Jonan García, en su presentación con el Ibiza en la temporada 2008-2009.
noudiari.es El vasco Jonan García, exjugador de la Sociedad Deportiva Ibiza-Eivissa, ha sido arrestado en Argentona (Barcelona) por la Policía Nacional dentro de una macro operación contra una organización criminal dedicada al amaño de partidos de fútbol en Segunda División B y Tercera. García, de 35 años, es presuntamente uno de los cabecillas de la trama, según ha adelantado este lunes el diario AS.
Hasta el momento, los agentes de la Unidad de Delitos Especializados y Violentos (UDEV) de la Policía han llevado a cabo 24 detenciones y han registrado domicilias en las provincias de Barcelona, Albacete y Badajoz, aunque la operación sigue abierta.
Jonan García llegó a las filas del club ibicenco en el año 2008 procedente del Aris Salónica griego. La temporada siguiente dejó la entidad isleña y defendió la elástica del Huesca. El detenido, además, pasó por equipos tan importantes como el Athletic Club, Alavés o Lleida y llegó a debutar en Primera División.
La Regional Preferente ha vuelto a ofrecer una atractiva e interesante jornada, la séptima, a los cientos de aficionados que siguen con pasión y fervor a sus equipos. Y una de las hinchadas que ha podido disfrutar como no hacía desde hace un tiempo es la del Puig d’en Valls, que ha festejado por todo lo alto el triunfo de sus futbolistas frente al Luchador (1-4). Los pistachos encadenaban cuatro derrotas consecutivas y han puesto fin a su mala dinámica de resultados con una contundente goleada en el feudo del colista, que sigue sin puntuar esta temporada. Pedro Vargas, Marcos Vidal y Sixto, con un doblete, han sido los verdugos del plantel sanantoniense, que maquilló el resultado con el tanto de Mounir. Ficha Técnica
También el líder CD Ibiza ha brindado este fin de semana un triunfo de padre y muy señor mío a sus seguidores. Los deportivistas le están cogiendo mucho gusto a mandar en solitario la clasificación y no están dispuestos perder este privilegio, por lo que han saltado al terreno de juego del Santa Gertrudis como aviones (1-7). La escuadra de Toni Palau afrontaba el partido con mucha ilusión después de sus últimas dos victorias, pero no han podido hacer nada ante el potencial de su rival y, sobre todo, ante la pegada de Winde, que firmó un póker de goles. El delantero senegalés sacó su rifle para llevar en volandas a su equipo, que sueña con jugar la fase de ascenso a Tercera División. Completaron la lluvia de chicharros Ramiro, Youssouf y Rommel. El plantel local anontó el tanto de la honrilla por mediación de Luis Iglesias, que superó a Paquito desde el punto de penalti. Ficha Técnica
El Formentera B, por fin, ha vuelto a reencontrarse con la victoria después de cinco partidos seguidos mordiendo el polvo. El equipo de Edu Ortiz le ha metido media docena de goles a domicilio a un Sant Josep que no levanta cabeza y que ha certificado su tercera derrota consecutiva (0-6). El conjunto que entrena José Ramón Martínez ha acabado el encuentro con tres jugadores expulsados, circunstancia que ha aprovechado muy bien la formación rojinegra para llevarse el gato al agua. En el 35, Heredia vio la cartulina roja y un minuto después, su compañero Mayele también fue sancionado con la segunda tarjeta amarilla. Con dos futbolistas más en el campo, los de la Pitiusa menor, que ya ganaban 0-1 desde el minuto 4 con un gol de Isaac Moya, pusieron la sexta velocidad para sentenciar el encuentro. David Pose y Cristian Mancebo, con sendos dobletes y Elio Moya completaron la goleada ante un equipo naranja que también sufrió la expulsión de Jaime en el 89. Ficha Técnica
El que equipo que esta jornada ha logrado un triunfo de quilates ha sido el Portmany, que ha sorprendido en el Kiko Serra a un Sant Jordi al alza que acumulaba tres victorias consecutivas (1-2). El conjunto de Vicente Fernández no pierde de vista al líder y no está dispuesto a renunciar a la posibilidad de auparse a lo más alto de la tabla. Tuvo que ponerse el mono de trabajo el plantel sanantotiense para sumar los tres puntos en disputa ante un adversario sólido en defensa y peligroso en ataque que se adelantó en el marcador en el minuto 61 por mediación de Joaquín Castilla. Todo un jarro de agua fría que no congeló, ni mucho menos, al bloque rojillo, que tiró de casta para darle la vuelta al partido en menos de cinco minutos. Así, Newman igualó la contienda en el 77 y en el 81, Schickle desató la locura entre la parroquia visitante con un gol que dejó helado a un buen Sant Jordi para frustración de sus seguidores. Ficha Técnica
En Can Cantó, con un gran ambiente en sus gradas, se ha vivido un encuentro sumamente competido y emocionante hasta el final entre el Inter y el Ciudad de Ibiza, un derbi que se han llevado los gualdiazules por la mínima para alegría de su fiel y animosa afición (3-2). El equipo de Lolo Hernández y Carlos Fourcade, tras el pinchazo de la jornada anterior frente el CD Ibiza, estaba obligado a ganar para no descolgarse de la cabeza de la tabla e hizo los deberes, aunque tuvo que aplicarse mucho y bien para derrotar a un City que vendió muy cara la derrota. Tras unos primeros minutos de tanteo, golpearon primero los interistas por mediación del Tanque Michlig en el 24, pero Antonio, en el 30, igualó la contienda, metiendo a su equipo en un partido que no iba a ser un camino de rosas.
