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Pablo Sierra del Sol Albero. Esa es la palabra que más repite Pedro Medina Guerrero cuando le pregunto por su infancia en Dos Hermanas. El albero, la tierra, fue la superficie donde desarrolló toda su trayectoria futbolística hasta que asomó por el primer equipo del Betis. Albero en los descampados que rodeaban al piso donde vivió su familia, emigrantes de Coripe, un pueblecito de la serranía Subbética, que habían llegado a las afueras de Sevilla para cambiar la azada por la fábrica. Albero en el campo del Dos Hermanas Club de Fútbol, la entidad donde dio sus primeros pasos como futbolista federado. Albero, incluso, en los rectángulos donde jugó sus primeros partidos de verdiblanco, ya en el equipo juvenil del Betis. “Es que entonces las instalaciones estaban a años luz de lo que hemos conocido después. El fútbol empezó a modernizarse en España cuando avanzaron los años ochenta, al compás del país en general, que también se modernizaba en todos los ámbitos. Los futbolistas empezaron a ganar más dinero, a tener más y mejores pares de botas para pasar la temporada, más camisetas, que en aquella época nos las tenían contadas…”

Perico, que es como le llamaba entonces todo el mundo y como le siguen llamando a día de hoy sus compañeros de trabajo, deja volar la imaginación desde una terraza de es Canar. En esta playa de Santa Eulària vive los veranos desde hace unos cuantos años. En un hotel de la zona trabaja como cocinero. Y no se le caen los anillos al contar, con una sonrisa en la boca, que está encantado con el curro, que le pagan un sueldo seguro y más que aceptable en estos tiempos de precariedad y que disfruta de la belleza del norte de Ibiza siempre que tiene un día libre. En lo que cuenta Perico parece haber la nostalgia justa sobre sus años como futbolista profesional, que incluyeron 50 partidos en Primera entre el Betis y el Tenerife, 27 en Segunda con los chicharreros, y 62 en Segunda B con el Recreativo de Huelva. “¿Que pude triunfar? No lo creo. Me faltaron condiciones para ser un gran jugador de élite. ¿Que me faltaron oportunidades para jugar más en el Betis? Claro, pero piensa en los compañeros que tuve: yo era delantero y tenía que competirle el puesto a gente como Poli Rincón, que fue Pichichi e internacional aquellos años, y Calderón, un argentino que fue subcampeón del Mundo en Italia’90”, dice Perico.

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Su acento sesea las ces a voluntad, pero el ex jugador parece estar a años luz de cierto prototipo de sevillano. Ni exagera ni engrandece ni chulea. Cuando le pregunto si era del Betis desde pequeñito, me responde que en su familia sí había mucho verderón, pero a él los colores le daban un poco igual, que lo que le gustaba entonces era darle patadas a un balón, normalmente, mal cosido. “Los fines de semana, cuando se podía, mis padres tiraban con toda la familia para el pueblo. Llegó un momento en el que yo no quería ir a Coripe a ver los abuelos. ¿Por qué? Porque eso significaba que me perdía el partido del domingo con el equipo, y eso era lo máximo. Fíjate lo que han cambiado las cosas: yo renunciaba ir a ver a la familia por el fútbol y ahora cuesta hacerle entender a los chavales que no pueden salir el sábado hasta las cinco de la mañana si quieren rendir bien el domingo. No se trata de competir desde la tierna infancia, no es eso, no. Es una cuestión de respeto y amor hacia el deporte que practicas”, enumera Perico.

Pedro Medina posa con sus compañeros de cocina en un hotel de Es Canar.
Pedro Medina posa con sus compañeros de cocina en un hotel de Es Canar.

