Se va Verdú, se marcha un capitán. O, tal vez, algo más. “Luis es uno de esos jugadores que lo entregan todo en el campo”, dice Pablo Alfaro. “Futbolistas como él son los que van creando la historia de un club, deja una huella importante en el Ibiza”, explica Fernando Soriano. “Ha sido ejemplar, dentro y fuera del terreno de juego. Es difícil encontrar una persona así, con esa fuerza para mirar hacia delante en los momentos malos, siempre con una sonrisa y sin poner una mala cara. Ibiza siempre será su casa”, dice Amadeo Salvo. Sergio Cirio lo define como uno de los tipos “con más pasión por el fútbol y mayor capacidad para sobreponerse a los malos momentos” que se ha cruzado a lo largo de su carrera. Durante las últimas tres temporadas han compartido vestuario, habitación en las concentraciones y muchas ratos yendo juntos en coche desde Cala de Bou, donde eran vecinos, a Can Misses. “Ha sido un placer compartir todo este tiempo con él. Hemos viajado a bordo de un tren que va a mucha velocidad y hemos sabido mantenernos a bordo”, cuenta Cirio, al que nada le haría más feliz que ver a su amigo “vestido de futbolista y disfrutando de este juego que tanto le gusta”.

Luis Alberto Cacicedo Verdú (Cartagena, 1987) se ha pasado la última temporada recuperándose de una importante lesión en su rodilla izquierda, sin poder sumar más partidos a las 52 presencias que ha acumulado con la celeste. Con paciencia. En silencio. Poniendo al mal tiempo buena cara. Como una hormiga que arrastra centímetro a centímetro una hoja infinitamente más pesada. “El trabajo que hemos hecho a diario con él tanto el doctor, los fisioterapeutas y yo ha sido fundamental para que se recuperara, pero no habríamos conseguido si Verdú no tuviera ese carácter de luchador. La constancia que ha demostrado ha sido brutal, hemos seguido su evolución a diario y es de admirar el tesón que le ha puesto”, explica Fernando Biosca, el recuperador físico del Ibiza. Ahora, el deseo del defensa es volver a los terrenos de juego. “Ojalá tenga una buena incursión en el fútbol profesional. Disfrutar sus últimos años como profesional serían el premio a su constancia y fortaleza mental”, le desea Pablo Alfaro.

El día de su adiós nos sentamos a charlar con Verdú para repasar su experiencia en la isla, tres temporadas que lleva tatuadas en el corazón.

–¿Cómo se gestó tu fichaje por el Ibiza?

–Llevaba tres años en Jumilla y me quedaba otro de contrato. Cuando contactaron conmigo intuí que esto era algo grande y no me lo pensé. Rescindí automáticamente y fue fácil entendernos para volver a la isla.

–¿Qué te pidieron que aportaras a un proyecto que era ambicioso, pero que acababa de subir a Tercera?

–Al entrenador que había en ese momento, David Porras, lo había tenido en Segunda B con el Alcoyano de segundo entrenador. Me comentó que querían gente experimentada en la categoría y que conociera el grupo balear, donde había jugado años antes con la Peña. La adaptación fue sencilla porque conocía a Cruz y De las Heras, de la Peña, y a Devesa, que vino después, del Alcoyano.

–Fue una temporada complicada y el final fue amargo, con aquella tanda de penaltis en casa del Levante Atlético, pero la llegada de Rufete y Antonio Méndez al banquillo le cambió la cara al equipo.

–El dinero y los nombres no te garantizan resultados. Eso te lo da el trabajo diario. En el primer partido nos llevamos el chasco de perder contra el Felanitx. Teníamos muchas ganas de arrancar bien. Luego el equipo llegó a ir primero, pero se desinfló. La llegada de Rufete y Ñoño nos dio un plus en motivación y alegría que necesitábamos.

–La sensación es que durante el playoff el equipo se había convertido en una piña, dejando atrás todas las dificultades.