De hecho, Ronald noqueó al Ciudad de Ibiza antes del descanso (m. 37) para satisfacción de lo seguidores del Inter y del propio futbolista, uno de los mejores en el terreno de juego y que se encargó de dinamitar el partido tras el descanso con un gol de falta en el 63. El Inter encarrilaba el triunfo, pero la expulsión de Carlos por doble cartulina amarilla en el 66 dio alas al plantel de Lluis Tubau, que se lanzó al ataque en busca de la igualada. Logró el City recortar diferencias en el 89 con el gol de Erik Jimenez, pero ya no hubo tiempo para más y finalmente la victoria acabó celebrándola la escuadra gualdiazul, que tiró de oficio y pegada ante un adversario que trata bien el balón y lo hace circular con criterio, pero adoleció de la puntería que sí tuvo su oponente. Ficha Técnica
De las crisis se sale con victorias y goles y esto es precisamente lo que ha hecho el Atlético Jesús para poner fin a una mala racha de cuatro partidos seguidos sin ganar. Las rojiblancas han pasado por encima del Interplà para darse un merecido homenaje junto a su afición en un día gris en el cielo pero verde esperanza sobre el rectángulo de juego. Las guerreras atléticas han disfrutado como hacía tiempo no lo gozaban y suman un triunfo que vale su peso en oro para tomar oxígeno en la clasificación y ganar en autoestima de cara a los próximos partidos. Alba, Diana ‘Hippie’, Naiara, Nieves Delegado, María Dolores y Paula, con un doblete, han sido los artilleras de un grupo de chicas que ya está ahí para seguir dando que hablar en la Liga autonómica. Enhorabuena y a seguir dando caña.
noudiari.es El Formentera boquea, pero no acaba de tomar todo el aire que el equipo necesita. Con 27 puntos y en descenso, el bloque pitiuso sigue falto de oxígeno. Este mediodía ha podido rescatar un punto ante el Cornellà, que fue mejor durante la primera mitad y luego bajó el pistón en el segundo tiempo, 1 a 1. De eso se aprovechó el Formentera. El conjunto de Juan Arsenal igualó el gol que había hecho Mújica a los 16 minutos de juego gracias a una diana de Nando Quesada. El gol del Formentera rompió una sequía de casi 700 mnutos sin acertar en la portería contraria.
Fue, como la mayoría de los que ha marcado esta campaña el bloque rojinegro, fruto de una acción a balón parado. Quesada lanzó una falta lejana, la pelta botó varias veces hasta envenenarse y engañar a Carlos Craviotto, un portero que había estado espléndido hasta entonces. El meta del Cornellà había sacado manos, pierna y torsos milagrosos para evitar que remates de Bonilla, Juan Antonio o Gabri (que tuvo la más clara en un mano a mano) se convirtieran en el primer tanto formenterense.
La producción futbolística del Formentera fue irregular. Pese a disponer de un once bastante ofensivo en el césped, con tres delanteros y tres centrocampistas, al equipo le faltaba profundidad por las bandas y su juego llegaba a rachas. De eso se aprovechó el Cornellà. Sin alardes, las internadas de Fito por el costado derecho, la movilidad del goleador Mújica y la potencia de León, el ‘9’ de los de Jordi Roger, daban sensación de peligro. El gol de Mújica, además, había dejado claro que los balones largos podían crearle dificultades a los centrales del equipo de Arsenal.
Los locales, sin embargo, pudieron rehacerse gracias, en parte, a la salida de Agus por Bruno -otra vez lesionado al sentir un pinchazo en el abductor a la media hora de partido-, un aporte que le dio más mordiente por banda al Formentera. La fe del equipo de Sant Francesc, que sigue creyendo en la salvación pese a haber conseguido solamente dos de los últimos 21 puntos disputados, salvó la papeleta.