Él lo intentó como entrenador de base cuando colgó las botas a principios de los noventa en Huelva (un periplo que merece párrafo aparte), aguantó varias temporadas entrenando en el Dos Hermanas, pero acabó dejándolo, hastiado de la presión absurda que muchos padres ejercían sobre sus hijos. Perico, que estuvo a las puertas del olimpo y de la fama, en cambio, siempre ha preferido aconsejar desde la calma a Álex, su chaval. Ahora está en juveniles, cuenta, pero primero van los estudios y luego el fútbol, donde debe saber, dice su padre, que le quedan dos años para explotar e intentar dar el salto al profesionalismo. “Cuando voy a verlejugar, prefiero ponerme en un rincón del campo y ver el encuentro desde allí. La prensa, la mediatización del fútbol, la importancia absurda que están tomando los aspectos más absurdos este deporte, están convirtiendo su pureza en una caricatura, y eso nos lleva a perdernos las cosas buenas que te da el balón”.

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Resumir esa pequeña lista de recuerdos imborrables le resulta fácil a Medina, pero ojo, la lista es larga. La ilusión de la llamada del Betis. Los consejos de Alberto López, su entrenador en juveniles, que le obligaba a jugar a pierna cambiada (él es diestro, pero jugó mucho tiempo de extremo zurdo) para cortar en diagonal hacia el área y disparar a puerta en el Betis Deportivo. Los amigos del filial, un equipo imborrable que luego se reencontró años después en el Recre. El temple de Esnaola bajo los palos. La elegancia de Cardeñosa, un genio de la bola que le recogía en Dos Hermanas cuando era casi un niño y se lo llevaba con su coche hasta el Villamarín para entrenar con el primer equipo del Betis hasta que con las perras del primer contrato se compró una moto. Las medias caídas y el correr desgarbado de Gordillo, “posiblemente el mejor jugador con el que haya jugado junto con Julio”.Los viajes larguísimos para ir a los campos del norte de España que tan lejos quedaban de Sevilla y el mundo que había conocido hasta entonces: San Mamés, Atocha, El Sardinero, El Molinón… Los años vibrantes de un Betis que jugaba bien al fútbol y animaba la Liga a mediados de los ochenta, aunque él tuviera que vivirlos desde el banquillo junto a entrenadores como Luis del Sol, toda una institución en el Betis y uno de los primeros futbolistas españoles en triunfar en el extranjero vestido con la camiseta bianconera de la Juve en los sesenta. Los cuatro goles que marcó en la máxima categoría como verdiblanco y la camiseta que le pudo cambiar a Alexanko en un Barça-Betis de Copa de la Liga que se jugó en el Camp Nou.

Perico se cansó de ser suplente en 1988. Tenía 25 años y futuro por delante. Se decidió por una oferta del Tenerife, un equipo que estaba en Segunda pero soñaba con subir. En la isla se hizo con la titularidad y marcó cuatro goles en las primeras quinces jornadas. Una lesión, sin embargo, le tuvo más de dos meses en el dique seco. Cuando volvió le costó entrar de nuevo en el equipo, pero llegó a tope para la temida promoción que en aquellos tiempos enfrentaba a los equipos que habían salvado los muebles por los pelos en Primera con los que se habían quedado a las puertas del ascenso directo un escalón más abajo. Ironías del destino, el rival en aquel playoff era el Real Betis Balompié. “¡Qué sentimientos encontrados! En Tenerife me habían hecho sentirme como en casa, pero iba a jugar contra los que hasta hace unos meses eran mis compañeros. En la ida, en el Heliodoro, les metimos un 4-0 y jugué los últimos minutos. En la vuelta el Villamarín era una tumba. Fíjate que la afición del Betis es irreductible, pero aquel descenso fue un palo para la entidad después de una década en lo más alto. Llegaron años muy malos, con el equipo que casi desaparece, hasta mediados de los noventa. Fue una época parecida a la actual, veremos si ahora que ha vuelto Serra Ferrer al club la cosa se reconduce un poco porque es cierto que el Sevilla ha abierto una brecha entre los dos clubes de la ciudad que parece insalvable”.

Las compañeras del comedor están ecantadas con el exjugador del Betis, una persona muy querida en el hotel.
Las compañeras del comedor están ecantadas con el exjugador del Betis, una persona muy querida en el hotel.

