El adiós de un grande

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Muriana saluda con el pulgar hacia arriba y de muy buen rollo antes de un partido de la temporada pasada.
Muriana saluda con el pulgar hacia arriba y de muy buen rollo antes de un partido de la temporada pasada.
Muriana saluda con el pulgar hacia arriba y de muy buen rollo antes de un partido de la temporada pasada.

David Alba 1986. En la radio de media España sonaba ‘The Final Countdown’ de Europe, pero no era la música que portaba Manuel Montero Muriana (Coria del Río, 1963) en sus casetes. Él prefería (y prefiere) el flamenco de Los Chichos o Camarón. El sevillano desembarcaba en Ibiza con la cabeza puesta en el gol y el gol pasó por su cabeza en los años que militó como jugador en el Hospitalet y, finalmente, en el club de su corazón -la Peña Deportiva de Santa Eulària- donde ha servido más de media vida. En los ochenta la vida del futbolista era tan complicada como lo es ahora aunque, pero las islas eran un oasis entre tanto desierto económico. “Tuve opción de jugar en Segunda División B -recuerda Muriana-. Sin embargo, los equipos de la península tenían problemas de dinero”.

Fue el entrenador Miguel Ruíz Sosa quien abrió al joven guerrero del área las puertas de Ibiza. “Miguel tenía contacto con Enrique Sáez que por aquel entonces estaba en el Hospitalet”, explica el ex técnico. Y así un joven, pero fuerte delantero de metro ochenta de estatura, recaló en la isla a cambio de un trabajo y el alquiler de un piso. ¿Y qué pensaba Muriana en el 86 de la isla? “A mí de joven me gustaba el cachondeo”, confiesa entre risas Manuel que, no obstante, siempre mostró una intachable profesionalidad en el fútbol. Una profesionalidad y una estabilidad que debe agradecer al amor de su vida. “Las sevillanas son así -dice de la mujer con la que ya lleva compartidos 37 años-. ¡Y cada día que pasa nos llevamos mejor!”. Y es que Muriana es un hombre sencillo y fácil de llevar mientras no se le toque “ni el flamenco, ni la Semana Santa”.

El técnico cabecea a gol un balón en su época como jugador de la Peña.
El técnico cabecea a gol un balón en su época como jugador de la Peña.

Cada año, el que fuera entrenador de todas las categorías inferiores de la Peña viaja a Andalucía para pasear a La Virgen de la Soledad y en Santa Eulària ofrece su costal a La Virgen de la Esperanza. “Soy muy creyente”, admite. Esa Fe, quizás, fue la que conociera a un hombre de voz gruesa que, por aquel entonces, aún se le conocía como Juan Mesa y que fue determinante para acabar en Santa Eulària. “El Labi estaba en todos lados -sonríe Muriana-. Y cuando Tolo Darder [por aquel entonces técnico del equipo del Río] se interesó por mí me dijo que fuera a la Peña me aconsejó bien”. El ex delantero recuerda que no firmó nada. “Bastó con un apretón de manos”. Y el apretón selló una historia de amor de casi 30 años. Su trayectoria parecía marcada desde el nacimiento. De localidad del Río a localidad des Riu.

En este tiempo Muriana se ha convertido en un ibicenco más (aunque reconoce que cuando intenta hablar su idioma adoptivo sus amigos se echan a reír). “¡Si no sé hablar bien castellano cómo voy ha hablar bien ibicenco!”, bromea esta leyenda viva de la Peña cuya filosofía es el respeto por todas las culturas. En este sentido, quizás por su creencia o, nuevamente, por su Fe, asegura que le gusta el Ball Pagès por el cual siente una “gran identificación”. Tal vez, por todas estas experiencias, le ha quedado un sabor agridulce cuando hace unas semanas no pudo llegar a un acuerdo con el club de su vida para continuar un año más. Se le percibe triste cuando habla de la Peña, pero sólo tiene palabras de gratitud para todos los directivos y los aficionados del equipo.

Muriana ha dejado tantos amigos en el fútbol que es imposible escribir todos sus nombres. Está agradecido a Toni Torres, uno de sus primeros amigos en la isla junto al Labi; está agradecido a todos los jugadores que ha dirigido en su vida; agradecido a Mario Ormaechea, con quien ha pasado los últimos tres años en el primer equipo; agradecido a Vicente Egea y a Parrita; agradecido a Valentín, “el mejor delegado del mundo”; agradecido a Toni Alba, “por su predisposición y humildad”… Con ellos comparte recuerdos que forman parte de su carácter e infinidad de anécdotas.

Muriana con su hijo Manuel, costalero igual que el padre.
Muriana con su hijo Manuel, costalero igual que el padre.

En este sentido, algunos le recuerdan como un compañero medio brujo cuya intuición para el fútbol era casi mágica. Hace unos años, siendo segundo entrenador del primer equipo, se desplazaron a Vila para jugar el derbi contra el Ibiza. En aquel momento la Peña hacía rotaciones en la portería. Antes del encuentro Muriana se reunió con el entrenador:

— Míster, este partido le toca a Torres, ¿verdad?
— Sí
— Yo pondría a Jordi
— ¿Por qué?
— Porque aunque ambos son porteros de lujo en estos derbis suele haber penaltis y Jordi conoce bien a Julián Marcos, que es el que los tira normalmente, porque han jugado juntos.

El entrenador hizo caso a Muriana y puso a Jordi de inicio. El partido transcurrió como debía: duro y tenso. En el minuto 90 penalti a favor del Ibiza. Julián Marcos colocó el balón en el punto fatídico y disparó. Jordi intuyó la trayectoria y atajó la pelota. Por anécdotas como esta algún que otro ha bromeado con él pidiéndole, entre otras cosas, que facilite el número ganador de la Lotería. Muriana no utilizará su capacidad de adivinar el futuro al servicio de la Peña, pero seguirá apoyando con fuerza al club desde la barrera. Es el merecido descanso del guerrero. Sin embargo, no hay que olvidar que el amor por la batalla es algo que no se extingue nunca.

1 Comentario

  1. Muri, muchas son las veces que te he entrevistado, en los buenos momentos y en los malos, pero siempre has tenido para mi y los compañeros buenas palabras y una educación encomiable, hay muchos entrenadores que deberían tomar ejemplo de ti. Allá donde vayas, siempre tendrás mi respeto y mi amistad, ¡un abrazo crak!.

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