Tras la reanudación, el Formentera no lo dejó de intentar hasta que llegó el empate de la forma menos ortodoxa. El gol de Quesada, un excelente lanzador de faltas, no pasará a la historia como uno de los más bellos que se hayan marcado en Sant Francesc, pero es útil a más no poder. Evitó males mayores antes de varias jornadas que se antojan clave.
El Formentera irá la próxima semana al campo del Ebro sin Momprevil ni Samu Sanjosé, que vieron hoy la quinta amarilla. Será la parada previa al Tourmalet que viene después: Villarreal B, en casa, y Mallorca y Hércules a domicilio. Permanecer en Segunda B pasará por engrandecerse ante los gigantes de la Liga.
Algo así ocurrió en la primera vuelta, pero el guión de la película rojinegra ha dado un giro de 180 grados desde otoño, unos días de vino y rosas que cuesta recordar en la isla. Ahora al Formentera solo le valen victorias. La última que consiguió sigue datando de la jornada 19: 1-0 ante el Peralada para acabar la primera vuelta. Y de eso ya han pasado dos meses y un día.
noudiari.es A perro flaco todo son pulgas. La Peña ha cosechado un empate con sabor a derrota en el campo del Sabadell, 1 a 1. Cuando el conjunto insular saboreaba las mieles de una importante victoria que le permitía ver la luz al final del túnel, ha recibido el tanto de la igualada, obra de Arturo en tiempo de descuento.
La suerte ha dado una vez más la espalda al cuadro que entrena Dani Mori, que ha estado a punto de ganar en un campo complicado gracias a un tanto de Selfa a las primeras de cambio del segundo tiempo, minuto 47.
Después de hacer lo más difícil, de marcar fuera de casa y mantener la ventaja más allá del minuto 90, los peñistas han visto con resignación cómo los locales, a la desesperada, lograban un empate que a los ibicencos le sabe a poco en vista de las necesidades y urgencias en su lucha por la permanencia en la categoría de bronce del fútbol español.
El fútbol no sabe de justicia, pero lo cierto es que la Peña está cuajando una muy buena segunda parte de la Liga. Solo le falta esa pizca de fortuna que todo equipo necesita para desequilibrar la balanza cuando las fuerzas está a la par. De seguir esta línea, no es descabellado soñar con la salvación, objetivo del cuadro de la Villa del Río.
De todas formas y mirándolo con perspectiva, el punto conseguido por la Peña Deportiva tiene más valor de lo que ahora mismo puedan pensar los jugadores y cuerpo técnico después de tener el triunfo en sus manos. Sumar fuera de casa siempre es bueno en una categoría en la que impera la igualdad y la que los partidos se suelen decidir por pequeños detalles, acciones puntuales y jugadas de estrategia.
El punto sumado hoy por los de Santa Eulàiria en Sabadell les permite, como consuelo, subir una posición en la tabla clasificatoria, situándose por delante del Atlético Baleares, que ha vuelto a perder. Ahora mismo, los peñistas están a solo cinco puntos de la salvación y a tres de la plaza de promoción de descenso, con lo que, poco a poco, el equipo de Dani Mori va dando pequeños pasos hacia la permanencia cuando restan doce partidos para que concluya el campeonato.
noudiari.es Una victoria en 8 partidos es el triste bagaje de un Sant Rafel que debería empezar a preocuparse. La derrota contra el Felanitx le deja duodécimo con 33 puntos, aún lejos, eso sí, de la zona de teórico descenso. Pero ojo, decimos “teórico”, porque todo apunta, con el triste desempeño de los equipos baleares de Segunda B, que podrían caer arrastrados más equipos de Tercera directos a Regional. Y el quinto por la cola está a sólo 5 puntos.
Prácticamente no habían decidido donde sentarse los escasos 60 espectadores que acudieron al Municipal en la invernal mañana de fútbol en Sa Creu y el Felanitx asestó un directo a la cara blue. Minuto y medio de partido, y Hamza culminaba una gran jugada de los mallorquines para inaugurar el marcador resolviendo bien dentro del área, cruzando su remate lejos del alcance de Matías.
Pesadillas recientes volvían al ambiente, y antes de poder levantarse de la lona, a punto estuvo el Felanitx de hacer el segundo. Pero esta vez, a los 6 minutos, el remate de Merca de cabeza se estrelló en el poste. La fortuna salvó esta vez a los de Román, que todavía no estaban, pero se les esperaba.