El ascenso a Primera vestido de blanquiazul le mandó de nuevo al banquillo, pero le llevó a entrenar bajo las órdenes de un entrenador fascinante: Xabier Azkargorta. Por allá donde ha pasado el Bigotón, su personalidad deja anécdotas para el recuerdo. Entre los periodistas más veteranos que cubren la información del Espanyol sigue siendo un héroe, aunque entrenara al equipo hace más de tres décadas. Al otro lado del Charco, el vasco es una vaca sagrada gracias a protagonizar milagros como llevar a Bolivia al Campeonato del Mundo. Azkargorta defiende que se vive como se juega y viceversa. “Nos salvamos de milagro aquel año y fue el origen del gran Tenerife que se vivió después con Valdano y Heynckes. Al míster le encantaba rompernos las barreras mentales que teníamos. Éramos un club modesto, pero podíamos tocar bien la pelota y proponer un fútbol divertido. Nos cayeron goleadas, pero acabamos tocando la permanencia gracias a la confianza que Azkargorta nos metió en la cabeza”, explica Medina.

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Un día de junio de 1990, Perico estaba haciendo las maletas para marcharse de Tenerife de vuelta a la Península. Entonces sonó el telefonillo de casa. Baja y nos tomamos una caña, que quiero despedirme de ti. Era la voz del míster, el mismo que apenas le había alineado durante el año, la que le hablaba como si fuera un amigo de toda la vida. Perico no se olvida del gesto que tuvo mientras se bebían unas cervezas en el bar de al lado. Toma, aquí tienes mi teléfono, en todo lo que te pueda ayudar, ya sabes, no dudes en llamarme. “Desde entonces no nos hemos vuelto a ver. Tampoco le llamé. El recuerdo, es curioso, no se olvida. Ese hombre nos enseñó a tener dignidad, lo más importante que debe tener tanto un futbolista como cualquier otra persona”. Grandes dosis de esa dignidad de la que habla la tuvo que poner Perico poco después al encerrarse con sus compañeros del Recreativo después de estar varios meses sin cobrar.

El fútbol estaba cambiando sin remedio, llegaban las Sociedades Anónimas Deportivas, el juego se mercantilizaba y los futbolistas se convertían en cromos que intercambiaban agentes y directivos que tenían cada vez más poder y menos escrúpulos. Decidió colgar las botas y reinsertarse en una vida laboral que no era tan extraña como le pueda resultar hoy en día a un chaval que se haya vestido de corto en un gran club de la Primera española. Perico invirtió bien el dinero que ganó sobre el verde para comprarse una buena casa en Dos Hermanas, se colocó en una empresa de transportes de un familiar hasta que cerró durante la crisis y ahora echa las temporadas como cocinero en Ibiza. Su historia contrasta con la de tantos compañeros de generación que acabaron arruinados económica y moralmente. Canito o Julio Alberto son dos ejemplos bien claros. Con el primero compartió vestuario, al segundo se midió en el campo.La fatalidad persiguió a muchos, incluso a nombres tan grandes como el de Juanito, que no tenía un duro cuando dormía en el asiento del copiloto de un coche que se estrelló contra un camión camino de Mérida, donde entrenaba, después de haber ido al Bernabéu a ver a su Madrid jugar un partido de Recopa contra el París Saint-Germain.

Senses

“Cuando estás en Primera, y ya pasaba en aquella época, te salen amigos de debajo de las piedras, todo el mundo quiere ir de tu mano para que le invites, y te aconsejan cien mil inversiones. La gente no se da cuenta de que el fútbol es temporal, que viene y se va rapidísimo, y muchos futbolistas no ven tampoco que cuando se retiren nadie les recordará porque así tiene que ser. Estrellas hay diez, doce, quince cada temporada. El resto somos currantes”, dice Perico Medina. Su historia en el fútbol podría ser la de cualquiera, la felicidad desde la que lo narra es, en cambio, única.

El Betis homenajeó en el año 2013 a Perico Medina.
El Betis homenajeó en el año 2013 a Perico Medina, jugador verdiblanco entre 1982 y 1988.

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