencia. Más cerca estuvo el 0-3 que un tanto del honor.

Cuando sonó el pitido final, el silencio se mezcló con los aplausos. Porque más allá del resultado, la gente supo ver el esfuerzo. Esta isla, pequeña pero orgullosa, volvió a demostrar que su fútbol tiene alma. Se fue el ascenso, sí. Pero no se va el orgullo, ni las ganas, ni la fe.

Formentera no sube, pero no se hunde. Porque este equipo no es sólo lo que ha hecho este año, sino lo que está construyendo. El camino continúa. Y si algo ha dejado claro esta temporada es que el proyecto tiene cimientos y corazón. Toca levantarse, mirar al frente y volverlo a intentar. Porque aquí nadie se rinde.

El Class no se rinde ni muerto

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En Melilla les pasaron por encima. Así, sin anestesia. Un 107-85 que escuece en el alma y retumba en los huesos. Pero si hay algo que define al Class Sant Antoni es que no sabe lo que significa rendirse. Puedes contarles las veces que cayeron, pero siempre faltará una: la de cuando se levantaron. La ida de la final por el ascenso fue una montaña rusa sin frenos. Un arranque explosivo, una mitad brillante y una segunda parte donde se apagaron las luces. Pero esto no ha terminado. Ni por asomo.

Lo que hicieron en el primer cuarto fue para ponerlo en bucle en el vestuario antes de cada partido. Arqués, con ese descaro de barrio, abrió la lata con un triple que dejó claro que venían a liarla. No era una visita turística, era una misión. De la Rúa se puso en modo jugón, tomando decisiones como si estuviera en su patio de casa. Lectura perfecta, ritmo, y esa calma chulesca del que sabe que es el mejor del parque. A su alrededor, el equipo carburaba: Gantt, Zidek, Javi Rodríguez… Todos enchufados. El Sant Antoni era un vendaval. Se fueron 9-21 y el técnico local tuvo que parar el partido con un tiempo muerto que olía a SOS.

Pero el Sant Antoni no quitaba el pie del acelerador. Cada posesión era un latigazo. Peris se apuntó al bombardeo desde fuera. Entraba todo. El primer cuarto se cerró con once de ventaja, con los ibicencos bailando en la pista de uno de los rivales más duros del campeonato. Y lo mejor: sin miedo, con hambre, con cara de equipo grande.

Melilla, eso sí, no es cualquier rival. Tienen oficio, puntos en las manos y jugadores que te matan si pestañeas. En el segundo cuarto reaccionaron. Se pusieron a siete y apretaron los dientes. Pero apareció de nuevo Peris, con dos triples de esos que rompen corazones. El Sant Antoni volvía a despegar. El banquillo local ardía. Otra vez tiempo muerto. Otra vez a recomponer el puzzle. Y entonces llegó Javi García. El base melillense cogió el partido por el cuello y lo giró. Siete puntos en un abrir y cerrar de ojos, incluyendo un 3+1, y Melilla entró en combustión.

Aún así, al descanso, el Sant Antoni mandaba: 51-58. Un resultado más que digno. Pero el problema es que el baloncesto no son sólo 20 minutos. Y en los otros 20, la historia cambió de color.

El tercer cuarto fue una caída libre sin red. El Sant Antoni perdió chispa, perdió físico y, lo peor, perdió el control. Melilla olió la sangre y se lanzó como un tiburón. Apretaron en defensa, corrieron y metieron triples como si el aro fuera una piscina olímpica. Córdoba empató, Javi García se puso a dirigir la orquesta y de repente, todo lo que el Sant Antoni había construido, se derrumbó. De golpe. 84-74 al final del tercero. Y con la dinámica completamente en contra.

El último cuarto fue un suplicio. Los de Barrio intentaron remar, pero las piernas no daban y la cabeza estaba fuera del partido. Melilla jugaba con una soltura tremenda. Cada ataque era una puñalada. Cada pérdida del Sant Antoni, un castigo. Y así se llegó al 107-85. Un marcador cruel. Desproporcionado. Pero real. Y ahora, a remar.

¿Es difícil? Por supuesto. ¿Es una locura pensar en una remontada? Puede. Pero no imposible. Sa Pedrera ha sido muchas cosas. Un fortín, una fiesta, una caldera. Pero este sábado, a las 19:30, tiene que ser un infierno para Melilla. Porque si este equipo se conecta con su gente, si empiezan a enchufar desde fuera y se sueltan, pueden pasar cosas que no tienen explicación.

No es sólo un partido. Es una declaración de principios. Es jugarse toda la temporada en 40 minutos. Es demostrar que este grupo no está hecho de humo, sino de carácter, de corazón y de calle. Porque si algo tiene el Sant Antoni es calle. Y en la calle, nadie se rinde hasta que suena la última sirena.