El Felanitx olió la sangre y demostraba porqué es el equipo revelación de la temporada. Los blanquinegros combinaban bien, ante un Sant Rafel que, eso sí, pareció ir cogiendo el tono poco a poco. Entonces, el partido se convirtió en un intercambio de golpes. Julià puso a prueba a Matias Vivaldo, que salvó con una buena mano el 0-2. Después, fue Pacheta quien a punto estuvo de empatar, pero su remate con la testa a una falta lateral se estrelló en la madera. Uno a uno a postes.
Grises
El paso de los minutos hizo mejorar en juego y autoestima al equipo de casa. Con todo, la ocasión más clara hasta el descanso fue para los felanitxers, a la contra, en un mano a mano que Nico envió a las nubes. Gris era el día, y grises las ideas ofensivas rafeleras.
Vicente Román movió ficha en el paso por vestuarios y dio entrada a José Luis en detrimento de Galera. Partido de regulín el del ex de la UD Ibiza. La modificación en la pizarra no trajo fluidez al Sant Rafel. Los blues fueron víctimas de la telaraña preparada por un gato viejo como Jaume Mut. El dominio era azul, con la permisividad del Felanitx, pero las ocasiones brillaban por su ausencia. De hecho, más cerca estuvo el bloque mallorquín de mover el electrónico, pero Mari estrello su remate en la mano de Matías, quien una vez más salvó a su equipo. El Sant Rafel adolecía de ideas para pasar de la línea de tres cuartos mallorquina. Su juego estaba como el tiempo: frío frío.
El dominio de la posesión no se tradujo en ocasiones claras, y el partido agonizó en un guión que se ha repetido ya varias veces esta temporada. Para colmo de males, ya con el Sant Rafel volcado y Matías buscando n nuevo milagro en la otra portería, fue el Felanitx quien, a la contra, mató el encuentro con el 0-2 anotado por Julià. Cruel derrota para un conjunto blue que empieza a ver las orejas al lobo.
La Peña Deportiva se resiste a morir y esta tarde, con un gol de Monti en el 90, ha logrado imponerse en el duelo de colistas al Unificación Bellvitge, consiguiendo la tercera victoria de la temporada. Los de Raúl Casañ, no obstante, continúan como farolillo rojo de la clasificación con 10 puntos, pero se dan un respiro y un chute de autoestima, que tanta falta le hacía. El equipo blanco, que cuenta con un partido menos, tiene ahora la salvación a 15 puntos y tratará de apurar al máximo sus opciones de permanencia hasta el final. Los jugadores peñistas no arrojan la toalla y sueñan con lograr el objetivo de continuar una campaña más en División de Honor.
Suma y sigue del Ibiza, que esta tarde ha derrotado por la mínima al Son Cladera en un partido sin florituras, donde ha tenido que picar mucha piedra para llevarse los tres puntos en disputa y seguir, una jornada más, en lo más alto de la clasificación. El plantel de Toni Amor ha sabido ponerse el mono de trabajo y sudar para superar a un rival aguerrido que se adelantó en el marcador en el minuto 5 gracias a un chicharro de Matas.
No obstante, la alegría del conjunto mallorquín duró nada y menos, ya que Liñán, en el 13, logró el tanto de la igualada de cabeza tras el saque de una falta botada por Gámiz desde campo propio para enmendar la poca intensidad defensiva del arranque. El Ibiza no tardó en ponerse las pilas y buscó la portería rival durante todo el primer tiempo, pero adoleció de la chispa en ataque de otras tardes en un terreno de juego de reducidas dimensiones y en donde generar buen fútbol se antoja complicado.
Aún así, el cuadro ibicenco generó ocasiones de gol, pero no supo materializarlas. Finalmente, la ambición e insistencia de los unionistas dio sus frutos y en el minuto 78 encontraron de nuevo la red de la portería del Son Cladera. El máximo goleador, Cirio, volvió a demostrar su pegada y fusiló al portero local tras un pase de Mateu para dar un nuevo triunfo a un Ibiza que también sabe currar sobre el verde cuando lo ocasión lo merece.
Edu Oriol deja el Ibiza. Un triste adiós de un gran futbolista que se ve obligado a abandonar el proyecto unionista para atender asuntos personales en su ciudad, Cambrils. El extremo se ha despedido de los que han sido sus compañeros, así como del cuerpo técnico, a quienes ha deseado muchos éxitos y, sobre todo, que logren el deseado ascenso a Segunda División B.