–Como bien se vio, los tres equipos que nos tocaron –Algeciras, Getafe B y Levante Atlético– eran de los más fuertes. Conseguimos pasar las dos primeras eliminatorias con muchísimo trabajo y con esa pizca de suerte que siempre hace falta. En el último partido lo teníamos todo a favor, pero sí que es verdad que mi expulsión cambia un poco la suerte del encuentro. Y luego llegaron los penaltis.

–¿Sabías en aquel momento que el Ibiza no se rendiría, que redoblaría sus esfuerzos para ascender a Segunda B?

–Lo que nos había demostrado a mis compañeros y a mí la directiva del club es que aquella mala experiencia no iba a ser un paso atrás. Amadeo [Salvo] y su familia son personas muy cercanas que nos habían apoyado con todo lo que nos hacía falta. Estábamos convencidos que la temporada siguiente volveríamos si cabe con más fuerza para conseguir el objetivo.

–Cuando supiste que el Ibiza ocuparía la plaza que dejaba libre el Lorca, ¿qué sentiste? ¿Alivio? ¿Justicia poética? ¿Responsabilidad por sentir que podíais demostrar que la isla podía competir en Segunda B?

–¡De todo un poco! Lo que recuerdo es que me acosté estando en Tercera y cuando me levanté tenía un WhatsApp del presidente diciéndome que estábamos en Segunda B. En el cómputo global de todas las eliminatorias merecimos ascender, así que sí tuvo un puntito de justicia futbolística. Ya se vio que ese era el salto que necesitaba dar este proyecto para crecer tan rápido como se está viendo.

–Aquellas semanas de julio y agosto en la que se tuvo que cambiar buena parte de la plantilla, que estaba pensada para competir en Tercera, para afrontar la Segunda B darían para un documental.

–[Sonríe] Iba a entrenar y éramos quince, y al día siguiente se habían marchado cuatro y llegado otros seis. Fue un poco caótico debido a las circunstancias, pero el club supo reaccionar muy rápido para armar una plantilla de muchas garantías. Se vio reflejado en los resultados del equipo: nos quedamos a solamente tres puntos de playoff, y si la Liga llega a durar dos semanas más, seguro que nos hubiéramos metido. Sí, hay material ahí para grabar un documental.

–La prueba de que se hicieron bien las cosas es que la base de la plantilla de la temporada pasada ha permanecido en el club, mezclándose con unos fichajes que pudieron hacerse con mucha más calma y planificación.

–Mantener una base de siete u ocho jugadores año tras año es primordial para un proyecto a largo plazo. Creo que eso te da una ventaja y esta temporada se ha demostrado en nuestro caso.

–¿Qué supuso la llegada de Pablo Alfaro al banquillo y el regreso de Méndez como ayudante?

–La llegada del míster supuso un plus de liderazgo que hacía falta en el vestuario. Tener ese referente es vital. Todo lo que te dice Pablo te llega. Te hace ver claramente qué es lo que quiere. Su personalidad le va como anillo al dedo. El tándem que forma con Antonio es muy bueno. Antonio tiene veinte mil millones de conocimientos y sabe transmitirlos porque es una persona súper cercana.

–Estaban ellos en el banquillo cuando, aquel 11 de abril de 2019, te lesionaste la rodilla.

–La peor lesión que había tenido había sido un esguince de rodilla, esa misma temporada, en enero, que me había tenido dos meses fuera. Cuando me estaba recuperando jugué los últimos minutos contra el Granada y la segunda parte en Don Benito por la lesión de Unai Albizua. Parecía que contra el Cartagena me perfilaba como titular y, aquel día, que no se me olvidará nunca porque es el cumpleaños de mi hija, además, en una jugada tontísima durante un amistoso contra el Sant Rafel, me lesioné. Ahí empezaron quince meses de trabajar mucho y tener la cabeza fría para volver lo antes posible.

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