No es la primera vez que se ven remontadas de este calibre. Y si alguien puede hacerlo, son ellos. Con De la Rúa al mando, con Peris prendido fuego, con Arqués tirando del carro, y con un pabellón que debe volar el techo. Melilla lo sabe: el trabajo no está hecho. Porque Sa Pedrera tiene su propia ley. Y el Sant Antoni, aunque esté herido, sigue con la mirada afilada.

Que nadie los dé por muertos. Porque los que saben de basket, saben que cuando un equipo juega con el alma, el milagro no es una fantasía. Es una posibilidad.

Can Misses se pone guapo y Teka Tapa lo retrata

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La UD Ibiza firmó este sábado un partido para enmarcar y ahora, gracias al patrocinio de Teka Tapa —el local de tapas que lo está petando en Ibiza—, ya se pueden disfrutar las mejores imágenes del festín en Can Misses.

Desde los golazos que hicieron temblar la grada hasta las caras de incredulidad, sudor y alegría que solo un 5-0 puede provocar, la galería recoge toda la esencia de una tarde redonda. Bebé volando en cada disparo, José Albert desatado por banda y un estadio que fue pura comunión celeste.

Y ojo: si estuviste en el Palladium Can Misses, hay muchas papeletas de que salgas en alguna instantánea. Porque en días así, hasta la grada juega. Búscate, compártelo y revive el momento.

Con Teka Tapa detrás del objetivo, la manita sabe aún mejor. Porque en Ibiza, el fútbol también se marida con buena tapa y mucho flow.

 

1-1. El Luchador se acerca a la final del playoff de ascenso tras empatar en el campo del Cadassar

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Víctor M. Victoria El Luchador ha sumado este sábado noche un valioso empate en el campo del Sant Llorenç de Cardassar (1-1), resultado positivo que le acerca a la final del playoff de ascenso a la Tercera RFEF. El equipo que dirige Rafa Payán deberá rematar su buen trabajo el próximo fin de semana en el estadio Municipal, si bien las sensaciones recogidas en tierras mallorquinas son positivas y la igualada deja un regusto dulce. El equipo de San Antonio siempre mantuvo el tipo y se mostró serio en la mayoría de fases del partido, y cerca estuvo de regresar a casa con un botín todavía más preciado de haber tenido un poco más de acierto en el remate a balón parado.

El primer acto fue algo confuso, pues el Luchador arrancó con fuerza y acierto, pero después fue cediendo protagonismo y perdiendo fuelle con el paso de los minutos, hasta el punto de marcharse al descanso con un marcador adverso (1-0). El equipo verde fue protagonista en el arranque, y aunque no generó ocasiones de excesivo peligro, sí inquietó al cuadro local y su ruidosa afición. Un golpe franco ejecutado por Daisuke (11’) y su posterior saque de esquina, que casi acabó en la malla local tras varios rechaces dentro del área (12’), sembraron el nerviosismo en el Camp d’es Moleter.

Sin embargo, la balanza fue poco a poco inclinándose del lado mallorquín, y en el ecuador del primer acto el pronóstico ya avecinaba posible tormenta para el equipo de San Antonio tras varias imprecisiones consecutivas en la salida de balón. Tras una de ellas, un balón filtrado dentro del área fue aprovechado por el local Isaac Calvo para batir de toque sutil al superado Raúl Sánchez (36’), que poco pudo hacer para evitar el tanto. Las sensaciones al descanso no eran, entonces, del todo positivas.

Pero el paso por vestuario sentó bien a los visitantes, que no perdieron la fe en sus posibilidades y, siempre combativos, dieron un paso al frente en busca de un mejor resultado para el partido de vuelta. El larguero repelió un remate de los ibicencos a la salida de un córner (53’), fase del juego donde los de San Antonio estuvieron muy incisivos durante todo el partido y sembraron el desconcierto en la poco contundente zaga local. Y en plena avalancha visitante, un disparo desde la frontal de Daisuke sorprendió y batió al guardameta local, incapaz de resolver con acierto el bote del esférico, y devolvió las tablas al marcador para hacer justicia a lo visto hasta entonces en el terreno de juego (81’).

Aún tuvo tiempo el Luchador de conseguir el tanto del triunfo, pero el remate de Reales, en otro saque de esquina, se marchó alto por muy poco (92’), y el duelo concluyó en tablas. Los hombres que dirige Rafa Payán lo tienen en su mano para acceder a la esperada eliminatoria definitiva por el ascenso. Noventa minutos separan a la entidad de San Antonio para dar un paso más en su camino hacia una gloria que cada vez se divisa más cercana.

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