El interior catalán, que tiene experiencia en Primera División tras su paso por el Zaragoza, llegó a Can Misses en noviembre de 2017 y se marcha de la isla después de participar en seis partidos de Liga (5 como titular) y marcar 4 goles. Antes de recalar en el equipo de Toni Amor, Edu Oriol había jugado en el Llagostera y el Tenerife, en ambos casos en Segunda División.
El crack catalán pone fin a su ciclo en el Ibiza agradecido por el trato que ha recibido en el club de Vila, que le desea mucha suerte en el futuro, tanto en lo personal como en lo profesional y le da las gracias por su compromiso y profesionalidad durante todo el tiempo que ha defendido el escudo de la entidad. Se va un grande, aunque la sociedad deportiva que preside Amadeo Salvo ha ganado un hincha más. Suerte Edu.
Pablo Sierra del Sol La herencia de los padres empieza a repartirse cuando los hijos nacen. Primero se hereda lo tangible: el tamaño de las orejas, la forma de la nariz, los rizos del cabello o los lunares de la espalda y, después, lo intangible: el tono de la voz, los gestos inconscientes de las manos, el tic nervioso en un ojo y hasta los andares. Entre las cosas que no se tocan pero pesan, no hay herencia familiar más común que la del nombre. En España bautizar al primogénito con el nombre del padre o de la madre era casi una obligación. La costumbre estaba tan arraigada que, a día de hoy, sigue manteniéndose la tradición en muchas familias pese a que haya cada vez más bebés en el mundo con nombres ajenos al santoral. Los protagonistas de esta historia, donde el fútbol y las relaciones familiares se entretejen, mantienen ese vínculo onomástico. Alejo Rodríguez se llama Alejo Rodríguez porque su padre se llama Alejo Rodríguez. Entre diez hermanos, el nombre del padre le podría haber tocado a otro, seguramente alguno de los mayores, pero le cayó a él, que es el sexto y el tercer varón. Y eso marca. Hasta el punto de que Alejo Rodríguez se ha pasado media vida entrenando equipos de chavales de fútbol sala porque de niño le crió otro Alejo Rodríguez, el mismo hombre que cuidó durante más de una década del césped de un terreno de juego.
Muchos hijos somos, de una forma u otra, biógrafos orales de nuestros padres. Alejo, el joven, es el depositario de las vivencias de Alejo, el viejo. Al hijo le encanta hablar de su padre y se lo toma muy en serio. Custodia las historias de su progenitor con el convencimiento de que son otra herencia recibida en vida, un regalo que no se puede tocar pero sí se puede sentir y al que hay que sacarle brillo. El Alejo Rodríguez de cuarenta y nueve años puede pasarse horas enteras explicando la vida del Alejo Rodríguez de ochenta y tres. Con devoción. Quizás por ser el mediano de una familia tan numerosa (su hermana mayor tiene sesenta y cuatro años; el pequeño, cuarenta) y tener el pasado y el futuro de la prole a distancias parecidas; quizás por su carácter extrovertido, curioso, preguntón, dicharachero; quizás por su buena memoria, que le permite retener anécdotas, datos, fechas y personajes de las historias que él mismo vivió en su niñez y adolescencia, Alejo, el hijo, se ha convertido en una fuente de información inagotable para comprender cómo se vivió la pasión por la pelota en la Ibiza de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta. Una pasión, a día de hoy difuminada y añorada, una pasión que tuvo a Alejo, el padre, como silencioso protagonista.
Alejo Rodríguez, rodeado de algunos de sus hijos y nietos en su casa de Cas Serres.
Alejo dice que su padre fue uno de los tres primeros gitanos que llegaron a la isla. Desembarcaron en Ibiza a principios de los años cincuenta. Sus compañeros se llamaban Marcial y Francisco y los tres, además de la etnia, tenían en común su juventud. Marcial, Francisco y Alejo eran muy jóvenes a efectos legales –menores de edad en una época en la que la mayoría no se alcanzaba hasta cumplir los 21 años–, pero suficientemente adultos si tenemos en cuenta lo que llevaban vivido. Los tres habían sido niños de una Guerra Civil que empujó a muchos españoles a marcharse del lugar en el que nacieron. Por culpa de las ideas o de la miseria, o de ambas cosas, en aquella España de dictadura y represión era común emigrar sin billete de regreso.
