Hace unos años, Paco Natera me comentó que podíamos hacerle un reportaje a un pequeñísimo jugador del Sant Jordi que, a pesar de jugar contra chicos mayores que él, conseguía escapar de cualquier trampa en un campo de fútbol. Al verlo conducir la pelota pegada a esa zurdita, ese número dieciocho a la espalda, ese gambeteo hacia el interior de la cancha, ese pase entre líneas al compañero mejor situado para anotar…

Era tan tentador – y tierno a la vez- compararlo con aquel pequeñísimo Messi que ya despuntaba en Rosario antes de cruzar el charco y plantarse en Barcelona… El colmo es que toda la historia parecía diseñada al milímetro para encajarlo en un puzzle del astro mundial. El olfato de Gagglioli (que llevó a Messi al Barcelona), el ‘bautizo’ de Alves en Illetes, la historia del número 18…

Decidimos llamar aquel reportaje ‘El Messi de Ibiza’ con el fin de premiar no solo el talento que exhibía Luka. También su humildad, su amor por el juego y su forma de trabajar cada día, su apego a su hermano mellizo Tobías… En aquel momento entendíamos que llamarlo ‘Messi’ era una suerte de ideal o espejo en el que mirarse para seguir avanzando con ilusión hacia el futuro. Hoy, después de años de duro trabajo aquel pequeño jugador puede lograr lo que siempre soñaba dentro y fuera de la cancha. Debutar en primera contra su ilusión. Contra su ídolo.

Sin embargo, cuando un jugador con tanta proyección se presenta en sociedad de forma anticipada (¿cuántos tienen la posibilidad de debutar con 15 años en Primera División?), nace una exigencia dopada por medios de comunicación y youtubers que buscan su particular agosto.

Me acuerdo que aquel reportaje que escribí en 2015 llamó la atención a otros medios. Incluso, saltó al otro lado del charco donde lo empezaron a llamar ‘el Messi mexicano’ por haber nacido en Durango (lo siento, pero Luka es más argentino que el dulce de leche). Lo hablé un par de veces con Paco y con Diego (padre de Luka) y no le dimos más importancia porque en aquel momento era difícil imaginar lo que pasaría 5 años después.

Hoy, llamar ‘Messi mexicano’, el ‘nuevo Messi’ o cualquier variante en este sentido a un adolescente de 15 años  que aún no ha debutado es una presión peligrosa en un momento delicado en la formación de un chico con tanto talento. No es nuevo esto de regalar un apodo que contenga el apellido del mejor jugador del mundo a otro con características similares.

En la década de los 80-90 Gica Hagi era ‘el Maradona de los Carpatos’ y el bosnio Blaz Sliskovic ‘el Maradona de los Balcanes’. Ambos, jugadores habilidosos, sobre todo Hagi que llegó a jugar en el Real Madrid y en el FC Barcelona, pero lejos de la estela de Diego. El apodo era una forma de reconocer el talento, pero también de encadenarlo y solo Messi ha conseguido gambetear la etiqueta y ganarse un nombre propio a pesar de la comparativa constante con Maradona.

Por eso, creo que sería muchísimo mejor y más saludable evitar encadenar el talento a un nombre. No hay que atar a Luka a la ya dilatada y consagrada carrera de Lio. Es hora que dejemos los apodos a un lado. Es tiempo que la sombra de Messi (o de cualquier otro) acabe y lo empecemos a llamar única y exclusivamente Luka Romero.

Leer aquí El Messi de Ibiza

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