Para Alejo, Ibiza era su segunda experiencia como emigrante. Tenía solamente trece años cuando salió de Baza, Granada, donde había nacido en 1934, para buscarse la vida en una Barcelona portuaria e industrial. Al llegar a la capital catalana, Alejo se fue a vivir al Barrio Chino, el sobrenombre por el que se conocía al Raval. Apretadas entre Las Ramblas y el Paralelo se encontraban las calles más populares y peligrosas de la ciudad, ni muy lejos del puerto ni, tampoco, de las antiguas fábricas que se iban abandonando mientras se abrían otras nuevas al este y al oeste, en las periferias de un mapa que se llenaba de cemento y alquitrán. En el interior de esa geografía a medio camino entre el mar y el vicio convivían obreros y prostitutas, marineros y gitanos, rateros y vividores, taberneros y actores, la rumba y los cabarets, los teatros y los fantasmas de los ateneos libertarios y los sindicatos comunistas y socialistas que habían florecido durante la República y los años de la guerra para desaparecer en el aciago invierno del 39. La Barcelona de 1947 estaba cubierta, además, por la nube negra de la posguerra, tiempo de restricciones y racionamiento en el que la ciudad se había descubierto huérfana de los cientos de miles de catalanes que el franquismo había mandado al exilio, a la cárcel o a la tumba. Un mundo en las antípodas de la postal que es la parte vieja de la Barcelona actual, una ciudad convertida –sobre todo sus barrios históricos– en un parque temático para el turista.
Alejo vivió solamente un par de años en el Chino, pero allí le ocurrieron tres hechos fundamentales para entender la vida que tendría, años después, en Ibiza. Trabajó de aprendiz en mil oficios. Se aficionó a los toros. Y abrazó el barcelonismo tras enamorarse del fútbol, el deporte que ya era, aún con el permiso del boxeo, el favorito de los españoles.
Padre e hijo se estrechan la mano en el campo de fútbol de Can Cantó.
–Mi padre ha sido un hombre muy listo. No pudo estudiar, pero todo lo aprendía rápido. Y de todo podía trabajar. Hasta hace muy poco arreglaba cualquier cacharro electrónico que se hubiera estropeado en su casa. Siempre ha tenido mucho ingenio. Qué remedio, si tenía que traer dinero a casa y alimentar a diez hijos y una mujer. En Ibiza nunca le faltó trabajo. Cuando llegó, aún no había mucho turismo en la isla, estuvo de albañil y haciendo chapuzas. Después, aprendió a bucear y se metió a trabajar de buzo cuando construyeron el dique de es Botafoc. Luego le salió trabajo de mozo de espadas en la plaza de toros. Y, cuando estaba allí, de bendita casualidad, le propusieron que se fuera al campo de fútbol de la ciudad de encargado de mantenimiento. Y, él, como siempre ha sido muy echao palante y le encantaba el fútbol, pues para allá que se fue; sin dejar la plaza de toros durante los primeros años, claro, que en casa si entraban dos sueldos, mejor que uno.
Alejo cuenta mientras Alejo escucha sin decir una palabra. Al hijo lo tengo justo enfrente. Viste unos pantalones de chándal y un polo marca Nike, tan negros como el pelo que aún le queda en la cabeza. Es bajito y rechoncho, y en la cara, bajo el bigote y la perilla, hay una sonrisa que permanece durante toda la charla. Nos hemos estrechado la mano hace apenas unos minutos, en la puerta de la cafetería de la asociación de vecinos de Cas Serres, donde ocupamos una mesa, pero el hijo tiene esa extraña habilidad de hacerte sentir como si te conociera de toda la vida. La misma puerta la ha traspasado un rato después el padre, que camina lento sobre su bastón. Su punto de apoyo redondea un aspecto (boina parda, chaqueta y pantalón de pana…) que casa bastante con la imagen que los payos solemos tener de los patriarcas gitanos, seguramente contaminados por la influencia de esos reportajes de televisión que se cuelan en las casas de los calés en busca de unos minutos de costumbrismo agitanado. El porte de Alejo, el patriarca, se mantiene erguido bajo una mata de pelo canoso y no hay un palmo de la cara que no esté surcado por una arruga profunda. Saluda, recio, y toma asiento. El sol de media tarde se cuela por una cristalera y le pega en el rostro, endureciéndoselo un poco más. Son las facciones de un hombre que, literalmente, se ha deslomado para que él y los suyos salieran adelante. Le masculla a su hijo, Alejo, un paquete de Winston, y no dice nada más durante la siguiente media hora, con el tabaco, sin tocar, junto a su mano derecha, tan áspera y callosa como la izquierda, que apoya en la mesa metálica. Sus ojos están pendientes del relato que va trenzando el hijo al que bautizaron con su nombre y que ha heredado sus recuerdos, muchos de ellos, a base de vivirlos en primera persona siendo apenas un churumbel.
Alejo Rodríguez, junto a las nuevas generaciones de futbolistas ibicencos de las inferiores del Insular.
Son los años setenta. Alejo viste y desviste a los diestros que torean en la plaza de Ibiza, un coso que no tiene pedigrí y sí un tendido donde se sientan más turistas curiosos que aficionados expertos. El mozo de espadas es un hombre orquesta. Cuando los toreros saltan al ruedo, les va alcanzando durante la faena el capote, la muleta, el estoque o la montera. Cuando los toreros salen del ruedo, llama a un taxi para que los toreros se marchen en dirección al hotel o al aeropuerto. A fuerza de pedir coches, Alejo termina cambiando de trabajo. “La culpa fue de Pepe Ballesteros, un taxista que era también directivo de Sa Deportiva y se lo quería llevar al club a toda costa porque le veía un hombre muy apañado. De tanto insistirle, acabó fichándole para el Ibiza, que estaba en Tercera División y necesitaba que alguien se encargara del mantenimiento del campo”, recuerda su hijo, quien por aquellas fechas era un crío. A mediados de los setenta, Alejo Rodríguez comenzará a desarrollar el oficio por el que entrará en el recuerdo de varias generaciones de ibicencos: el jardinero del campo de fútbol de la Sociedad Deportiva Ibiza, situado a las afueras de la ciudad, en una calle que se bautizará como Canarias.
La familia habitaba en aquella época una casa en sa Penya, el barrio bajo la muralla de Dalt Vila, otro arrabal marinero como el que había conocido Alejo cuando de adolescente vivió en el Chino. Un barrio que no tendría fama de peligroso hasta mucho después, cuando los Rodríguez se marcharon, a principios de los noventa, tras introducirse la droga en las callejuelas de sa Penya y cambiar la manera de vivir de muchos de sus habitantes, gitanos la mayoría. Pero el pueblo romaní no siempre fue mayoría bajo la muralla. Mucho antes, al terminar los sesenta, sa Penya es todavía un amasijo de casitas blancas donde se mezclan pescadores de toda la vida, payeses que han abandonado las tierras para buscarse otro futuro en una ciudad que empieza a crecer a medida que va conociendo el turismo y castellanos, como llama Alejo, el joven, a los payos, y gitanos que han venido desde la península atraídos por el rumor de que Ibiza es una isla donde se trabaja y paga.
Alejo Rodríguez, fumando un puro en el campo de la calle Canarias. Junto a él, su hijo ‘Pesetas’ y Pedro Galdona, uno de los entrenadores de la extinta SD Ibiza.
Alejo, el viejo, entonces tiene cuarenta y pocos, pero ya suma casi veinte años en la isla y ha visto nacer a más de la mitad de sus diez hijos. Es decir, tiene mucho vivido, aunque aún le falta disfrutar de su mejor época. Al convertirse en el jardinero de los futbolistas adquiere una rutina inamovible. A las seis de la mañana ya ha salido de casa, baja por la calle de la Virgen hasta el mercado, cruza Vara de Rey y el Portal Nou (donde estudia su prole, que los mediodías espera a que toque la campana para salir pitando de la escuela e ir a ver a su papa al curro) y avanza por Vía Púnica, la arteria comercial de la ciudad en aquellos años, hasta las afueras de Vila, donde se encuentra su lugar de trabajo, un rectángulo al que le dedica la mayor parte de su tiempo, y donde nunca se aburre porque tiene que replantar el césped todos los veranos, y aplanarlo después de los partidos y entrenamientos ,y, también, cuando llueve mucho y se encharca y se deforma, golpeándolo con una maza, y pintar y repintar las líneas de cal usando su ingenio y su ojo de buen cubero para acertar con la distancia del punto de penalti y no torcerse en las rectas de las líneas de banda y de fondo ni pasarse de diámetro en los círculos y semicírculos del centro del campo y las áreas, y regar cuando no cae agua del cielo, que es la mayoría de los días, y el sol quema una hierba muy rala que va desapareciendo a medida que avanza el otoño hasta convertirse en una gramilla que transforma el suelo en piedra dura. Alejo trata de aliviar la pisada de los futbolistas como puede. A veces mete un coche al que le engancha un rastrillo que no es más que un tablón lleno de clavos con el que levanta la poca hierba que queda cuando llega el frío para que el campo de fútbol respire un poco y se ablande al regarlo. Cuando es posible regar porque el sistema, que nace de un pozo que tiene una válvula que siempre hay que andar ajustando para que no reviente, se suele estropear mucho y las tuberías que distribuyen el agua de forma uniforme por el campo tienen fugas y se deben parchear cada poco. Por si fuera poco, además, Alejo le lava la ropa a los futbolistas del Ibiza, y también las toallas. Luego, seca y dobla todos esos quilos de tela.
Alejo siempre come en el trabajo y, cuando acaban los entrenamientos, le echa el candado al campo y se vuelve a casa. Vuelve tarde. A veces se para en Can Rafal, el bar de Vicent, donde comienza la Marina, a echarse un vino o una caña y picar algo, y, según cuenta su hijo cuarenta años después de aquellos días, a medianoche se mete en el sobre, tal vez con alguna copa de hierbas ibicencas en el cuerpo porque si algo no ha podido quitarse nunca Alejo, cuentan los que le quieren, son las copitas de hierbas y el tabaco. Cuando el Ibiza juega en casa, él duerme fuera. O, siendo más precisos, en su otra casa, porque Alejo pasa mucho más tiempo en el campo de fútbol que en su hogar. En la caseta de material tiene un colchón guardado para las vísperas de los encuentros. Los aspersores son para el fútbol de los setenta y los ochenta lo mismo que los tres puntos por victoria, los porteros que saben jugarla con los pies (la norma de la cesión no se aprobó hasta 1992) y los nombres de los futbolistas sobre los dorsales: ciencia ficción. A Alejo no le queda otra que levantarse a las cuatro de la mañana para regar por primera vez el césped –él sabe cuánto tiempo y a qué presión– para que a la hora del encuentro esté el firme al punto que le gusta a Moncho, el entrenador con el que Sa Deportiva sube a Segunda B al final de la campaña 1977/78.
El que fuera empleado de la SD Ibiza segando el césped del histórico estadio de Vila.
Con el pitido del árbitro, Alejo agarra su banqueta de madera, se sienta junto al banquillo local, se enciende un puro de proporciones habaneras y disfruta viendo a Sa Deportiva. Esa es para Dani Ferrer, profesor de Educación Física ahora y jugador de las categorías inferiores del Ibiza hace treinta años, su imagen icónica del jardinero. “Ahora todo se ha automatizado y aún así tiene mucho mérito el trabajo que hace el responsable del mantenimiento de un campo de fútbol, pero imagínate en la época. Alejo trabajaba muchísimo y contra los elementos. El frío pelaba el campo una barbaridad y durante el invierno había muy poco césped. En las áreas chicas nunca había hierba porque los porteros de la época salían poco de allí y no dejaban de pisar esa zona. A nosotros, los chavales de la cantera, nos echaba unas broncas tremendas cuando corríamos alrededor del terreno de juego y se nos ocurría pisar un poco dentro del campo o pisarle el sistema de riego, que eran varias filas de tubos empalmados que Alejo tenía que poner y quitar cada vez que se regaba”, recuerda Ferrer, que muchos años más tarde se convertiría en preparador físico del filial de la UD Ibiza, el club en el que se refundó Sa Deportiva.
A finales de los ochenta, el fútbol base tenía que buscarse la vida para entrenar. Durante una época lo hizo en el espacio interior de la pista de atletismo de Can Misses, que acababa de construirse. El espacio interior, hoy de hierba y dedicado a la práctica del rugby, era de tierra. Se trazaron unas líneas con cal, se colocaron unas porterías y un marcador y aquello pasó a ser un campo de fútbol por el que pasaban chicos de todas las edades. Los entrenamientos comenzaban en la calle Canarias, porque arriba no había vestuarios ni duchas. Los canteranos se cambiaban y subían corriendo hasta la pista de atletismo para entrar en calor. Al acabar, regresaban para ducharse y cambiarse. Dani Ferrer recuerda un día lluvioso en que, al volver de Can Misses, encontraron el campo de la calle Canarias lleno de barro: “Eran las diez de la noche y ya no quedaba nadie en el campo. Antes de ducharnos no se nos ocurrió otra cosa que ponernos a hacer segadas a lo bruto en medio del barro. Nos pusimos perdidos y dejamos la hierba llena de marcas. Lo cachondo es que al día siguiente había partido y la cara de Alejo al ver la gamberrada era un poema. Si llega a saber que habíamos sido nosotros, nos cuelga de un pie allí mismo porque tenía mala leche cuando se cabreaba”. Ferrer, que coincidió con David, uno de los hijos pequeños de Alejo, en los equipos infantiles del Ibiza, recuerda al jardinero como un tipo cascarrabias al que nadie le tosía pero al que se acababa cogiendo cariño inevitablemente. “Su mujer y él tuvieron mucho mérito al sacar adelante una familia tan extensa. No me extraña que estuvieran todo el día de arriba para abajo”.
La semana que viene, publicaremos la segunda entrega del Patriarca de la calle Canarias. No se la pierdan.
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